Adoptado por un gato
Nunca había querido mascota alguna en casa. Nunca tampoco había hecho daño a ningún animal, la verdad es jamás había acariciado a ninguno, pero eso cuando aquel gato callejero se acercó a él y sintió como le acariciaba sus piernas, frotando su cabeza su cuerpo y su cola con ellas no dudó en que se lo llevaría a casa. Toda la indecisión acabó en el mismo instante que el gato miró hacia arriba y volvió a restregarse ronroneando, haciendo pequeños saltitos con sus patas delanteras. Esto era tan inusual como el sentimiento de respeto y cariño que brotaba de su corazón, hacia aquel pequeño ser que había sido abandonado en la calle.
Hacía dos
semanas que había visto a un pequeño gatito de pelo largo y blanco por su
calle, abandonado y hambriento. Durante este tiempo que pasó hasta que decidió
llevárselo a casa se había limitado a dejarle un poco de comida todas las
mañanas cuando se iba a trabajar y por la noche cuando bajaba la basura de
casa. También le proporcionó un pequeño recipiente que llenaba de agua todos
los días.
Cuando le
llevó al veterinario la tarde que el pequeño felino decidió adoptarle a él,
porque eso fue lo que ocurrió, que fue el pequeño gatito quien adoptó un dueño.
Descubriría que éste proviene de una de una raza muy antigua procedente de
Turquía. Es de los llamados gatos de angora le informó el experto.
Por suerte,
se encontraba en perfecto estado de salud, y no se halló ningún parasito en su
cuerpo. Tras someterle a un lavado y un chequeo. Se le vacunó y se le colocó un
chip. Cuando se procedió a hacerle la cartilla sanitaria y de identificación
oficial, solo entonces cayó en la cuenta de que debía de ponerle un nombre. No
sabría decir porqué, respondió Epi, cuando fue preguntado por el nombre que
quería para su mascota.
Compró todos
los utensilios necesarios para la comodidad e higiene del gato, para una vez
que estuviera en casa, arenero, rascador, dispensador de agua y comida y un
trasportín.
Ya en casa
el pequeño gatito recorrió todas las habitaciones de la misma y cuando
llegó al lavadero al cual se accedía desde la cocina, la luz de sus
grande ventanales difuminada por unas cortinas de chenille en acrílico, le
pareció que era el lugar idóneo para ubicar el arenero, así que para hacérselo
saber a su dueño con sus pequeñas patitas hacía como que arañaba el suelo del
mismo.
En la
cocina, bajo una ancha mesa que había pegada a la pared dejaba espacio para
ubicar el dispensador de agua y comida.
En el salón
el pequeño felino no sin esfuerzo consiguió subirse tras haberlo hecho desde un
sillón a la mesa de la televisión y de ésta a un una vitrina de 130 cm. de
altura. Allí permaneció contemplando muy sereno las cosas.
Él se quedó
inmóvil no sabía qué hacer, por un momento pensó: ¿Quién ha adoptado a quién?
¿No parece el dueño de la casa él?
Cogió el
mando a distancia del equipo de música y pulsó el play. El estridente ruido que
emitía la canción que en ese momento reproducía el lector y los 150 vatios de
potencia del equipo que en ese momento se encontraba casi a tope de sonido hizo
que el gato saltase directamente desde lo alto de la vitrina al sillón y de
éste al suelo y rápidamente desapareciese del salón.
Bajó la
música rápidamente y temió que el animal se hubiese hecho daño, en su alocada
carrera había resbalado y se había golpeado con la puerta. Aunque rápidamente
él salió tras el animal no le dio tiempo a ver en cual habitación había
entrado, así que recorrió todas y cada una de las habitaciones de la casa
llamándole pero no aparecía.
Preparó una frugal cena y rápidamente comió. Se sentía incómodo recordó que el veterinario le había dicho esta especie son gatos que necesitan paz y tranquilidad. Le buscó durante un rato y desazonado se sentó en un sillón sin parar de llamarle con voz mansa. Solo cuando éste quiso apareció frotando su cabeza, su cuerpo y su cola con la piernas de él. Le cogió y lo colocó sobre su regazo y le acarició, él felino se dejó acariciar ya que son cariñosos según le había dicho el experto, pero cuando se sintió manoseado en exceso, saltó al suelo y buscó la forma de subirse de nuevo a la vitrina, no sin antes tirar con sus patas traseras el mando del equipo de música que se encontraba en la mesa de la televisión, quizás solo fuera una casualidad o tal vez un aviso de que no quería que le molestase con tan bullicioso ruido. Ni se molestó en recoger el mando no sabía qué hacer, por un momento pensó ¿Quién ha adoptado a quién? Aquí manda él.
Anomalías e inquietudes
Había puesto un anuncio en prensa y en las redes sociales. Recogía libros usados a aquellas personas que quisieran deshacerse de ellos. Él personalmente pasaba por el domicilio de aquellas personas que le llamaban y retiraba lo que le tuvieran preparado bien en cajas o en bolsas.
Tenía alquilado un pequeño local donde colocó unas estanterías para ubicar los libros que clasificaba por autores.
En tan solo un mes había hecho acopio de más de mil quinientos libros, realmente todos estaban en muy buen estado. Su pretensión era ponerlos a la venta a precios irrisorios y con los beneficios poder costear el salario de un profesor de apoyo para aquellos alumnos que más atención necesitaran, de la escuela de secundaria en la que él daba clase.
Desde que comenzara el curso, junto con otro compañero ya dedicaba unas horas por la tarde a atender a los chicos que requerían de más ayuda en sus estudios. Si bien, él estaba dispuesto a seguir haciéndolo de forma gratuita, consideraba que debía de contar con la posibilidad de tener emolumentos para satisfacer las necesidades económicas que pudieran tener los profesores que quisieran colaborar en ese proyecto que él se había empeñado en llevar adelante.
Llevaba varios minutos dando vueltas por un barrio de clase alta, todo eran chalet, para localizar un domicilio que le habían indicado para recoger varias cajas de libros. Por fin encontró la calle y localizó la casa, parecía que no estaba habitada por el estado de dejadez que ésta presentaba. Pensó que seguramente le habrían gastado una broma, sobre todo porque aunque era la hora que habían quedado, no había nadie en la entrada y el timbre de la verja no funcionaba, seguramente porque o bien estuviese averiado o la luz de la casa estuviese cortada que sería lo más probable. La casa quedaba situada casi en el centro de una superficie vallada con una puerta de entrada para las personas y otra puerta más grande que llevaba a la cochera.
A pesar de todo siguió ahí en la puerta esperando, no le molestaba haber tenido que desplazarse con su vehículo más de diez o doce kilómetros, lo que realmente le molestaba es que alguien pudiera gastar bromas tan absurdas. Estaba a punto de marcharse cuando se percató de que le llamaban por su nombre. Carlos, espere ya le abro.
Miró en dirección a la casa y vio a un anciano, encorvado, con una larga barba blanca y un bastón con empuñadura de plata. Lentamente el anciano caminó hacia la entrada de la propiedad y le abrió la puerta.
Buenas tardes señor
Buenas tardes D. Carlos
Llámeme Carlos simplemente, por favor, y ¿usted cómo se llama?
Frutos Montes Sánchez
La sombra de duda en la cara de Carlos, fue percibida por el anciano. Y éste dijo, Frutos es mi nombre, mi abuelo y mi padre se llamaban así. San Frutos es un santo que nació en el año seiscientos cuarenta y dos, su santo se celebra el veinticinco de octubre y si algún día pasa por Segovia verá en su catedral los restos de este santo que reposan desde el año mil quinientos cincuenta y ocho.
Gracias por su información la verdad es que nunca había oído ese nombre.
Bueno venga por aquí, en la cochera tengo varias cajas de libros que quiero que se lleve.
Costó un poco abrir la puerta de la misma que pareciera que no se había abierto hacía mucho tiempo, efectivamente la casa no tenía luz y hubo que abrirla de par en par para tener suficiente luz hasta el fondo de la cochera, donde en lo alto de un banco de trabajo había colocadas cuatro grandes cajas que contenían los libros.
Son esas las cajas que se tiene que llevar.
Está bien iré al coche a por una carretilla.
Le sorprendió por su antigüedad y el valor que tendrían, los dos coches que había en la cochera, el primero que vio cuando abrieron la puerta era un Mercedes Benz 200 Fintail W110 del año 1965, el que le precedía era un Renault Torpedo NN de 1925 ambos en perfecto estado. Había identificado los vehículos porque era un gran aficionado del automóvil el mismo tenía un BMV 327 Cabriolet de 1938.
Volvió a la cochera, colocó las cajas en la carretilla y llamó al anciano que no vio en la misma.
Señor Frutos, ya he terminado, voceó, varias veces.
Repitió la llamada y en ninguna obtuvo respuesta.
Debieron pasar un par minutos cuando oyó la voz de anciano que le dijo: ¿Que hace ahí todavía como un pasmarote?, cierre la puerta de la cochera y la de la verja al salir. Gracias por haber venido, siento no poder acompañarle hasta la puerta.
La verdad es que le parecía un poco raro, pero el anciano se veía tan frágil y tan mayor, que seguramente se habría agotado tras el esfuerzo realizado en recorrer el camino hacia la puerta de la entrada de la casa y la cochera.
Cumplió con lo ordenado cargó las cajas en el maletero de su coche y se marchó del lugar.
Cuando abrió las cajas y vio los libros que contenían, no podía creerlo, eran joyas. Habilitó una estantería solo para el contenido de esas cajas que señalizó con un cartel arriba en el centro de la misma como “libros antiguos”.
No estaba muy seguro si debía quedarse con ellos, pero al fin y al cabo era a él a quien habían llamado y cierto era que no había comprobado el contenido con el anciano, pero nunca lo hacía cuando le llamaban para recoger alguna caja o bolsa.
No había otras cajas en la cochera y el anciano señaló y hasta golpeó una de ellas con su bastón cuando le señaló las que tenía que llevarse. No cabía la menor duda de que si el anciano había preparado las cajas o había ordenado a alguien que lo hiciera sabía perfectamente que el contenido era de gran valor, tanto cultural como económico.
También dudó de cómo ubicarlos en la estantería, por autores, por título por orden alfabético o por fecha de publicación. Calló en la cuenta de que le llevaría más tiempo pero lo haría por la fecha de publicación. Tenía en su mano un libro publicado en 1769 cuyo autor jamás había oído hablar D. Juan Manuel de Haedo y Espina y cuyo título era “Carta Dirigida a un Amigo en que se le da razón de las Facultades y Libros de que debe instruirse, no solo a un Poeta, sino cualquiera que aspire a una Erudición Universal”.Era curioso que el primer libro que había cogido de una de las cajas fuese ese. Pensó, que razón tenía Sócrates cuando dijo: “Solo sé que no sé nada”. Le llevó más de tres horas colocar todos los libros por el orden que había establecido. Repasó toda la estantería y salvo algún error los libros que contenía databan desde el primero que era de 1740 cuyo título “Oeuvres Diverses De Pierre Corneille”, hasta el último que era de 1914 cuyo título le sorprendió “Oraciones fúnebres” de Jacobo Benigno Bosseut. No sabría explicar por qué, pero tuvo un mal presentimiento, cogió una manta que usaba para no poner los libros en el suelo cuando los sacaba de las cajas, dejándolos caer sobre ella y tapó la estantería. Antes de poner estos a la venta debería comentar con alguien su opinión sobre el contenido espectacular de estas cajas.
Persuadió a Ramón, su compañero de trabajo que le acompañase al chalet donde había recogido los libros. Cuando llegaron la casa igual que ayer estaba cerrada y parecía que no había nadie. Durante un buen rato estuvo llamando al anciano por su nombre voceando para que éste pudiese oírle. Después de cinco o seis minutos su compañero le dijo: Vámonos, aquí no hay nadie, igual solo vino ayer para hacerte la entrega.
Está bien, pero déjame que pregunte a algún vecino.
Tocaron el timbre de la puerta del chalet contigo y esta se abrió cuando el inquilino pulsó el portero automático. Y saliendo de la casa caminó al encuentro de los visitantes. ¿Que desean?
Verá es que ayer estuve aquí, con el señor Frutos, su vecino y hoy había pasado para comentarle algo importante que ayer no pudimos tratar, dijo Carlos.
¿El señor Frutos, le recibió ayer? Es raro. Hace un año que no vive aquí se marchó a una residencia de la capital, cuando cayó enfermo. Tras la muerte de su esposa, mientras estuvo bien no tenía ningún problema para valerse por sí mismo. Pero después de su enfermedad su hijo buscó una residencia cerca de donde él vive para que pudiera ser atendido y de paso pudiera visitarle más asiduamente.
Si no era él, alguien debió pasarse por él, lo cierto es que abrió la puerta de la verja, con llave, ya que el portero automático no debe funcionar, e incluso abrió la puerta de la cochera a la cual entramos.
¿Qué aspecto tenía el individuo que le abrió?
Era mayor, bastante mayor, con una larga barba blanca, caminaba apoyado en un bastón cuya empuñadura de plata que era la cabeza de un león, me llamó la atención, igualmente una potente voz grave que tenía también me sorprendió.
Si, por lo dice es él, pero eso es imposible. ¿Cuándo dice que vino usted?
Ayer. Eran las cuatro de la tarde.
Ah, ayer no estaba yo aquí a esas horas, así que no sé si es verdad lo que me está diciendo. Será mejor que se marchen. Nadie pudo abrirle puesto que ahí no hay nadie desde hace un año.
Está bien señor, no se alarme ambos somos profesores de instituto, simplemente intentábamos localizar al Sr. Frutos.
Cierren la puerta al salir.
Esperó hasta verlos salir de su propiedad e incluso caminó hasta la puerta de verja y comprobó que ésta estuviera cerrada. La verdad es que la presencia de esos tipos no le había alarmado, pero quien hablaba parecía haber perdido la cordura.
¿Tú me crees verdad, Ramón?
Bueno, si no te conociese desde la universidad, diría que me estás tomando el pelo, pero siendo así solo lo dejaré en que se te están yendo la olla.
¿Qué crees que debo hacer?
Yo no le daría más vueltas. Tú, de eso estoy seguro, pongo la mano en el fuego, no has cometido ninguna ilegalidad para conseguir esos libros. Así que sigue con tu vida como si nada.
Me conoces y sabes que esto me intriga. Tengo el número de teléfono de la llamada que me indicaba que tenían unas cajas de libros para que los pasase a recoger. A partir de ahí podría tratar de localizar a éste tal Frutos. Además, con este nombre tampoco será tan complicado.
Está bien, de momento te sugiero que no te deshagas de ningún libro hasta que puedas demostrar su lícita procedencia. Por cierto, vamos al local y me enseñas esas joyas.
La estantería de dos metros de alto por uno de ancho estaba totalmente repleta de libros. Ni adrede te ha venido esta estantería para contener todas estas reliquias, dijo Ramón. ¿Te das cuenta del valor incalculable que puede tener esto? Perdona, ¿Me has contado toda la verdad?
Muy serio Carlos le dijo, si lo dudas sal de aquí ahora mismo. Si no lo dudas, que sepas que sea lo sea y lo que pueda suceder con estos libros, tú estás ya implicado, ese vecino podrá identificarte al igual que a mí.
Roberto extrajo un libro de la estantería “Anomalías” de Paul Bourget, y cogió otro que se titulaba “Inquietudes” de Concha Méndez Cuesta, y mostrándoselos a su amigo le dijo vaya títulos te van como anillo al dedo, anomalías e inquietudes, cuando tengamos tiempo deberíamos leerlos, ahora debemos ponernos manos a la obra a resolver tus inquietudes por ésta anomalía.
Siempre tan ocurrente, dijo Carlos, anda déjalos en su sitio y vuelve a cubrirla con la manta. Voy a llamar al teléfono que tengo de ese tal Frutos.
Marcó el número y espero, escuchó el tono de llamada hasta cuatro veces antes de que atendieran su llamada.
Dígame.
Frutos Monte
Sí, Dígame
¿Es usted Frutos Montes Sánchez?, no me lo parece por su voz, es más aflautada que la voz grave que tiene el Sr. Frutos.
No, yo soy Frutos Montes Córdoba, Frutos Montes Sánchez era mi padre. ¿Que desea?
¿Era?
Sí, falleció, ayer mismo a las cuatro.
Lo, siento
Dígame, ¿para qué le llamaba?
No supo bien por qué, pero cortó la comunicación.
¿Qué te ocurre? le preguntó Ramón.
Ha muerto, maldita sea, ha muerto, como es posible que ayer lo viera y justo a la hora que estuve con él, falleció.
Las anomalías se te multiplican en la concesión de estos libros proporcionalmente a las inquietudes que te afloran. Empiezas a preocuparme. Quizás debas descansar un poco más, últimamente trabajas mucho. Esta empresa que iniciaste hace unos meses es muy loable, pero me temo que te está sorbiendo el seso.
¿Qué me estás diciendo?, ayer acudí a una llamada de teléfono que recibí mientras comía citándome para esa hora y que no era posible otro día ni en otro momento, es obvio que fui, recogí los libros que aquí están y por supuesto que quien me abrió, Se identificó con ese nombre y me dijo lo que tenía que llevarme.
Sí, pero ahora está muerto y tú con unos 200 libros de un valor considerable y sin un comprobante de que te fueran entregados. Aunque supongo que habrá una explicación sensata.
Cogió su portátil y buscó en internet las funerarias que en la capital había y buscó las esquelas de fallecidos, tras ojear varias funerarias a la tercera encontró lo que buscaba, en una esquela con la foto del fallecido, reconoció al Sr. Frutos.
Éste es dijo mostrando la esquela que aparecía en la pantalla del portátil. Aunque la foto evidentemente se le veía algo más joven, era la imagen del señor que le abrió. ¿Qué opinas?
Creo que lo mejor es que te olvides de esto, coge los libros, llévatelos a tu casa, disfrútalos o ponlos a la venta a alguien que pague por ellos su valor, aquí quedan fuera de lugar no se venderían o no obtendrías el valor que de verdad tienen, por otro lado, aquí están expuestos a que alguien pregunte y te puedan acarrear problemas.
El sonido del teléfono les sobresaltó de sus elucubraciones.
Dígame
Oiga, me ha llamado antes, preguntando por mi padre y no me ha dicho que quería con él.
Quería saber si está interesado en la venta del Renault Torpedo que posee.
No sé quién es usted ni porqué sabe que mi padre posee ese vehículo, pero hace mucho tiempo que sus pertenencias quedaron en su casa del pueblo, y aún no hemos decidido que haremos con ellas. Grabaré su número y le llamaré cuando tomemos una decisión sobre su venta o no. ¿Cómo me dijo que se llamaba?
Carlos, Carlos Martínez
De acuerdo, estaremos en contacto.
Roberto miraba a Carlos incrédulo. ¿Sabías que el señor Frutos tenía ese coche?, tú que eres un fanático de los coches y no me lo había dicho. ¿Me estás ocultando algo más?
No, no te pongas paranoico, el coche lo vi cuando entramos a la cochera por las cajas de libros, también había un Mercedes Benz 200 Fintail W110 del año 1965, si no te he hablado antes de ellos es porque lo había olvidado, con este asunto de los libros me había quedado en blanco.
Joder Carlos, espero que no me ocultes nada, confío en ti, pero ahora ¿por qué te has interesado en la compra de ese coche?
No, no estoy interesado en comprarlo. Bueno si, si lo ponen a la venta a un precio razonable, pero eso es otra cuestión. Era una salida porque no sabía que decir cuando me ha preguntado para que había llamado interesándome por su padre.
Está
bien. Vayamos a cenar, olvidémonos de esto de momento. ¿Te apetece Carlos?
Supongo que será lo mejor que podemos hacer, esperar acontecimientos.
CAPÍTULO II
Rosana la chica de servicio que atendía al Sr. Frutos, entró en la casa, tenía llave y lo encontró en la cocina.
Hola, buenos días Sr. Frutos, que bien le veo hoy. ¿Ha desayunado ya?
No, la estaba esperando, hoy desayunaremos juntos, ya me quedan pocos días de estar aquí. Me voy con mi hijo a la capital.
Que me está contando.
Pues sí, como ve, día sí, día también no me encuentro bien, lo cual es una lata para mi hijo que si lo llamamos es un problema ya que desde la distancia nada puede hacer y si no lo hacemos obviamente se incordia. Hemos pensado que lo mejor es que me vaya con él allí.
Le extrañó mucho que le hablara de irse a vivir con su hijo, este había hablado con ella para proceder a su baja laboral y lo que le había comentado es que llevarían a su padre a una residencia cercana a su domicilio. Le vio tan contento que no quiso amargarle la mañana.
Rosana, hoy vamos a preparar unos libros que quiero llevarme conmigo. Son libros que pertenecieron a mi abuelo y a mi padre, ahora yo quiero que sean para mi hijo, ya le he dicho muchas veces que se los lleve, pero no ha tenido oportunidad, y que mejor que ésta ocasión para que se los lleve de aquí, al final me moriré y venderán la casa hasta con las pertenencias y no quisiera yo que estos libros que son de la familia desde hace muchos años, dejaran de serlo.
Desayunaron en la cocina. Unas tostadas con aceite y un café con leche. Cuando terminaron fueron al salón. Frutos iba indicando a Rosana los libros que debía retirar de las estanterías y guardar en unas cajas que había preparado para tal fin.
Les llevó casi una hora recogerlos.
Está genial, estas cuatro cajas han venido que ni a la medida. Ves Rosana la manía que tenemos los viejos de guardar las cosas al final siempre terminas dándole una utilidad. Tú empeñada en tirarlas y la bronca que me echaste cuando me viste entrar con ellas a la casa. Parece usted un mendigo, me dijiste, ¿dónde va con eso?, ande déjame que las pongo en la basura. Tuvimos una pelotera, hasta creo que te molestó que te dijera me iba la vida en ellas. No comprendiste lo que te quise decir. Pues ahora ya lo ves, parte de estos libros que aquí hemos guardado fueron el orgullo de mi abuelo, después de mi padre y todos ellos son mi mayor satisfacción de toda la biblioteca que poseo. Pueden quemar el resto de ella, pero por estos libros daría mi vida.
Ande,
ande no digas tonterías su vida o la de cualquier persona es más valiosa que
ese montón de libros, por muy antiguos que sean.
Usted encárguese de que cuando venga mi hijo los meta en el maletero del coche, de hecho, solo preparé una maleta y un bolso de viaje con mi ropa, para que no me diga que va el coche cargado. Lo que me haga falta ya lo compraré allí, así cambiaré de lux y vestiré con un aire más joven.
Pues debería empezar por recortarse esa barba, le hace parecer al abuelito de Heidi, y aunque vistiera con vaqueros no rejuvenecería ni unos meses.
Eso sí que no, esta barba empecé a dejármela cuando murió Carolina mi mujer, y no pienso cortármela nunca.
Pues como siga creciendo y usted encorvándose acabará pisándola.
Es usted muy graciosilla. La voy a echar mucho de menos cuando me vaya, la verdad es que usted me ha hecho mucha compañía en estos dos años desde que me falta mi mujer.
Y yo a usted. Supongo que en vacaciones o algún que otro fin de semana vendrán a ésta casa. Estaré disponible para todo lo que necesite referente a la casa, que por otro lado su hijo me ha encargado que la mantenga siempre lo más adecentada posible. Mintió porque la verdad no le hubiera gustado al Sr. Frutos. La orden de su hijo era cerrar la casa y ponerla a la venta en cuanto le fuera posible.
Había quedado el sábado por la mañana en pasar para despedirse del señor Frutos, así que acudió muy temprano, esperaba que éste aún estuviese durmiendo, pero lo encontró ya en la cocina.
Hola, ¿qué hace ya levantado?
La verdad es que no he dormido mucho. Voy a dejar la que ha sido mi casa desde que me casé hace 53 años. Aquí he vivido toda mi vida, ahora al marcharme, no es el dejar atrás todas estas cosas materiales lo que me molesta, esto son solo enseres. Siento que cada rincón de esta casa me trae recuerdos, buenos, malos, regulares, es mi vida la que dejo aquí. Al menos los libros que me acompañarán a mi destino serán lo único que tendré que me hará recordar a mis antepasados y toda mi vida pasada.
Los recuerdos traen pesadumbre, debe procurar que no le hagan daño, más bien debe buscar aquellos recuerdos que le traigan satisfacción.
Tienes razón hija, pero en una vida tan larga como la de este viejo que ves, puedes tener por seguro que las cosas buenas no son tantas y en la vida las cosas malas cuestan mucho olvidarlas por eso siempre andamos quejándonos de la vida. Si a lo largo de nuestra vida apuntáramos todos y cada uno de los tiempos de los momentos en los que somos felices estoy seguro que solo supondría escasamente días, semanas quizás, y fíjate no esforzamos en llegar a los ochenta años de vida, longevos y jóvenes al mismo tiempo ¿qué contradicción?
Si va a seguir hablando así, tan filosófico me va hacer llorar, y bastante tendré cuando le vea partir. ¿Desayunamos ya?
Perfecto, pero hoy voy a darme un capricho, mientras prepara el desayuno tomaré una copita de anís, ¿le apetece a usted, una copita?
No sé si usted debiera con la medicación que toma, pero si es pequeñita yo no diré nada y de paso le acompañaré tomándome yo otra, si es anís seco, el dulce es muy empalagoso.
Genial. No lo hubiera imaginado. Aunque tiene razón raja un poco, pero yo tampoco puedo con el dulce.
Estaban terminando de desayunar cuando su hijo entró la cocina acompañado de una mujer.
Hola papá, hola Rosalía
Hola hijo, ¿queréis desayunar?
No, ya hemos desayunado.
Nos presentas a esa mujer tan bella dijo Frutos.
Es mi mujer.
¿Tu mujer?
Si. Ella es María. Él es mi padre, y ella es Rosalía, quien cuida de él y de la casa.
Pero hijo acaso ¿te has casado?
Sí, lo hicimos hace un mes. Por la iglesia, fue una ceremonia sencilla solo los amigos más allegados nos acompañaron a un restaurante donde almorzamos. María es de Rumanía no tiene familia aquí.
Y yo, yo no soy tu padre. ¿No crees que yo debería de haber estado acompañándote en ese momento tan importante de tu vida?
Fue el sábado que Rosalía nos dijo que te dieron el alta del hospital, tras tu neumonía, no estabas en condiciones de viajar, los médicos te habían recomendado reposo y por ello no te quisimos inquietar, bastante tenías con preocuparte de tu estado de salud.
Frutos acusó el golpe que le causaba la noticia que recibía de su hijo, no lo hubiera esperado ni en sus peores pesadillas. Saludó a su desconocida nuera tendiéndole la mano y ésta le correspondió abrazándole y dándole un par de besos en las mejillas.
La espontaneidad del saludo animó a Frutos que había sentido una enorme tristeza por lo que acababa de conocer.
¿Os vais a quedar para almorzar o nos marchamos cuando hayáis descansado un poco?
No, nos iremos en cuanto estés preparado.
Está bien, subiré a mi habitación a recoger mis cosas y nos podremos marchar en cuanto dispongas. Ah, mientras pon el maletero unas cajas que hay en el despacho. Son los libros de los que siempre te he hablado que quiero que conserves. No te preocupes no iremos muy cargados yo voy a llevarme poca cosa.
Cuando Frutos salió de su cocina, su hijo ordenó a Rosana que llevara las cajas a la cochera. No quiero que las vea cuando baje de su habitación, le conozco y sé que lo hará, yo me encargaré de coger sus maletas, si pregunta por las cajas le diremos que ya están en el coche.
Rosana obedeció sin rechistar la orden, pero frunció el ceño imaginando el sufrimiento de Frutos cuando se percatase de que los libros se quedaron en la casa.
Cerró la maleta y el bolso que tenía preparado y llamó a su hijo para que subiera a echarle una mano, obviamente bajar él las escaleras con todo el equipaje era demasiado para su edad.
María, que cogió al anciano del brazo y le ayudó a bajar. Su hijo que les precedía salió de la casa para dejar en el coche las valijas del anciano.
Ya en la planta baja el anciano se descolgó del brazo de María quien se marchó a buscar a su marido, mientras el anciano fue hasta el salón. Miró dentro comprobó con satisfacción que las cajas no estaban y llamó a Rosana. Ésta que estaba terminando de recoger la cocina acudió presta a su llamada.
¿Que desea señor Frutos?
Quiero darle las gracias por estos dos años que ha estado a mi servicio, y como último favor deseo que cuide de la casa hasta que yo fallezca, no sé si volveré a ella después de que salga de aquí. Toda mi vida, toda mi felicidad ha estado ligada a esta vivienda. Sé que ahora debo marcharme por ello le agradeceré que mientras yo viva la mantenga adecentada. Recibirá una gratificación mensual por ello.
No se preocupe señor Frutos, ya está todo acordado con su hijo y la casa quedará a mi cuidado y en perfecto estado de revista para cuando ustedes vayan a venir o de visita o a pasar unos días. Se despidió de ese hombre, que estaba segura no volvería a ver más abrazándole y besándole mientras no podía evitar que sus ojos se humedecieran.
Esperó hasta que el coche se alejó, para entrar en la casa, también ella cuando saliera de sería la última vez que estaría allí. Lo que más le dolía era haberle tenido que mentir al anciano. El hijo del Sr. Frutos le había dado la orden de dejarla, podía llevarse los alimentos que hubiera en la despensa y en el frigorífico, ya que mañana mismo llamaría a la compañía eléctrica para cortar la luz.
Volvió a la cocina donde se sirvió otra copa anís, recorrió toda la casa comprobando que quedase bien cerrada. Sintió una enorme tristeza pensando en el señor Frutos y se sorprendió a sí misma diciendo que clase de hijo de puta se casa y no se lo dice a su padre.
Pero qué tipo de canalla hay que ser para engañar a su padre como lo ha hecho para no llevarse esos libros, que sabe que son parte de su vida, o decirle que va a su casa con él cuando en realidad lo va a llevar a una residencia. Iré a verle personalmente en vez de enviarle las llaves por una agencia. Creo que yo tampoco me he portado hoy particularmente bien con él, y no creo que lo merezca.
Cerró dando un fuerte portazo, pero sintió que aún le debía un último favor al Sr. Frutos.
CAPÍTULO III
Carlos estaba con su amigo Roberto en el local, cuando sonó el teléfono.
Dígame
Carlos Martínez,
Sí, ¿dígame quien es usted?
Soy Frutos, hablamos hace unos días, me dijo que estaba interesado en la compra de un viejo coche que pertenecía a mi padre, tengo una oferta sobre él, pero usted me llamó primero y si sigue interesado creo justo que sea a usted a quien se lo ofrezca antes, la verdad es que me gustaría vender los dos a la vez. A mí no me interesan para nada y quisiera que no me llevase mucho tiempo venderlos, nada me ata a esa ciudad y por eso los vendo al igual que la casa de perteneció a mis padres. ¿No estará interesado en la casa también?
Dígame un precio de todo el lote, no había pensado en la casa, pero si me dice un precio razonable podría pensarlo.
¿No me toma el pelo? Le voy a dar precio para que no se lo piense. Tenga en cuenta que la parcela tiene 2000 metros cuadrados, piscina y una casa de 200 metros amueblada. Tiene dos cuartos de baño, cuatro dormitorios, salón con chimenea y cochera donde caben perfectamente cuatro coches. Puede verla cuando quiera. Serían 400.000€ incluidos los dos coches del garaje.
Déjeme consultarlo con mi familia, le doy la respuesta mañana en la mañana. Cuando cortó la llamada pensó. Es extraño, es muy barato los dos coches nada más podrían valer un pastizal.
Contó a Roberto la oferta que le había hecho y le preguntó ¿qué te parece a ti esto?
Fenomenal, la propuesta, porque o tiene muchas ganas de hacer dinero del patrimonio que ha heredado del padre, o hay gato encerrado. Por otra parte, a ti te viene genial, ya no tendrías que dar explicaciones de la procedencia de los libros, ante cualquier contratiempo podrás decir que entraron con la compra de la casa, tu preocupación resuelta.
Es verdad no hay caído en ello. Averiguaré si hay algún problema con la casa y no dejaré pasar ésta increíble oportunidad. ¿Me acompañarás cuando quede para ver la casa?
Por supuesto. Llámale y te acompañaré a verla.
Sí, lo haré en cuanto hable con Pedro, él es abogado y sin duda podrá asesorarme para la compra y de paso indicarme lo que debo de hacer para averiguar las cargas que pudiera tener la finca.
¿Pedro?, ¿nuestro compañero Pedro Ramírez, el profesor de filosofía?
El mismo, es licenciado en filosofía, pero también es abogado, de hecho, solo ha aceptado el contrato para un par de años, piensa abrir su propio bufete en cuanto tenga suficiente liquidez para poder hacer frente a su proyecto.
Yo diría que te viene todo rodado, es como si todo el universo se hubiera confabulado para que no solo los libros sino la casa y los coches sean de tu propiedad.
¿Por qué? dices eso.
Ya sabes que los misterios son mi fascinación, y desde que aparecieron esos libros en tu poder, me da la sensación de que quien te los regaló, quiere algo más de ti, o desea que los libros vuelvan a ocupar el espacio que tuvieran en esa casa. La verdad es que si fuesen míos por nada del mundo me desharía de ellos. Sentí una extraña premonición cuando tuve en mis manos Anomalías e Inquietudes, de todos los títulos que había fueron esos dos los que tuve en mis manos.
Sabes que no me gusta que me cuentes tus paranoias, tengo sobradas muestras de que eres sensitivo y que lo paranormal te atrae, pero a mí no me metas en tus fantasías.
Está bien, siempre te digo lo que pienso y nada lo que te está sucediendo desde que tienes esos libros es predecible.
Les costó un par de días averiguar que la casa estaba libre de carga y comprobar que no tendría problemas con su Banco en pedir el préstamo del dinero que le faltaba para hacer frente a la compra de la vivienda. Así pues no tendría que poner a la venta su piso, pensó ponerlo en alquiler y cuando lo comentó con su amigo Roberto recibió la satisfacción de que éste sería en cuanto le fuera posible su inquilino, habían acordado el precio y para ambos era satisfactorio. Para Roberto era el mismo que pagaba por el que actualmente ocupaba y éste era más grande, más céntrico, más cómodo por los servicios que poseía, gas natural, calefacción, aire acondicionado, ascensor y hasta piscina comunitaria y lo mejor el parking en el mismo edificio. Al cual bajaba desde su planta directamente al mismo. En el que él actualmente vivía tenía que dejar el coche en el parking del edificio de enfrente.
Para él, que el piso fuese ocupado por su amigo era garantía de que estaría en buenas manos y ni que decir tiene que tenía garantizado el pago del precio acordado, lo que redundaría en no tener problemas en las cargas que él contraería en la compra de la vivienda. Aunque ciertamente no las tendría aunque no lo hubiese alquilado, ya que tanto su cuenta corriente como su salario le permitían la compra que había acordado. Lo cierto es que él era muy meticuloso en su economía y tener un colchón para imprevistos le daba una seguridad que le despreocupara de estos asuntos.
Realizadas todas estas gestiones llamó a Frutos para quedar en ver la casa y asegurarle que si era de su agrado cerrarían la compra. Le indicó que podía pasar a verla aunque él no pudiera atenderle, solo iría a firmar la documentación si cerraban el trato. Le dio el teléfono que una señora que había estado al servicio de su padre en la casa y que tenía las llaves, para que quedara con ella y pasar a verla. Antes de colgar quedó en que le llamaría cuando la hubiese visto para concretar o comunicarle que no era de su agrado, si tal era el caso.
Tras esta llamada comunicó con el teléfono que le había dado, marcó el número y esperó que fuera atendida su llamada.
Al tercer toque oyó la voz de una mujer que respondía. Dígame.
Rosalía,
Sí, dígame.
Verá su teléfono me lo ha dado el Sr. Frutos Montes. Mi llamada es para quedar con usted para ver la casa de este señor, la cual estoy interesado en comprar. ¿Cuándo le vendría bien poder atenderme?
Cuando usted, quiera.
¿Podría ser hoy mismo?, en treinta minutos podría estar ahí.
De acuerdo, voy para allá le estaré esperando.
Tal como había previsto estaba en la casa en el tiempo indicado, le acompañaba su amigo Roberto.
La señora Rosalía estaba en la puerta de entrada esperándoles. Se saludaron y pasaron a la propiedad. Cuando ésta se adelantó para abrir la puerta de la casa tuvo el presentimiento de que algo le era familiar en el modo de andar de la mujer.
Recorrieron todas y cada una de las habitaciones de la casa, la mujer que había llegado antes había abierto todas las ventanas y la luz esplendorosa de la fría tarde de otoño que pronto empezaría a declinar dejaba patente que la casa era bastante luminosa en todas sus habitaciones.
Cuando terminaron de ver la casa, salieron por la puerta de la cocina que daba al exterior justo donde se encontraba la piscina. Recorrieron el lateral de la vivienda y justo en la parte trasera de la casa llegaron a la cochera que también estaba abierta de par en par, y entraron.
Roberto se quedó extasiado mirando los coches que allí estaban aparcados. Y mirando a Carlos dijo, vaya dos joyas.
Rosalía
que no había hablado prácticamente durante todo el recorrido por la vivienda
dijo.
Las verdaderas joyas de esta casa son los libros que poseía el Sr. Frutos Montes Sánchez, el padre de éste imbécil que solo quiere hacer de todo esto dinero sin importarle lo que significó para su progenitor esta finca.
¿De qué libros habla dijo Carlos?
Rosalía no respondió, le miró profundamente a los ojos y solo dijo, ojalá vuelvan a las estanterías de la biblioteca de la casa, cada libro que retiraba de ellas el Sr Frutos días antes de su partida, era recordado por éste, por los momentos que significaron en su vida, en la de su padre y en la de su abuelo. Quiso llevárselos con él a la que creía sería su nueva residencia la casa de su hijo. Pero éste no solo ya tenía previsto acabar con él encerrándolo en una residencia, sino con todo lo que significaba para su padre sus libros, los que dejó tirados en cajas en esta misma cochera, aquel fatídico día de su partida recibió varias puñaladas que sin duda no han tardado en acabar con su larga vida.
Carlos y Roberto se miraron sin saber que expresar.
Rosalía siguió con su letanía, ahora en voz baja como murmurando, al menos antes de morir supo que sus libros estarían en buenas manos, todo lo demás no tenía importancia para él.
Aunque esto último lo había dicho bastante bajito ambos los oyeron perfectamente.
Roberto no pudo reprimirse y preguntó ¿qué pasó con los libros?
Tengo la seguridad de que volverán ocupar el lugar que dejaron vacío en la biblioteca que han visto en el salón de la casa. Ellos como las personas esconden secretos. Ahora sé que los libros son como los amigos inseparables siempre acaban volviendo. Sin duda los libros tienen vida propia. Calló de repente como si hubieran sellado su boca.
El ligero balanceo que hacía Rosalía al caminar le hizo imaginar a Carlos que, si ésta se encorvara un poco, se apoyara en un bastón. Vestida de hombre y disfrazada con una imponente barba blanca podría ser perfectamente la persona que le dio las cajas y que verdaderamente tuvo poco tiempo de ver. Por ello no evitó descubrir a ésta.
¿Dígame señora porqué me llamó para que retira la caja de libros?
No sé cómo ha sido capaz de identificarme, pero creo que siendo así estoy segura de que el Sr. Frutos estará allá donde esté satisfecho de donde han ido a parar sus libros. Al principio no estaba de acuerdo conmigo ya que pensaba que usted acabaría vendiéndolos pero era tan loable su labor que fue lo que le hizo decantarse. La enseñanza había sido también parte de su vida, ejerció de maestro desde que terminó la carrera hasta que se jubiló e incluso durante algunos años de su jubilación disfrutó dando clases en un centro de mayores a personas que apenas sabían leer y escribir.
¿Por qué se disfrazó para darme los libros?
Verá, cuando supo que su hijo no se los había llevado cuando salieron de aquí. Él que además pensaba que iba a casa de su hijo a pesar el resto de lo que le quedara de vida quedó destrozado. En cuanto me fue posible fui a visitarle y entregarle las llaves de esta casa. Me dijo que me quedara con ellas, sabía que su hijo había ordenado que se cerrara y que ni siquiera se mantuviera adecentada, por lo que me indicó que al menos de vez en cuando pasase a darle una vuelta. En cuanto a los libros me dijo que me quedara con ellos, pero denegué la oferta sabía lo que significaban para él y yo sé leer gracias a que él me enseñó y la verdad nunca he leído un libro no sabría apreciarlos en su valor, a lo sumo los hubiera conservado como objetos no de valor tangible sino de valor sentimental que era lo que para mí podían significar recordándome siempre al Sr. Frutos a quien conozco y he servido desde hace muchos años.
Unos días antes de su fallecimiento fui a visitarle, le dije que me había enterado de un señor que recogía libros usados, que era para un fin loable y aunque al principio puso algún reparo el hecho fue que aceptó a que se los diera. Mi duda fue que si se los daba yo, podría tener algún problema con su hijo que aunque usted crea lo contrario es un tipo ruin y sobre todo inhumano, así que no estaba dispuesta a sufrir las consecuencias que pudieran acarrearme y por otro lado no quería que la voluntad del Sr. Frutos casi en su lecho de muerte no se llevase a cabo, tengo la espinita clavada de cuanto le mentí el día que se marchó de esta casa al no poder contarle la verdad de lo que se le venía encima con los engaños de su hijo.
Ahora sé que el disfraz no fue muy bueno puesto que me ha identificado rápidamente. Me vestí de hombre con ropa del Sr. Frutos que hay en la casa, utilicé unos de sus muchos bastones que habrá visto en su despacho, le gustaba coleccionar. Lo más difícil fue conseguir la barba, pero tras visitar varias tiendas de disfraces y algunos retoques que hice con ella conseguí que fuera lo más parecida posible, por eso solo hice que me viera cuando no tuve más remedio que era para abrirle y enseñarle donde estaban los libros que iba a recoger, el resto ya lo conoce.
Realmente el disfraz estaba genial, e incluso su voz, desconozco la que tenía el Sr. Frutos, pero debió imitarla muy bien, cuando le hablé a su hijo de la voz grave de su padre éste no hizo ninguna observación.
Realmente tenía una voz grave, yo le imitaba muchas veces burlándome en broma con él y le hacía mucha gracia, siempre me decía, alguna vez cuando no quiera hablar con alguien por teléfono te dejaré a ti para que me suplantes. ¿Entonces como me ha reconocido?
La verdad es que el leve balanceo que hace al caminar me recordó al del anciano y en mi imaginación la he ido disfrazando y sin duda ha sido más mi atrevimiento de lanzarme a descubrirla que la certeza absoluta de que fuera.
Maldita sea, este balanceo ya me acompañará de por vida, una operación de cadera, tras una caída que sufrí el pasado año es por fortuna lo que me queda de lo que en un principio pensaron me dejaría postrada en una silla de ruedas, al menos es lo menos grave que me podía pasar, aunque ahora ha servido para delatarme.
No se preocupe, será nuestro secreto, ni usted ni yo estamos interesados en que esto lo conozca nadie.
Instintivamente ambos miraron a Roberto y Carlos se apresuró a contestar. Roberto es un amigo de toda la vida, es como mi hermano y me alegro que haya estado presente en esta conversación, si alguna duda tuvo de la procedencia de los libros le ha quedado meridianamente disipada.
Roberto asintió con la cabeza y solo dijo, yo soy una tumba.
¿Comprará la casa? Dijo Rosalía.
Sí, y quiero contar con su ayuda para adecentarla y sobre todo colocar los libros en las estanterías en el mismo lugar que ocupaban. Así que la llamaré en cuanto la casa sea de mi propiedad.
Rosalía, se quedó cerrando las ventanas, mientras ellos abandonaron la finca. Montaron en el coche en dirección a casa de Carlos.
Todavía habría de pasar casi un mes hasta la firma del contrato. Cuando conoció en persona a Frutos Montes Córdoba, le pareció el ser más despreciable de todos los que había tratado en su vida. Durante un buen rato estuvo rebuscando adjetivos calificativos que definieran a un tipo abyecto, infame, indigno, rastreo, innoble, depravado, detestable, repugnante, repulsivo y aborrecible que solo pretendía hacer dinero de la había sido la casa de sus padres. Carlos le propuso que sacara los objetos que considera personales o de valor que entendería perfectamente que quisiera conservarlos y que razonablemente no entrarían en el valor de la casa.
Pero este perverso ser solo quería firmar el contrato, el dinero en su cuenta y dejar atrás un pasado que según parecía a él no le ataba para nada ni en lo sentimental, ni lo nostálgico ni tan siquiera por lo que pudiera haber supuesto para sus progenitores. Se puede ser tan insensible.
El espejo del abuelo
Sentada de lado en la barra de la bicicleta con una maleta sobre su regazo, y su marido pedaleando recorrían los catorce kilómetros que había desde su casa en el cortijo de Las Cabezas próximo a la aldea de Algar hasta el restaurante de sus tíos en Carcabuey. Ese sería su viaje de bodas el 15 de marzo de 1957, tras una ceremonia sencilla en la que se sintió sola ya que solo asistieron sus tíos, quienes la habían criado desde pequeña que era su única familia que hasta entonces conocía y por parte de su esposo sus padres y sus tíos por línea paterna.
Ahora
comenzaban una nueva vida. Iban al que sería su nuevo hogar, dejaban atrás el
trabajo duro del campo para irse a trabajar, ella en la cocina y él de
camarero. Poco tardarían en darse cuenta que era casi por la comida y la
vivienda. Una modestísima habitación con una minúscula ventana que daba a la
calle y sin más enseres que una mesa camilla, dos sillas y una cómoda con un
espejo que descansaba sobre la misma, ese lugar de la estancia hacía de salón.
Una feísima cortina de un color que era difícil de adivinar por lo descolorida
y raída que estaba, dividía la estancia y tras ella una cama de
matrimonio niquelada dos mesitas noche y un baúl para lo que sería el
dormitorio. Ésta era la vivienda que les habían preparado sus tíos en el desván
de la casa donde estaba el establecimiento.
Llegaron
cansados y sus familiares, se limitaron a felicitarlos sin mucho entusiasmo y
reprenderles por la tardanza, le enseñaron el restaurante, la cocina y el resto
de dependencias de la casa que eran utilizadas para el uso del negocio, todas
en la parte de abajo de la vivienda que estaba situada en el centro de la
ciudad y en una plaza en la que estaba el Ayuntamiento y la Iglesia. El primer
y el segundo piso de la casa era la vivienda de sus tíos a la cual se
accedía subiendo unas escaleras que se encontraban tras pasar una puerta
contigua que estaba a la izquierda de la puerta principal por la que se accedía
al restaurante. Al desván se subía por unas escaleras que había en el patio de
la casa justo detrás de un lateral de los servicios del local que también
estaban ahí fuera.
Como si le
hicieran un enorme favor, Gabriel y María los tíos de Magdalena hablaron con
Domingo su marido, para indicarle que hoy podían descansar, darse una vuelta
por el pueblo y disfrutar de su luna de miel. Les dieron veinticinco pesetas
como regalo de bodas, y las llaves del restaurante y le dijo que ponían toda su
confianza en ellos. Debe estar abierto a las 6 de la mañana y no cerramos en
todo el día, por la noche cerraréis cuando ya no haya clientes, el horario de
las comidas será de 2 a 4,30 al mediodía y por la cena de 9 a 11 horas, sábados
y domingos igual. Podréis comer antes o después de las horas del comedor según
os apetezca pero solo de la comida que se haya preparado para el menú.
Ajustaremos vuestro salario en relación a las ventas diarias que se realicen.
Esperamos no tener que arrepentirnos de haberos dado una oportunidad de tener
una vida más cómoda, debéis agradecernos esta oportunidad con vuestra fidelidad
absoluta.
Subieron a
su cuartucho donde dejaron la maleta que contenía todas sus pertenencias, se
abrazaron, se besaron y él con su labios recogía las lágrimas que corrían por
las mejillas de ella, aunque no sabía bien si era por la emoción de estar
juntos o por la pesadumbre que suponía la carga de un trabajo que nada tenía
que ver a como se lo había pintado su tía cuando le dijo que tras su boda
tendría su vida resuelta bajo su cobijo.
Ella mirando
la duda reflejada en la cara de su esposo y como si leyese sus pensamientos,
dijo: cariño soy muy feliz solo con estar contigo. Juntaron sus labios y
se besaron apasionadamente hasta que la falta de aire, les hizo
separarse. Y como en un acto reflejo ambos miraron al espejo que
estaba enfrente de ellos y sintieron un escalofrío al sentirse
observados, junto a sus imágenes reflejadas, a la derecha del mismo se
difuminaba una imagen de un hombre de aspecto cansando, cabello gris, arrugas
visibles en rostro y manos y con unos ojos brillantes que reflejaban mucha
tristeza. Magdalena se estremeció al reconocer a su abuelo en el hombre del
espejo.
Bajaron y
salieron a la plaza, recorrieron abrazados algunas calles de la ciudad ni uno
ni otro hablaron lo que habían experimentado. Fue ella quien dijo, ¿tú lo has
visto igual que yo?
Si, ¿por
qué, te estremeciste a ver la figura de ese hombre?
Me pareció
que era mi abuelo, dijo describiendo al hombre que había visto.
Es el mismo
que he visto yo dijo Domingo. ¿Y que puede significar esto?
No tengo ni
idea, mi abuelo era el dueño de esa enorme casa, y de otras, así como de fincas
de olivos y el cortijo donde he vivido hasta ahora. Mi padre era el menor de
tres hermanos, murió cuando yo no había cumplido aún los nueve años, poco
después mi madre murió, quedé a cargo de mi tío Ramón que es quien se hizo
cargo de mi al no tener hijos, es verdad que me ha tratado como una hija pero
también es cierto que he tenido que trabajar como una burra.
¿Y tu otro
tío?
Es mi tía
Carmen se casó y se fue a vivir a la capital, es al igual que mi padre la única
que ha tenido hijos, son dos varones bastante mayores que yo, apenas nos
conocemos, solo cuando yo era pequeña algún que otro verano solían pasar unos
días en el cortijo. Hace años que no se de ellos.
¿Y la
propiedades de tu abuelo como han ido a parar a manos de tu tío Ramón y
Gabriel? ¿Tu tía Carmen y tu padre no obtuvieron nada?
No sé, mi
tía Carmen se enfrentó con mi abuelo quien no quería que se casase con el
que era su novio de toda la vida, y cuando fue mayor de edad se casó en contra
de su voluntad y se fueron, según alguna vez le oí contar a mi tío Ramón. Así
pues estos dos son los que se hicieron con la herencia del abuelo.
El
enorme trabajo que suponía llevar el restaurante era una carga excesiva para la
joven pareja, que sólo contaban de vez en cuando con la ayuda de su tío a la
hora de servir las comidas los días de diario, cuando el restaurante estaba
saturado de clientes, los sábados y domingos lo hacía un camarero que su
tío contrataba por horas.
Para
Domingo el trago más amargo era cuando Gabriel les paga el salario ni tan
siquiera era un pequeño porcentaje de las ventas, sino la cantidad que le
parecía bien y que la mayor de las veces era tan exigua que no compensaba la
cantidad de horas que el matrimonio trabajaba. Más pareciera una limosna que le
daba. Además le recordaba si observaba la mala cara que éste ponía, que tenían
que darle las gracias por tener un sitio para vivir y poder comer todos los
días.
Durante
el año que llevaban en el restaurante, y viviendo en desván se habían
acostumbrado a ver la figura del abuelo que se reflejaba en el espejo, ya no
sentían escalofríos ni miedo, aunque procuraban no abrazarse frente al espejo,
quizás en señal de respeto, cuando miraban hacia el mismo le veían, ahora ya no
se difuminaba la imagen rápidamente y a veces pasaban varios minutos mirándole.
Ultimamente su cara parecía haber cambiado ya no reflejaba tristeza, dejando
entrever una ternura en la misma que a Domingo le sacó de sus casillas el día
que cuando subieron a descansar y tras haberse enfrentado a Gabriel por su
raquítico salario no pudo reprimirse y le habló a la figura del abuelo como si
estuviera allí presente. Maldito seas, esta es la vida a la que has relegado a
tu nieta trabajando como una burra desde que era pequeña para su tío Ramón y
ahora para éste. Que habrán maquinando estos dos para que tu única nieta no
tengan de su abuelo ni ese impresionante cordón de oro que cruza tu enorme
barriga hasta el chaleco donde seguramente guardas un reloj igualmente de oro
que nosotros no tendríamos nunca aunque trabajemos toda una vida y dos si es
posible vivirlas.
María
abrazó a Domingo, y miró de soslayo al espejo y dijo:
-
lo siento abuelo, es que como sabes cada día estoy más cansada y se me hace muy
penoso el trabajo, y él sufre de verme así, por eso está tan alterado, aunque
la verdad es que el tío Gabriel es un usurero. Al menos hemos conseguido tras
la discusión que compartamos la mitad de las propinas. Esto nos vendrá muy bien
porque creo que ya se a que se debe mi cansancio.
Domingo
acarició el cabello se su mujer mientras la besaba en la frente y las mejillas
buscando sus labios. ¿Estás enferma amor mío?
No,
cariño, estoy embarazada.
Los
ojos de él se inundaron de lágrimas, cogió a María en brazos, apartó de un
manotazo la cortina, depositó a su mujer en cama y se tumbó junto a ella,
abrazados, besándose les sorprendió el amanecer cuando acabaron de hacer el
amor una vez más tras la fogosa noche que habían tenido.
Durante
todo el día estuvo inquieto esperando la llegada del tío Gabriel al
restaurante, nada más verle llegar le dijo, tiene que ir pensando en buscar una
chica que ayude a Magdalena en la cocina.
¿Y
eso, por qué? que le ocurre a esta haragana?
Quiso
decirle que era un miserable pero se contuvo y solo respondió:
-
está embarazada, debería pensar en la criatura que se está gestando en su vientre.
Solo
servís para eso, acaso crees que no me doy cuenta de que todo el día estáis de
carantoñas.
No
voy a alimentar otra boca más, además un crío trae muchos gastos y creo que no
estáis en condiciones de mantenerlo, deberías pensar en darlo en adopción.
Es
un usted un……..
Anda
dilo, ayer estuve a punto de poneros de patitas en la calle, y creo que me lo
estáis poniendo muy fácil.
No
hace falta, nos vamos, se dio media vuelta y voceando llamó a Magdalena.
Ella
lloraba desconsolada cuando subió al cuartucho, mientras recogía sus pocas
pertenencias. Domingo atendía a los pocos comensales que aún había en el
restaurante en deferencia a los clientes.
Magdalena
cerraba el cajón de la cómoda cuando sintió estallar el cristal del espejo como
si hubiese sido golpeado desde atrás, algo realmente imposible, miró hacia el
mismo y la figura del abuelo se veía reflejada en la multitud de los pequeños
trozos en la parte en la que se había roto el mismo, y se percató de unos
papeles que había entre el cristal y la trasera del espejo.
Cayó
de bruces sobre una silla cuando leyó el contenido de lo parecía ser el
testamento o las últimas voluntades de su abuelo, en las que según allí se
reflejaba los herederos legítimos de la mayor parte de sus propiedades eran sus
nietos, Raúl, Juan José y Magdalena, a quienes perdía perdón. A los chicos por
el daño causado a su madre que se vio obligada a dejar su ciudad, y a la chica
por el olvido tras la muerte de su padre desentendiéndose de ella.
Bajó corriendo al restaurante, abrazó a su marido, le dio los papeles hallados mientras le contaba el contenido del los mismos y le dijo, nosotros no nos vamos, ahora lucharemos por lo es nuestro y serán los tíos los que tendrán que irse.
Eres de papel
![]() |
- ¿Doctora Isabel Guerrero?
- Sí, soy
yo, ¿qué desea?
- ¿Tiene
unos minutos? Me gustaría hablarle de su madre.
- ¿Quién es
usted? Uno de muchos puteros que se han acostado con ella.
Perplejo por
el lenguaje empleado por la doctora, no pudo evitar contestarle.
- Creo joven
que esa falta de respeto hacia mi persona y ese vocablo tan soez no se lo ha
enseñado su madre. Debería reconsiderar los términos en que me ha hablado.
Comencemos de nuevo.
- ¿Acaso es
usted mi padre? Porque si lo es, no tenemos nada que hablar.
- Ojalá
fuese yo su padre. Sin duda su madre no habría padecido todo el calvario en que
se ha convertido su vida y usted, por cierto egoístamente, aumenta ese suplicio
abandonándola también.
- No voy a
seguir hablando con usted. ¿Con qué derecho se cree para decirme que he
abandonado a mi madre?
- ¿No es
cierto?
- Mi madre,
eligió su camino, no estoy dispuesta a que el modo de vida tan alegre que ha
llevado, me salpique y manche mi carrera y mi trabajo.
Se contenía
para no abofetear a esa chica insolente, mal educada y que sin duda no conocía
a su madre y el esfuerzo que había realizado por ella. No pudo reprimirse y le
espetó.
- Se vio
obligada a prostituirse. Se abandonó a sí misma y cerró todas las puertas a
rehacer su vida porque el único medio que le garantizaba sacarle adelante y
costearle sus estudios era ése.
Humillada,
la doctora golpeó a Gabriel. Serenamente, éste intentó sujetarla por las
muñecas mientras ella dirigía sus puños cerrados al pecho del hombre. Abatida
se derrumbó, se zafó del él y sollozando se dirigió a su despacho, mientras
buscaba en su bolsillo el móvil para llamar a Seguridad.
Quiso ir
detrás de ella, pero pensó que era mejor que se calmara.
Cuando se
disponía a salir del hospital un vigilante de seguridad con modales muy toscos
le retuvo e intentó reducirlo. A pesar de su edad, consiguió esquivarle y
sacando su placa de policía detuvo en seco al guardia que se disponía a sacar
su porra.
El altercado
no pasó desapercibido por la gente que había a la salida. Muchos de los allí
presentes se pusieron del lado del policía, por ser un hombre de mayor edad. El
vigilante un tipo que más parecía un armario empotrado por su complexión, le
podría haber machacado por algo tan nimio.
Los agentes
de policía que habían sido requeridos y que llegaron velozmente se cuadraron cuando
identificaron al individuo que parecía a ver puesto en jaque a toda la
seguridad del Centro hospitalario.
Éste explicó
todo lo sucedido y requirió la presencia de un superior de los agentes para
seguir el protocolo y dar por zanjado el asunto.
Igualmente
sacó una tarjeta de su bolsillo y dándosela al vigilante le dijo, désela a la
doctora Isabel Guerrero. Tarde o temprano tendrá ponerse en contacto conmigo.
Aunque tuvo
que pasar por comisaría, cuando se verificó que lo sucedido tanto con la
doctora como con el guarda él no había agredido a nadie, por el bien del
hospital como por el buen nombre de los implicados, todos estuvieron de acuerdo
que no se daría conocimiento a la autoridad judicial.
Salió de
comisaría malhumorado y solo el recuerdo de cómo conoció a la madre de la
doctora sofocó, aunque entristeció su corazón.
Habían
pasado ya treinta y seis años. Era policía secreta y aquella misión le había
llevado a un prostíbulo de la ciudad próxima a la que él vivía.
Entró solo.
Su compañero lo haría más tarde.
Se acodó en
la barra del aquel tétrico lugar. La chica que se le acercó a su lado era alta,
delgada, con pelo color castaño y con un cuerpo sensacional. Le dijo su
nombre y le preguntó el suyo a modo de saludo. Se sentó a su lado le cogió de
las manos y ambos se pusieron a conversar.
Se percató
de la entrada de su compañero, pero éste había optado por ir a su aire y
dejarle solo con la compañía de aquella chica a la que sin saber muy bien por
qué invitó a una copa.
No sabría
decir cuánto tiempo llevaban hablando ni como sucedió, pero ella le besó en la
boca y le pareció un beso pasional, pero se rompió todo el encanto cuando le
pidió dinero para continuar. Como volviendo en sí se soltó de las manos de ella
y la invitó a marcharse.
Había pasado
mucho tiempo ya de esto, pero jamás la pudo olvidar. Jamás pudo olvidar a
aquella chica que para él era de papel, que solo por dinero se dejaba querer y
que solo por dinero la podía tener.
Jamás volvió
al prostíbulo, consiguió que le cambiaran de misión.
Ayer, solo
ayer la había vuelto a ver. Ella le reconoció a él y le llamó la atención.
Aquella
chica de antaño le pareció más bajita, sus cabellos blancos, su aspecto
distinguido, su ropa cuidada, le hacían parecer en una anciana venerable. Algo
temblorosa de ojos muy tristes que le conmovieron cuando identificó en ella a
aquella joven que había sido la chica de sus sueños toda su vida.
Se
saludaron.
- ¿Gabriel?
- ¿Isabel?
Ambos
recordaban los nombres. Él en un gesto afable, cogió las manos de ella.
Hablaron como
aquella noche mágica. La invitó a comer en un restaurante próximo al lugar
donde se habían visto por primera vez en treinta y seis años.
No pararon
de hablar durante la comida, más bien ni comieron y cuando retiraron los platos
de la mesa se cogieron de la mano. Durante más de tres horas que llevaban
juntos se habían puesto al corriente de lo que había sucedido en la vida de
ambos en estos largos años que para uno y otro habían sido una eternidad.
La de él
había pasado sin pena ni gloria, quizá solo su carrera como oficial de policía
es lo que cabía destacar. Se había dedicado en cuerpo y alma a su profesión, ni
tan siquiera había tenido ni había buscado una familia. Ése entusiasmo por su
trabajo le había llevado de ser un simple policía a pasar a ser una figura
relevante en el cuerpo además de obtener la graduación de capitán. Ahora
pensaba que su vida había sido anodina.
La de ella
sin embargo era una tragicomedia anunciada. Se vio abocada a ejercer la
prostitución cuando se quedó embarazada y sus padres la echaron de casa. Su
novio no quiso saber nada de ella ni del ser que se engendraba en su vientre.
Al principio
fue muy duro, durísimo. Le costó mucho acostumbrarse o mejor dicho, nunca se
acostumbró, solo lo sobrellevó. Se dedicó en cuerpo y alma a sacar adelante a
su hija. Se sacrificó por hacer que la pequeña tuviese en su vida el camino de
rosas que para ella solo había sido de espinas. Era feliz cuando veía las notas
de su hija desde los primeros cursos y sin dudarlo le daría la posibilidad de
hacer posible su sueño.
Sus mayores
alegrías. La primera graduación del instituto, más tarde la de la Universidad,
el verla en su trabajo de doctora y hoy su satisfacción por el reconocimiento
de que su hija era una prestigiosa cirujana en uno de los hospitales privados
más importantes del país.
Pero su lado
más sombrío no solo había sido tener que ejercer la prostitución para conseguir
esos objetivos que no habían sido para ella sino para el ser que más quería en
este mundo y que había sido y es y será siempre su vida. Su niña como ella
decía. Y ahora ésta le pagaba negándole hasta el derecho de ir a visitarla.
También
recordaba y la entristecía aquella noche en que sintió que el amor llamaba a su
puerta, pero ella estaba en un lado que no le permitía abrir su corazón a
nadie. No podía permitirse el lujo de volver a perder la partida, no podía ni
debía por su hija abandonar la zona de confort que le permitía a ella dar a su
hija todo lo necesario para que jamás se viese en la situación que ella estaba.
Esa noche se
dejó llevar por sus sentimientos y besó a un cliente. “Nunca, nunca se debe
besar a un cliente”, le había dicho una vieja prostituta, esto es solo trabajo.
Tus sentimientos no cuentan, si lo haces será tu perdición. Aun así, tras ese
beso, hoy, treinta y seis años después no lo había olvidado. En un esfuerzo
sobrehumano apartó sus sentimientos dejando paso a aquella mujer fatal que era
objeto de deseo, usada y mancillada por tipos sin escrúpulos que además
fardarían de sus hazañas nocturnas delante de los amiguetes ultrajando de paso
a sus vilipendiadas esposas. Por eso supo que este tipo era distinto, que había
surgido el fuego del amor entre ambos, pero al mismo tiempo los dos por causas
diferentes lo habían apagado.
Lo que le
dolió no fue verse rechazada, sino comprender por qué lo había sido. Ella no
pudo jamás olvidarlo pues era el chico de sus sueños y al que siempre había
deseado querer, pero tal como estaba su vida en esos momentos jamás podría
tenerlo.
Entonó unos
versos que a veces canturreaba cuando se sentía más hundida.
Era el chico
de mis sueños,
aquel que
siempre
había
deseado querer,
pero sabía
que en mi vida
jamás podría
yo tener.
Quiso seguir
y no pudo y rompió a llorar en un llanto silencioso. Con voz apagada dijo ésta
ha sido mi canción para recordarte todos estos años.
Gabriel
esforzándose por conseguir el tono que Isabel había dado a su copla entonó:
Eres de
papel
solo por
dinero
te puedo
tener.
Eres de
papel
solo por
dinero
te dejas
querer.
Eres de
papel.
-
Igualmente, estas estrofas han sido las que me evocaban a ti. Estos versos me
transportaban a esa noche donde por primera vez me enamoré y por primera vez
sentí que amar es sufrir.
Tras un
silencio. Cogidos de la mano abandonaron el restaurante.
Mientras la
acompañaba a casa, Isabel le habló de su soledad, su amarga realidad que por
causa de la vida que había llevado se veía ahora igualmente doblegada y
vencida. Su hija por quien había sacrificado todo no quería saber nada y le
tenía prohibido que intentara contactar con ella. A todos los efectos para su
niña, su madre estaba muerta, así debería ser y así lo creían sus amigos.
Para él todo era diferente, comprendía que ella no era de papel que, aunque solo por dinero se dejara querer, debió comprender que solo por amor la podía tener.
La bodega
No hacía falta preguntarle, era tal su conocimiento de la bodega que como se percatase de tú interés, despertabas en él su vocación de guía. Así que para cuando quise darme cuenta habíamos abandonado la tienda y nos encontrábamos en un enorme patio que daba acceso a las diferentes naves que la constituían.
Me
sorprendió. Su preocupación por la bodega que era tal, que hasta lo más nimio
no le pasaba desapercibido. Nada más abrir la puerta de una de las naves se
percató de la sequedad del albero en el suelo de la misma. Es importante la
humedad, debe oscilar en las naves de crianza entre el 60 y el 80%. Por eso
cubrimos la bodega con albero como puedes observar deberían regarlo me dijo.
Daba por hecho que yo sabía de qué me estaba hablando. Era la primera vez que
pisaba una bodega y solo por curiosidad acepté su invitación de visitarla.
Yo había ido
a comprar unas botellas para regalar a unos amigos.
Me dejó allí
solo en la nave contemplando los barriles aspirando el olor característico de
las botas que casi me embriagaba. Se marchó a buscar a un operario al cual
ordenó que regara el albero como si él aún fuese el encargado de la misma. A lo
largo de mi visita me percaté de que aunque no lo era seguían acatando
cualquier orden que diera sin contradecirle.
Le pregunté
por qué se ponía el albero y me miró con cara de compasión, sin duda pensó que
yo era un memo, pero lejos de molestarme algo tenía ese hombre larguirucho,
flaco muy flaco, de piel blanca, arrugada como una rama de un árbol, pero
sorprendentemente para su edad no parecía estar cansado ni cansarse, se le veía
con mucha ilusión y mucha vida. De todos modos yo no conocía la
respuesta y por nada del mundo quería perdérmela.
Mira joven
me dijo arrastrando su bastón por el albero mientras vaciaba un pequeño regador
de agua. El albero tiene una gran capacidad de retener el agua no la hace
correr y va cediéndola lentamente con lo que mantiene un grado de humedad
óptimo para esta nave que es de crianza del vino.
Durante las
dos horas que pasé en la bodega y durante el almuerzo, puede conocer a este
hombre, aprender de él no solo muchos de sus conocimientos enológicos, sino de
su vida.
Dejamos a un
operario regando la nave mientras pasamos a otra de las cinco o seis naves que
tenía la bodega.
Tienes que
disculparme esta nave no podemos pasar no se nos vaya a caer el tejado encima,
la mitad del mismo está desmontado, como verás están reparándolo. Es porque
esta bodega es antiquísima, hasta conservamos una prensa de Viga de Husillo y
Quintal, junto con el antiguo lagar, que datan del año 1574, según documentos
aparecidos en la antigua Hacienda. Ambos elementos constituyen el auténtico
“Santa Sanctórum” de la bodega y es una verdadera reliquia pues es la única
prensa de este tipo que sigue en perfecto estado de funcionamiento.
No tenía ni
la menor idea de qué me estaba hablando y por supuesto no dudé de nuevo en
preguntarle.
¿Y eso qué
es?
Sin ánimo de
ofenderle. Parece usted más tonto de lo que es, me dijo riendo. Por lo que no
pude evitar reírme con él. Y respondí. No sabría qué decirle pero la verdad es
que nunca había visto una bodega, para colmo no bebo ni vino, no me gusta, solo
había venido a por unas botellas para unos amigos.
No se
preocupe, haré que le guste. Nuestros caldos son exquisitos.
A
continuación de la nave que estaban reparando, pasamos a otra enorme nave de la
bodega.
Voy a por
una venencia va a probar el vino de este barril, es la joya de la corona.
Ya no me
atreví a preguntarle que era una venencia pero en mi cara detectó mi ignorancia.
¿A estado
usted escondido o algo?, ¿de donde ha salido?, tampoco sabe lo que es esto dijo
alargándome una larga varilla que por un extremo tenía un pequeño recipiente
cilíndrico unido y en el otro extremo un gancho metálico.
Rápidamente
deduje que era y para lo que servía
¿Se anima a
extraer vino de la bota?, me dijo mostrándome una curiosa barrica con tapa de
cristal en la que se apreciaba perfectamente sobre el vino unas capas de color
blanquecino.
La verdad es
que no sabría dije temeroso a que me ordenara sacarlo.
Está bien
coja un par de catavinos dijo indicándome el lugar donde había una repisa con
copas de diversos tamaños así como otros utensilios, sacacorchos diferentes,
termómetros, cubiteras y otros cachivaches que no supe identificar.
Observé como
introdujo la venencia en el barril y ésta atravesó la capa que reposaba sobre
el vino sin mezclarse con el líquido extraído. Le alargué un catavino y pasó el
contenido de la venencia al mismo con una facilidad propia de quien llevaba
haciéndolo toda una vida. Pasándome la copa me ordenó, pruébelo.
Me observaba
con curiosidad y sin duda se estaba divirtiendo conmigo, por eso añadió y no
haga remilgos, esto que ve aquí dijo señalado la capa que se posaba sobre el
vino de la barrica se llama velo de flor y es una capa de levadura que se forma
sobre la superficie del vino y que forma parte de su crianza. ¿No pensará que
quiero envenenarle o algo así? y volvió a reír.
Acerqué el
catavinos a mis labios, era tan agradable el olor que desprendía que bebí un
pequeño sorbo y me resultó tan grato el sabor que acabé tomándome todo el
contenido.
Él me miraba
divertido. Si se toma todo el contenido de los vinos que le dé a probar habrá
que llevarlo a su casa o al hospital en el peor de los casos. Solo pruébelo. Sino
acabará embriagado. Dijo riendo mientras me pasaba la venencia. Ande anímese
extraiga ahora para mí un poco de vino de la bota y trasiéguelo al catavino.
Mientras
acometía lo que me había pedido me preguntó: ¿Sabía que la varilla de la
venencia está hecha con barba de ballena?
Creía que me
tomaba el pelo. Y por eso me reí.
¿No se lo
cree? pues es cierto. La barba de ballena, es cada una de láminas córneas y
elásticas que poseen las ballenas barbadas en el maxilar superior y que
utilizan para alimentarse y como puede comprobar es muy flexible.
A cada
minuto que pasaba con ese hombre más me sorprendía.
No me fue
difícil extraer el vino, el problema fue cuando lo pasé al catavino pues
derramé bastante en el suelo, le alargué la copa, la bailó en su mano y metió
la nariz. Tragó un pequeño sorbo y tiró al suelo el resto del contenido.
Para ser la
primera vez no crea no lo ha hecho tal mal dijo riendo.
Debería de
venir alguna vez a ver la obtención del mosto con la monumental “Viga del
Lagar” es de lo que le hablé antes, se trata de un mecanismo formado por un
gran brazo de madera de pino de Flandes, fuertemente sujeto por cuerda de
cáñamo y grandes abrazaderas de hierro en cuyo extremo posee un gran tornillo
que levanta dos enormes piedras de molino. Puede desarrollar una presión de 110
kilos por centímetro cuadrado debido a su enorme brazo de 17 metros de longitud
y a dos piedras de 4000 kilos de peso colocadas en su extremo puede presionar
15000 kilos de uvas en una sola operación. Conserva todas sus piezas originales
y tiene un peso estimado de doce toneladas. Se la mostraré al final de esta
visita. Una vez al año la ponemos en funcionamiento son muchas las personas que
vienen a visitarnos.
Esta bodega
es bastante grande con una superficie de 11000 metros cuadrados. Tiene unas
1500 botas todas de roble americano. Yo he reparado muchas de ellas dijo
mostrándome sus manos de dedos largos y flexibles.
Me quedó
meridianamente claro que hasta que no me mostrase toda la bodega no me iba a
dejar, pero lejos de producirme enojo, la verdad es que me sentía muy cómodo no
solo por lo que estaba aprendiendo, sino también porque presentí que ese hombre
necesita sentirse útil y mi compañía o la de cualquier otro era como una
tabla de salvación para seguir viviendo. O paliar su soledad. De ahí su
felicidad.
No sé por
qué pero me apeteció conocerle, además de enseñarme de enología seguro que por
su edad tendría mucho que aprender de él así que le dije:
¿Le apetece
que en agradecimiento a su paciencia conmigo y todos los conocimientos que me
ha aportado le invite a comer?
No tiene por
qué hacerlo
Claro, sé
que no, es que me gustaría no solo conocer al enólogo que es usted sino a la
persona que hay tras ese oficio que sin duda ha sido toda su vida.
De acuerdo,
acepto con una condición permítame que le prepare una cajita con una variedad
de vinos selectos que me prometerá que degustará.
No le quepa
la menor duda.
Había
aceptado mi invitación a almorzar. Y almorzamos en un restaurante que había
junto a la bodega, que debía ser muy bueno porque prácticamente todas sus mesas
estaban ocupadas por comensales.
Durante la
comida dejó aparcados todos sus conocimientos de la bodega y hablamos o
principalmente habló él. Me contó que la bodega había sido su vida.
Toda su vida
la había pasado trabajando en ella. Recordaba cuando su padre lo llevó por
primera vez, aún n o había cumplido los catorce años, era el verano de 1952,
acabada de terminar el colegio.
No quería
seguir estudiando y su padre le puso sobre la mesa las dos opciones que había
si quería seguir en la casa. Estudiar o trabajar. Mientras yo viva no mantendré
vagos en mi casa decía su padre casi vociferando para dejar bien claro no sólo
a él sino a los doce hijos que tenía, quien no estuviese de acuerdo, la puerta
la tenían abierta.
En aquellos
tiempos lo que decía tu padre era acatado como una sentencia firme, no había
disposición a que fuese recurrible.
La verdad
ahora a sus ochenta años, miraba el pasado y no tenía queja. Había prolongado
la edad de jubilación todo lo que le fue posible y a pesar de haber sufrido
un pequeño ictus el pasado año continuaba yendo, como hacía desde que se
jubiló. Iba todas las mañanas y por las tarde durante un par de horas. Pasaba
allí su tiempo libre para enseñar la bodega a los visitantes, bien en visitas
concertadas que se programaban, bien a los visitantes que solo pasaban al
despacho de vinos para comprar.
No había
tenido hijos. Había planeado para cuando se jubilase estar todo el tiempo que
en su vida laboral no había sido posible junto a su mujer, pero
desgraciadamente ésta falleció de repente unos pocos meses antes de su
jubilación. Lo que le hizo refugiarse en lo que había sido su vida, de ahí que
retrasara todo lo posible su edad de jubilación y ahora solo sus visitas a la
bodega eran la chispa que necesitaba para aferrarse a seguir viviendo, ya que
aún se sentía útil aportando todos sus conocimientos a los visitantes que
requerían de su guía.
Nunca
aceptaba dinero por eso, y por ello cuando le dije que le invitaba a comer
quiso como si de un trueque se tratase regalarme una cajita de seis variadas
botellas de vino. Dos meses más tarde supe que él mismo las había pagado de su
bolsillo.
Sí, volví a la bodega unos meses después de haber estado allí, quería hacer un encargo para mi empresa de un pedido de botellas para la cesta de Navidad. No me podía imaginar que no volvería a verle, cuando pregunté por él la chica que me atendía entre sollozos me dijo que había sufrido un nuevo ictus, pero esta vez lamentablemente había acabado con su vida.
La chica del ascensor
CAPÍTULO I
Se sintió intimidado cuando entró en el ascensor, la chica de 180 cm de altura le sobrepasaba con creces en su menguante 170 que midiera cuando le tallaron para el servicio militar, de eso ya había pasado treinta y seis años. Balbuceó un hola que apenas era audible y la voz dulce pero enérgica de la joven sonó fuerte dentro del pequeño habitáculo.
¡Hola
vecino!
La confianza
de la mujer le amedrentaba.
Hola joven,
¿Dónde va? Dijo él llevando su mano derecha a la botonera del ascensor para
teclear el número.
Al sexto
piso.
Yo voy a
quinto. Pulso este primero y después usted marque el suyo. Este ascensor no
tiene memoria dijo, en una explicación que no tenía ningún sentido pues era
obvio su funcionamiento para quien hiciera uso de él.
Durante el
corto trayecto, solo miró a la chica de soslayo, mientras ésta lo hacía de un
modo descarado, tanto que se sentía cohibido, lo que provocó que él no fuese
capaz de abrir la boca en todo el tiempo.
Cuando el
ascensor paró, la chica se situó entre la puerta y él, y mientras ésta se abría
le dijo:
¿Está seguro
de querer bajarse? ¿No querría acompañarme a casa? Le invito a un café.
Mientras decía esto la chica ya había pulsado el número 6 y el elevador cerraba
la puerta iniciando la maniobra de ascenso a la planta indicada.
Estaba en un
estado de aturdimiento tal que no sabía que pensar y que decir, por lo que la
chica dedujo que el silencio era la afirmación a su invitación.
Cuando se
abrió la puerta cedió el paso para que saliese la mujer y estuvo tentado de
pulsar el número 5 para bajar a su piso, pero ya que estaba ahí con cautela
seguiría el juego al cual se veía sometido por la joven. Ésta abrió su puerta
que quedaba a la izquierda a la salida del ascensor. El bloque contaba con dos
pisos por planta.
¿Piensa
quedarse ahí fuera o se va a decidir entrar? dijo con el mismo tono enérgico de
voz que lo hiciera la primera vez.
Volvía a
sentirse apocado porque sin duda ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que
tal hecho fuese a ocurrirle alguna vez en la vida. Quizás estoy soñado se dijo.
Entró al
piso, que en realidad era un apartamento, la entrada servía de distribución de
las distinta habitaciones de la vivienda, a la izquierda una puerta doble
acristalada daba acceso a un salón comedor, un poco más adelante se
encontraba el dormitorio principal de la vivienda, enfrente el baño, a su
izquierda otra puerta acristalada daba acceso a la cocina y desde esta se
accedía al lavadero, a continuación de la cocina se encontraba un dormitorio
más pequeño.
La chica
cerró la puerta de la casa y quitó la llave que guardó en un bolsillo de su
traje chaqueta que era muy elegante, de color blanco, compuesto por un pantalón
de pitillo y un blazer con cierre de botón. La camisa también era blanca de
algodón lisa, toda la ropa era de marca.
Él quedó
inmóvil la chica se le aproximaba, se había desabotonando su blazer y ahora
estaba soltando los botones de su camisa, que dejaban ver un sujetador sin
tirantes, con aros y relleno. Cogió las manos de él y las llevó hasta sus
senos. Seguía impávido. Cuando la chica soltó su manos él las dejó caer también
apenas habiendo rozado los pechos de la chica que había soltado su sujetador y
dejaba ver un senos más bien pequeños, la areola destacaba por ser
excesivamente grande y oscura resultando los pezones también de considerable
tamaño.
¿No le gusta
lo que ve o es que no le gustan las mujeres?
Por supuesto
que me gusta lo que veo, y por lo tanto las mujeres, lo que ocurre es que mi
raciocinio me frena en un comportamiento que de dejarme llevar por mi instinto,
me haría sentir muy mal. Soy casado.
¿Y?
Dijo ella, se ha parado a pensar que la moral es el vehículo abstracto de las
prohibiciones, excusa perfecta de la cobardía.
No, no es
cobardía y estoy seguro que nadie me juzgará tan implacablemente mis pecados
como yo mismo.
¿Esto es un
pecado?
No, pero
visto desde mi posición es algo más profundo Considerando que mi pareja es yo.
¿No sería engañarla por lo tanto engañarme a mí mismo?
Yo solo
busco amor, soy una niña suplicando una caricia.
Quiso girar
sobre sí mismo y salir de esa casa.
La chica
abrió la puerta del salón y como si nada hubiera sucedido, le dijo pase al
salón, le preparo el café que le prometí, nos lo tomamos juntos y se marcha. Ah
por cierto mi nombre es Emma ¿Y el suyo?
Carlos.
Siéntete
como en casa, tardo un par de minutos. Nos tuteamos
El salón
tenía un enorme ventanal que quedaba justo en frente de la puerta de entrada al
mismo desde el cual se veía al fondo el azul del inmenso mar que bañaba la
ciudad, las paredes laterales estaban cubiertas por enormes estanterías hasta
el techo, repletas de libros. Una pequeña mesa cuadrada con cuatro sillas a su
alrededor, un sofá tipo Chester tapizado en piel una mesa de centro rectangular
y una televisión de 43 pulgadas en uno de los anaqueles de la inmensa
estantería que forraba la pared de la derecha a la entrada del salón, era todo
el mobiliario.
Sobre la
mesa rectangular un ordenador portátil, un jarrón con flores frescas, una
lámpara de escritorio de led y un montón de papeles que cubrían todo el
espacio.
Ojeó varios
dosieres que estaban encuadernados con espiral metálica blanca. En la portada
de ellos destacaba de sobre manera el título en letras grandes impresas en rojo
en su parte central, “CIEN HOMBRES ANTE UNA SITUACIÓN COMPROMETIDA”, en la
parte de abajo escrito en letras negras más pequeñas, Dosier 1. Descubrió hasta
tres dosieres y cada uno de ellos contenía veinticinco casos.
En la pared
junto a la mesa donde estaba la puerta había colgados tres cuadros que enmarcaban
diferentes titulaciones. Emma Santos Reyes licenciado en Psicología,
Universidad de Granada. Emma Santos Reyes licenciado en Psiquiatría, Universidad Autónoma de Barcelona. Emma
Santos Reyes doctora en Psiquiatría por la Universidad Autónoma de Barcelona.
No se
percató de la entrada de Emma al salón hasta que ésta lo sacó de su
abstracción.
Pero
siéntete hombre que haces ahí parado como un pasmarote, ¿no estarás curioseando
mis papeles? ¿O sí?
Había
colocado la bandeja que traía con dos tazas de café un azucarero cerámico
decorado con flores en relieve y un pequeño plato colmado de un surtido de
pastas de diferentes formas y bañadas en chocolate en la mesita de centro que
había junto al sofá donde Emma ya se había sentado.
Se sentó
junto ella y mirándola le dijo, vaya no has perdido el tiempo, para ser tan
joven tienes un buen curriculum, pero dime ¿qué número soy yo? Si tienes 3
dosieres quiere decir que setenta y cinco pardillos ya han picado para lo
parece ser un estudio o un libro.
Si, has
ojeado mis papeles, la verdad es que esa era mi pretensión al hacerte pasar al
salón, pero no te lo tomes a mal, tú hasta ahora has sido el que más me
ha sorprendido, la verdad que eres todo un caballero, un hombre formal. Sin
duda has sido sincero. Pero no le des más importancia, ya sabes nada es
importante.
Endulzó el
café con un par de cucharadas de azúcar que costó un poco disolver ya que era
azúcar moreno, y cambió el rumbo de la conversación porque verdaderamente lo
que le había llamado la atención era la cantidad de libros que había incluso en
cajas apiladas en un rincón de la estancia.
¿Cómo tienes
tantos libros por tu juventud y tus estudios no te habrá dado tiempo a leerlos
todos?
Pertenecieron
a mi padre, era un lector empedernido me hizo prometerle que me haría cargo de
ellos cuando falleciese, es lo único que me dejó en herencia, bueno también fue
él quien pagó mis estudios.
Eres
increíble montas este juego, para colgar otro título al lado de esos, o es que
te gusta poner tu vida en peligro. El juego que has propiciado podrías haber
dado con un tipo sin escrúpulos e igual te hubieras visto tú en una situación
comprometida.
Si, tienes
razón en todos esos casos hay cuatro que prefiero no recodar.
¿Te
agredieron?
Te he dicho
que prefiero no recordar.
Él se
percató de la sombra de tristeza que recorrió sus ojos y solo añadió.
Cuando
necesites hablar de ello, estaré encantado de escucharte.
Vaya, ¿eres
un confesor, psicólogo o qué? Se cuidarme yo solita
Pues no lo
parece un halo de tristeza ha invadido tus ojos sin duda debiste sufrir algunas
situaciones desagradables.
Te he dicho
que no quiero hablar de ello, creo que deberías acabar tu café y marcharte.
Está bien.
Pero supongo que no será el consejo que les des a tus pacientes cuando han
sufrido un trauma. Que pasen página, como tú parece que lo estás haciendo.
La doctora
en Psiquiatría soy yo, y sé muy bien qué debo hacer
Lo siento
pero no lo parece.
Márchate no
tengo porque aguantar más tus impertinencias.
Lo mío son
impertinencias, lo tuyo es acoso, que de haberse producido al revés, estaría
ahora mismo detenido. Creo que se te está yendo de la mano sus estudios, pero
tú sabrás Doctora Emma Santos.
Soltó la
taza de café que aún no había terminado de tomar y se levantó como un resorte
del sofá, añadiendo: -diría que ha sido un placer conocerte, pero creo que
estás como una regadera, y teniéndote como vecina no sé si debiera tomar alguna
precaución-. ¡Ábreme la puerta!, ahora era él el que empleaba un tono enérgico
y un poco elevado en su mandato, que estremeció a la mujer.
Percatándose
de cómo había afectado en el estado de ánimo de la chica añadió, no te
preocupes soy inspector de policía. Por eso me refería que podría ayudarte.
No te vayas,
espera, te daré un dosier que contiene los cuatro casos donde fui vejada. Mi
satisfacción es que nunca más podrán abusar de nadie.
Preferiría
que no me hagas participe de ellos, ten en cuenta que si has infringido la ley,
y puedo demostrarlo tendré que detenerte, aunque haya sido en defensa propia,
solo la justicia, podría eximirte de responsabilidad penal.
No te
preocupes solo sufrieron daños colaterales, como consecuencia de sus actos, no
fui yo quien acabó con ellos, lo hicieron sus esposas, y créame están bastante
agradecidas de haberse librado de semejantes sujetos.
Buscó en el desorden de la mesa el dosier, estaba igualmente encuadernado con espiral metálica blanca en el centro en grandes letras rojas, “Jaque mate a cuatro violadores”
CAPÍTULO II
Carlos bajó
a su piso, miró su reloj eran las seis de la tarde su esposa aún tardaría dos
horas en volver, se tumbó en el sofá y comenzó a leer el dossier.
Si alguna
vez lo pensaron cuan equivocados estaban, no mataron a la reina solamente la
humillaron ni tan siquiera podría decirse que fue jaque, si fui capturada, y
amenazada, mancillada, fui tratada como libidinosa, voluble, débil, pero no
pensaron como ganar la partida. Solo la reina puede moverse en cualquier
dirección, avanzar y retroceder. Podía manejar la información que me habían
dado sobre ellos mismos cuando pensaron que podían contar conmigo como su
amante. Debí sortear obstáculos para mantenerme logar mis propósitos, pero mi
objetivo final lo habían provocado ellos. Debía darles jaque mate porque se
creyeron los reyes del mambo.
Puede
resultar complicado dar jaque mate al rey con una reina pero también es uno de
los finales más básicos en el ajedrez, por sí sola no podría hacerlo pero
contaría con la inestimable ayuda de jugar la partida con dos reinas. No es
posible en un tablero de ajedrez, pero si yo era una reina, no lo serían menos
las esposas de esos desalmados que tuvieron el deshonroso honor de creerse que
me habían dado jaque.
CASO NÚMERO
UNO
Ni tan
siquiera merece que ponga el nombre del tipo, no, no he olvidado su nombre,
jamás lo olvidaré podría haber puesto el innombrable pero se ha repetido en
tres ocasiones en distintos lugares y con distintos tipos, no merecen ser
nombrados ya han pagado su osadía ciertamente si esto viera la luz igual
añadiría lo nombres, pero solo es un estudio sociológico de quien escribe para
acallar su conciencia de sí debió llevar tan lejos los acontecimientos de los
hechos producidos, si solo me movió la venganza, el intentar recuperar mi
autoestima o la impotencia ante la inmunidad que pensaban que gozaban
miserables seres y que sería su protección si hubiese recurrido a la justicia.
¿Debí
hacerlo? No lo sé, hice lo que creí en ese momento. Sé que jamás volverán a
violar a nadie más y reconozco que parte de la culpa que un principio me
achacaba a mí misma por provocar una situación más allá de la aconsejable. Sus
esposas que fueron en definitiva quien culminaron mi represalia me corroboraron
que eran unos desalmados que no necesitarían pretextos para repetir tan
abominable monstruosidad.
Había
quedado que le esperaría a la salida de la universidad donde impartía clases de
dibujo, me habían llegado comentarios sobre él de que solía excederse en
demasía con sus alumnas, nada que pudiera transcender ni al rectorado ni para
una denuncia pero algunas estudiantes se sentían intimidadas por sus
comentarios e insinuaciones. Yo le conocía del instituto, así que no le hablé
de mi estudio, solo que estaba en la ciudad y me apetecía tomar un café para
recordar viejos tiempos.
El café era
la excusa para mi propósito, para mi estudio sobre cien hombres ante una
situación comprometida, había resuelto treinta situaciones hasta ahora con
desconocidos, era la primera vez que iba a actual frente a un viejo conocido,
nunca hubiera imaginado lo que sucedió.
Subí a su
coche, dijo que tomaríamos café en un lugar de moda no muy lejos de la
Universidad, cuando me percaté de que había cogido la autovía, en principio
pensé, genial para mis planes pero cuando dijo que mejor íbamos a su casa de la
playa me sentí vulnerable aunque la verdad confiaba en él.
Realmente no
tuve que hacer nada especial para que fuese él quien tomara las riendas de la
situación y un momento pensé la que situación comprometida no era tanto para él
como para mí. Puso su mano derecha sobre mi muslo que acarició me dejé llevar
pero entendí que nada era como yo había planeado.
Dejó la
autovía y nos adentramos en un camino que llevaba a una playa solitaria donde
estaba su casa. Entramos en la vivienda e inmediatamente se lanzó hacia mí
besándome y manoseándome. Le dije que parara que había entendido mal mi
invitación y que por ese camino rompería nuestra vieja amistad. Me cogió en
volandas, me llevó al sofá e intentó forzarme, tuve la suerte de coger una
lámpara que había sobre una mesa de rincón junto al sofá y le golpeé en la
cabeza. Me zafé de él. Con cinta americana até sus piernas y sus manos atrás.
Busqué un prolongador al cual quité la clavija hembra, pelé ambos cables unos
seis centímetros. Coloqué uno de los cables en el pene del tipo y adherir con
un trozo de cinta, el otro cable lo fijé sobre su pecho a junto a tu tetilla
derecha. Cuando volvió en sí por el golpe recibido, conecté la alargadera a una
toma de corriente. Fue patético verle gritar y maldecir, rápidamente lo
desconecté del enchufé, mi intención no era electrocutarlo.
Así estarás
hasta que me des el número de teléfono de tu mujer, voy a llamarla, así que tú
mismo. Bastaron tres conexiones más de mí improvisado cable a la corriente para
que me diese el número y el nombre de su mujer.
Conocía a
Ana, habíamos estado juntas en un primero de carrera en Granada, desde entonces
no la había visto. Me contó cómo conoció a su marido quedó embarazada y tuvo
que dejar de estudiar porque tuvo muchos contratiempos, ahora había retomado
sus estudios, aunque su marido se oponía a que estudiase. Le conté lo que había
sucedido, me dijo que me marchase que ella se haría cargo de la situación.
El
inspector, se levantó del sofá cogió su portátil y buscó en diferentes carpetas
que tenía archivadas, sucesos años 2012, 2013, 2014, 2015, 2016,2017, 2018 y
2019, durante un cuarto de hora anduvo buscando minuciosamente, cuando abrió el
año 2015 que al igual que todos tenía clasificados por meses, cuando pulsó el
cuarto mes leyó:
El viernes 7
de abril el Ideal de Granada, daba la noticia de que un catedrático de la
universidad de Granada fue hallado muerto tras ser torturado en su casa de la
playa que había sido saqueada, su esposa fue encontrada en su piso en el centro
de la ciudad, atada a una silla en la había permanecido desde la noche del
pasado miércoles, día que las autoridades sitúan los acontecimientos. Los
delincuentes se habrían llevado joyas y dinero en efectivo. La mujer que
presentaba un fuerte golpe en la cabeza, y diversos moratones debido a un
posible forcejeo con los delincuentes se encuentra en estado de schock.
Maldita sea
gritó seguro que es este tipo. Pero ¿quién acabó con él?, recuerdo el caso,
está archivado a la espera de nuevas pruebas.
Miró su
reloj, aún faltaba una hora para que llegase su esposa y prosiguió su lectura.
CASO NÚMERO DOS
Tú y yo
fuimos lo que se podría llamar un amor de juventud, te había elegido porque
ahora buscaba en mi estudio saber cómo se comportaban ante situaciones
comprometidas aquellas personas que conoces y cuando la provocación viene por
parte de una de ellas. La experiencia del primer caso creí que había sido solo
debida a la maldad y era obvia la fama de mujeriego que le precedía. No, no lo
esperaba de ti. Pero ahora eres solo otro más en esta fatídica estadística, tú
solo tú eres merecedor de lo que te aconteció, lamento que Rosalía no viese la
salvación que suponía librarse de ti, estaba tan sometida, tan acostumbrada a
ser solo un objeto de tu propiedad que no quería que nadie la usara igual.
Aquella
tarde quedamos en tu casa, Rosalía no me conocía, solo le dijiste que era una
compañera de la Universidad, querías que ella me conociera porque íbamos a
trabajar en un proyecto juntos, nos llevaría mucho tiempo y horas y que
verdaderamente habías cambiado, se ve que tus mentiras ya no las creía y así
conociéndome al menos tendría la seguridad que yo no andaba tras de ti y que
solo era una imposición del trabajo.
Caíste tan
bajo, nunca la habrías respetado, seguramente, estaba acostumbrada a que la
ninguneases, y tú tan seguro de ser tan seductor, que no te diste cuenta quien
estaba seduciendo a quien. Cenamos y bebimos un poco, mi objetivo estaba
casi acabado me habías sobado en la cocina, cuando te acompañé a por los
postres, en la mesa mientras tu mujer nos sacaba las pizzas del horno. Pero te
empeñaste en acompañarme a la puerta cuando me marchaba, e intentaste forzarme,
no, yo no grité, pero ella observaba desde el zaguán de la casa. Corrió en mi
ayuda. Me sorprendió su frialdad. Clavó el largo cuchillo de cocina que tenía
en su mano derecha tres o cuatro veces en tu costado derecho y cuando apenas
conseguiste girarte lo hizo en tu pecho, fue lo que acabó con tu vida atravesó
tu corazón. Grité, grité con todas mis fuerzas. Cuando acudieron los vecinos
solo pudieron atestiguar que tras apuñalar a su marido en el pecho, Rosalía
montó en su coche que estaba aparcado unos diez metros de la casa y chocó de
frente con el camión de la basura que venía en sentido contrario.
Lloré de
rabia, lloré la muerte de tu mujer a quien acababa de conocer, y quien a la
vista de los hechos acaecidos y por mis conocimientos en psicología y
psiquiatría la tenías desquiciada.
Dejó el
dosier sobre el sofá cogió su portátil y el inspector, volvió a buscar en su
ordenador información sobre este caso si seguían por un orden cronológico debería
ser posterior al anterior, obvió los años anteriores al 2015 y avanzó desde
abril. 25 Junio del 2016. Diario el país una mujer mata a su marido por celos y
acaba suicidándose. Mierda, injusta la vida.
¿Qué te pasa
cariño, ya te has traído trabajo a casa?
Absorto en
su lectura no se había percatado de que había regresado su mujer. Se levantó y
facilitó que pudieran darse un beso a modo de saludo como hacían cada vez que
uno u otro entraban en casa.
No, no es
trabajo cariño, o sí no sé hoy he tenido un día bastante raro. Ahora te cuento.
Está bien,
voy a ponerme cómoda. ¿Y tú que haces así vestido? ¿Cuándo has venido? No te
has cambiado la ropa de calle.
No, como
ves, no. Nos cambiamos y hablamos.
Me está
preocupando, ¿pasa algo?
No nada
cielo. ¿Encargo una pizza para cenar?
Si de cuatro
quesos, por favor cariño.
Está bien.
Llamo por teléfono y te cuento.
Contó a
Elena su mujer todo lo que le había sucedido desde que cogiera el ascensor para
subir a casa, no obvió ningún detalle del comportamiento de la doctora e
incluso le contó toda la conversación que habían tenido y por último le enseñó
el dossier que le había dado y estaba leyendo.
¿Y qué
opinas?
Como le he
dicho, pienso que está como una regadera, pero por lo que llevo leído es un
peligro para ella misma y para quien elige como víctima y su familia.
¿Piensas que
estamos en peligro?
No, me
refiero que es un juego muy peligroso el que lleva a término para su tesis o su
libro o lo que diablos pretenda con eso. Pero al mismo tiempo y solo he leído
dos casos no tienen nada que ver con mi comportamiento con ella aunque esos
acontecimientos ya van tres personas muertas.
¿Las mató
ella?
No
exactamente.
¿Qué quiere
decir eso? ¿Sí o no?
Pues que en
el primer caso no sé quién mató a quien eligió para su estudio. En el segundo
su víctima fue asesinado por su mujer y ésta acabó suicidándose.
Si tú has
sido elegido como un conejillo de indias para su estudio ¿podemos estar
seguros?
Porque no,
salvo ver lo que ella ha querido mostrarme no ha pasado nada que pueda haberla
hecho sentir que ha sido mancillada. Creo sinceramente muy al contrario que mi
rechazo debería haberle hecho reflexionar sobre su comportamiento en aras de
garantizar su integridad frente a quienes no sepan frenar sus peores instintos.
CAPÍTULO III
El
insistente tono del timbre de la puerta les volvió a la realidad.
Es muy
pronto para ser la pizza dijo Elena.
Tienes
razón, iré yo a abrir dijo Carlos.
Cuando abrió
la puerta, no tuvo tiempo de reaccionar, Emma estaba dentro antes de que
pudiera decir ni tan siquiera que es lo quieres.
Le saludó
con un hola vecino. ¿Está Elena?
Elena, soy
Emma ya te habrá hablado Carlos de mí.
Elena que se
encontraba ya en la entrada de la casa. Preguntó ¿Qué haces en mi casa? Sal
inmediatamente o llamo a la policía
Si la policía
es tú marido, él que decida.
Este
cogiéndola de un brazo intentó sacarla fuera de la casa.
Eso no son
modales, y me estás haciendo daño, seguro que me sale un cardenal yo que tú me
lo pensaría antes de seguir presionando mi brazo.
Carlos soltó
inmediatamente a la chica y miró con cara de desconcierto a su mujer.
Vamos al
salón y coge el dosier ordenó Emma a Carlos
Pasaron al
salón y cogió el dosier del sofá y se lo alargó a Emma. Ahí lo tienes vete de
mi casa.
Joder, abre
el dosier y mira el caso número 4
Abrió el
documento y buscó. Está en blanco.
Correcto.
Vamos a escribirlo.
¿Qué?
dijeron a la vez Carlos y Elena
Elena es la
protagonista principal. Tú yo podemos ser actores secundarios o simples
espectadores. Verdad Elena.
¿Qué
pretendes de mí? Ni te conozco ni me conoces dijo Elena
¿Estás
segura?, ¿conoces Roberto Montes Huertas?
No.
No mientas,
¿desde cuándo sois amantes?
Carlos abrió
la boca como para tomar aire, no acababa de creerse lo que estaba escuchando.
Pero no pudo pronunciar ninguna palabra.
Elena miró a
su marido, pero ésta no pudo sostenerle la mirada y llevándose las manos a la
cara rompió en un llanto silencioso.
Carlos miró
a Emma suplicándole que hablara. ¿De qué va todo esto?
Creo que es
mejor que te lo cuente tu mujer, dijo Emma al mismo tiempo que se sentaba un
sillón de piel de los dos que había en la estancia
Carlos se
sentó junto a Elena en el sofá y la animó a hablar.
¿Qué tienes
que decir Elena?
No sé qué
relación tiene Roberto con Emma y como ella se ha enterado de lo nuestro,
llevamos seis meses viéndonos hace un mes he sabido que estoy embarazada de él.
Carlos se
levantó de golpe llevó su mano a su pecho, sintió que le faltaba el aire, buscó
en un cajón del mueble del salón una caja y colocó una cafinitrina debajo de su
lengua. Hacía cinco años había sufrido un infarto. Había conocido a Elena en el
Hospital Carlos Haya, era la doctora que le atendió. Él nunca había estado
casado, su profesión le había llevado de ciudad en ciudad hasta que
definitivamente había recalado como inspector de policía en Málaga llevaba
viviendo dos años cuando sufrió el infarto, fue lo que se dice un flechazo se
conocieron y cuatro meses después decidieron irse a vivir juntos, ella era
quince años menor que él. Elena tuvo un novio que dejó cuando acabó la carrera
y se vino de su pueblo para ejercer su profesión a esta ciudad, ya que él no
quiso acompañarla.
Elena, tomó
el pulso, colocó un tensiómetro a Carlos, le auscultó con su estetoscopio y
comprobó que poco a poco iba recuperándose de lo que solo había sido un schock
emocional.
Emma se
levantó y cogió entre sus manos las de Carlos, en esta historia no debe morir
quien no ha herido a nadie. La verdad es no debe morir nadie, ya ha habido
demasiados episodios violentos en los que de una manera u otra me he visto
implicada. Deseo que todo salga bien, pero no podía estar más callada.
¿Quién es
ese tal Roberto? dijo Carlos mirando con ojos de súplica a Emma.
Es mi novio.
Teníamos previsto casarnos cuando lo trasladaron de Barcelona aquí a Málaga.
Pensé que era la distancia lo que nos estaba alejando, por ello hace dos meses
decidí venirme para estar con él. Entonces descubrir la verdad, era esta
violadora quien lo ha alejado de mí.
¿Violadora?
Dijo Carlos
Si,
abusadora, es la jefa de Roberto en el departamento de Cardiología del
Hospital. No ha parado de tirárselo desde que llegó aquí.
Carlos miró
a Elena, pero ésta bajó la mirada sumida en una profunda desolación. Su vida se
había venido abajo como un castillo de naipes. Cierto es que más temprano que
tarde se iba a notar su vientre abultado y se sabría la verdad pero estaba
preparando una forma menos cruel que la que le parecía estaba resultando ésta.
Durante unos
segundos el tiempo pareció detenerse, el timbre de la puerta les volvió a todos
a la dura realidad.
Solo Emma la
más entera de los tres acudió a abrir la puerta.
Abrió
inmediatamente tras comprobar por la mirilla que era un repartidor de pizza.
Nos vendrá bien pensó. Y Abrió
Hola, su
pizza señora son 10 euros.
Está bien,
sacó de un bolsillo de sus vaqueros un billete por dicho importe que entregó al
repartidor
Que disfrute
la pizza, buenas noches.
Buenas
noches.
Volvió al
salón con la pizza, se sentó en el sillón que antes había ocupado. Abrió la
caja de la pizza cogió un trozo, dejó la pizza sobre una mesa de centro que
había junto al sofá y dijo, creo que os vendrá bien tomar algo, con el estómago
lleno se digieren mejor los disgustos.
Carlos miró
a Emma, estuvo a punto de romper en una carcajada, definitivamente aquella
chica le apabullaba.
Ni Carlos ni
Elena probaron bocado de la pizza, Elena seguía sentada en el sofá sin hablar,
cabizbaja, Carlos sentado el sillón orejero compañero al de Emma recuperándose
de schock emocional y Emma engullendo la pizza de la cual había dado buena
cuenta en muy poco tiempo. Al fin y cabo la he pagado yo pensó y no había
cenado.
¿Tienes
cerveza en el frigorífico así la pizza sola no puedo tragarla bien? Dijo
mirando a Carlos
No lo parece
ya te has comido media.
¿Quieres un
trozo?
No. Está
bien tengo cerveza o tinto, coge lo que te apetezca.
Mordiendo un
trozo de pizza se levantó del sillón y fue a la cocina, donde se sirvió una
generosa copa de tinto de una botella que había sobre la mesa. La saboreó y le
resultó de agradable paladar.
Desde la
cocina vociferó. Joder que vino más bueno, espero que seas tú Carlos quien
tengas tan buen gusto para elegirlo, es agradable al olfato, y dentro de la
boca es un placer para los sentidos del gusto tanto en la lengua como para la
superficie interna de boca. Genial es un Rioja, Barón del Rey, Reserva. Buena
elección.
Volvió al
salón con la copa en la mano y cogió un nuevo trozo de pizza de la cual solo
quedaban dos trozos. Era una pizza familiar.
Está bien
dijo Elena, recogeré mi cosas y me marcho.
No tienes
por qué hacerlo ahora mismo
Será mejor,
cogeré lo más preciso. Este fin de semana vendré por el resto, dejaré las
llaves al portero. Siento que haya sido así.
¿Y cómo
querías que fuera? Me enteraría en cuando tu vientre te delatase o ¿pensabas
mentirme también?
No, no
quería decir eso. Es que podría haber sido menos traumática esta ruptura.
Sea cuales
fuera la forma es dolorosa. Acaso no te das cuenta que me has traicionado. Que
me has engañado, que has estado tú misma viviendo en tu propia mentira. Es como
engañarte tú. Espero que no pases por este trance que yo estoy pasando. Pero
puedes ¿fiarte de un tipo que ha engañado a su anterior pareja, para estar
contigo? ¿Cómo sabes que no lo te lo hará a ti?
Acusó el
golpe por el efecto producido por el comentario de Carlos y se sintió
desamparada y por primera vez desde que traicionara a Carlos, se daba cuenta de
que éste era el hombre más importe de su vida, pero ya lamentablemente era muy
tarde para corregir su error.
Cuando Elena
salió de la habitación Emma comentó. Este vino está genial, deberíamos brindar
por la nueva vida que le espera a mi exnovio y a Elena. O por nosotros, tú y yo
dijo Emma mirando a Carlos, dos auténticos imbéciles que hemos sido un mero
objeto decorativo en la vida de estos infames degenerados.
Definitivamente
esta chica está como una cabra pensó Carlos, pero es auténtica. Aunque aún no
se si peligrosa. Se levantó del sillón fue a la cocina se sirvió una copa y
volviendo al salón propuso un brindis.
Está bien
brindemos. Por mi cobardía, por mi desusada moral, por mi trasnochado instinto
que a tus ojos esta tarde me habrán hecho pasar por el más manso de los hombres
que has conocido.
¿Tú no
sabías que estabas siendo engañado?
Pero tú si
Yo solo
interpretaba un papel para buscar una justificación al comportamiento de Elena,
siempre he sostenido la relación efecto causa. Tú me has convencido de que
estaba equivocada.
Pero como
puedes afirmar eso. Tú ruptura entonces a que causa la achacas. Si. Me sentí
culpable yo pensé que mi estudio sobre cien hombres ante una provocación había
provocado muchas habladurías y que Roberto ya se habría cansado aunque nunca,
nunca le he habría traicionado.
Aun te
quedan veinticinco.
No. Está
terminado. Fui mi tesis doctoral.
Solo vi tres
en tu mesa. He leído dos casos de “jaque mate a cuatro violadores”.
Lee el
tercero, escribiré el cuarto y se te gusta lo publicaré es un relato. No son
casos reales, mejor dicho están inspirados en casos reales pero yo no tengo
nada que ver con ellos. Me gusta escribir.
Eres
increíble. Contigo me siento aturdido y al mismo tiempo seguro de mí mismo, es
una contradicción.
Estás
temblando dijo Emma, cogiendo las manos de Carlos entre las suyas. Sé que eres
mayor que yo. Yo solo busco amor, soy una niña suplicando una caricia.
Por segunda vez aquella frase en la boca de esa joven, ahora en otro contexto distinto todo era diferente en su vida, por eso atrajo hacía si a Emma y se abrazaron y ella correspondió a esa caricia. En ese preciso instante, Elena veía la escena al pasar por la puerta del salón para salir de la casa.
La llave de un pasado
Era difícil para él estar ahí,
sentado en el diván del psiquiatra, aunque éste fuese su amigo, contándole lo
que habían sido sus vivencias acaecidas los últimos días, curiosamente los
mismos que llevaba viviendo en su nueva casa, un amplio piso de la periferia de
la ciudad.
Fue su mujer quien le había
dado el ultimátum el día que él le enseñó una antiquísima llave.
Así pues, ahí estaba él
dispuesto a narrar la historia, igual que lo hiciera a ella sin omitir ningún
detalle, sin titubear, con toda la tranquilidad del mundo aun cuando sabía que
tenía visos de ser poco verosímil. Pero los últimos seis días, sus sueños eran
una pesadilla, un tormento, y no hallaba explicación razonable para entender el
porqué de sus alucinaciones.
Primera noche:
La primera noche que durmió en
su nueva casa tuvo la percepción de que no fue un sueño lo que vivió, era como
si hubiese pasado a otra dimensión, a otro tiempo, otro espacio y por ello vivió
en directo lo que vio, más tarde comprendió que si bien él no era visible para
los allí presentes, sentía como si alguien quisiera que estuviese allí, por alguna razón era importante para alguien
de aquel lugar. Sólo mucho después sabría que pintaba él en todo aquello.
Como tenía por costumbre,
pasadas las doce de la noche se preparó para ir a la cama. No estaba
particularmente cansado, por ello no se podía explicar por qué nada más echarse
sintió como un cansancio se apoderaba de él. Tampoco supo adivinar por qué tuvo
la impresión de que la habitación no era la suya. La tenue luz de la farola de
la calle, situada frente a su balcón, como la persiana no estaba bajada
totalmente, permitía una vez adaptada la vista, contemplar la habitación, pero
ésta no era la suya el mobiliario que veía era de estilo clásico en contraste
con el suyo. Lo más sorprendente y que recordaba perfectamente era el
empapelado floral y de estilo romántico de la pared algo muy pasado de moda y
que más pareciera de otra época.
También recordaba una impresionante
lámpara de araña que colgaba en el centro de la habitación. Ésta era de bronce con
al menos ocho brazos y globos de cristal tallado y labrado.
Sin saber por qué, dio la luz
de la lamparita que tenía sobre su mesilla y todo era diferente. La decoración
del dormitorio era la suya, propia de un estilo minimalista y con la pared
pintada en color salmón y una moderna lámpara de led pegada al techo
Miró a su mujer que dormía
plácidamente.
Apagó la luz y de nuevo, una
vez acomodó sus ojos a la oscuridad, contemplaba la habitación que antes había visualizado,
atiborrada de muebles y con un asombroso armario de seis puertas, cuando su
dormitorio disponía de un vestidor anexo.
Se levantó sin hacer ruido y
salió del cuarto. Definitivamente no era su piso. Se encontraba en una casa y
no podía explicarse por qué estaba allí. Recorrió un largo pasillo que se abría
en un rellano, con una habitación enfrente y una escalera a su izquierda que
bajaban a la planta baja de la casa. Optó por bajar aquella escalera. Justo al
terminar la escalera, a la derecha había un vestíbulo, era sin duda la entrada
principal de la casa, y a la izquierda, había un ventanal de cristal y madera,
con una puerta que daba acceso a un patio. Intentó abrir la puerta pero no pudo.
El pomo cedía pero ésta no se abría. Miró hacia el patio totalmente rectangular
de unos cien metros cuadrados. Justo enfrente otro ventanal de cristal indicaba
otra estancia de la casa. El patio estaba rodeado por un soportal con pilares
en galería con arcos en bóveda.
Se giró sobre sí mismo y caminó
por el zaguán hasta la entrada principal de la casa, que tenía una puerta de
madera de dos hojas, muy alta. Parecía la puerta de un palacete. A la derecha
de la escalera una puerta daba acceso a una habitación. Giró la llave que tenía
puesta e intentó abrirla pero tampoco pudo. Puso todas sus fuerzas pero la
puerta no se movía. Era como o si algo interior lo impidiera.
El despertador sonó como
siempre a las siete de la mañana. Estaba agotado, recordaba todo perfectamente,
¿había sido un sueño? No, de eso estaba
seguro, más aún cuando echó mano al bolsillo de su pijama y encontró la llave
que había retirado de la puerta aquella la estancia en la que pretendió entrar.
Se sintió confuso y una extraña sensación de aprensión se apoderó de él.
No contó nada a su mujer.
Guardó la llave. Se duchó y se fue a trabajar. Durante todo el día no tuvo
ningún recuerdo de lo vivido o soñado durante la noche.
Segunda noche:
De nuevo, cuando se echó en la
cama, no podría precisar cuánto tiempo pasó, sintió que se hallaba en la misma habitación
del día anterior, observando que la decoración no era la de su dormitorio, sino
la de aquella estancia de la casa a la que por algún extraño suceso se
transportaba y que no era de esta época ni de este tiempo.
Igual que la noche anterior, se
levantó, recorrió el largo pasillo que
llevaba hasta la escalera, bajó y abrió la puerta de la izquierda que daba
acceso al patio. En esta ocasión la hoja cedió y se abrió. Cauteloso entró. Aunque
iba en pijama el soplo de aire frio que sintió le dejó helado. Caminó por la
galería con arcos que había a la izquierda de la puerta. Al final de la galería
había una habitación. Tenía la puerta cerrada. Se paró frente a ella y sin
saber por qué, sacó del bolsillo de su pijama la llave que halló que tenía
guardada. Usó la llave y como ocurriera con la puerta de la noche anterior la
cerradura cedía pero no pudo abrir la puerta a pesar de intentarlo con todas
sus fuerzas. Continuó por el soportal que tenía a la derecha igual que el recorrido
hasta llegar a esta habitación.
Aterido de frio recorrió el
largo soportal del patio que se unía a un pasillo interior. Nada más entrar en
él una puerta abierta de par en par invitaba a entrar a una espaciosa estancia
de la casa, que resultó ser una enorme cocina con el ventanal que daba al
patio. En la pared de enfrente había una formidable chimenea y en el centro de
la pared de la izquierda una puerta daba acceso a la despensa.
Salió de la cocina y recorrió
el pasillo. Pasando la puerta de la cocina había otra escalera que sin duda daría
acceso a la planta de superior de la casa y que por la distribución que imaginaba
acabaría junto al dormitorio. Al final del pasillo encontró una puerta metálica
que no tuvo problema en abrir. Daba a un fabuloso patio andaluz cargado de
geranios, rosales, pensamientos, petunias, etc., además de árboles, naranjos,
limoneros y palmeras que hacían del lugar un paisaje idílico. Al fondo del
mismo se vía una piscina alimentada por un agua medicinal proveniente de un
manantial que nacía en una cueva adyacente y al cual se podía acceder también desde
la piscina por un estanque practicado sobre la misma piedra.
Aterido de frío volvió al
dormitorio. En algún momento tuvo miedo de perderse pero por alguna extraña razón
la casa le resultaba familiar. Su verdadero miedo era no saber si todo era real
como a le parecía o solo un sueño que estaba viviendo con una intensidad
inusual.
La alarma del despertador le
devolvió a la realidad. Como en la mañana del día anterior, se sentía agotado,
sintió que el pánico que se apoderaba de él era irremediable.
Dudaba si contarle a su mujer
sus sueños o sus vivencias. Metió su mano en el bolsillo del pijama, cogió la
llave. ¿Quién iba a creer que había traído una llave de un sueño?
Se levantó dispuesto a
comenzar un nuevo día, durante el cual tampoco tuvo ningún recuerdo de sus dos
últimas inolvidables noches.
Tercera noche:
Una vez tumbado en su cama y
pasado un rato, tras acostarse su mujer que solía hacerlo un poco más tarde, en
el silencio de la noche, cuando solamente el casi imperceptible tic tac del
despertador hacía que no pudiese conciliar el sueño, abrió los ojos y una vez estos
se hubieron adaptaron a la oscuridad, le mostraron la estancia a la cual
últimamente estaba acostumbrándose.
Se levantó, recorrió el largo
pasillo, oyó risas y el llanto de una mujer proveniente de la habitación que se
hallaba justo enfrente del pasillo una vez pasado el rellano de la escalera. La
puerta estaba cerrada y se oía perfectamente que dos chicos forzaban a la mujer
y que ésta suplicaba que la dejaran, pero una voz autoritaria de otro chico,
ordenaba a estos que continuaran.
Metió la llave en la cerradura
que encajó perfectamente y giró la misma, abrió la puerta y lo que vio le causó
pavor. Dos chicos de no más de dieciocho años violaban a una mujer de unos
treinta años que vestía uniforme de empleada de hogar, tocada con cofia, lo
cual evidenciaba un atuendo propio del siglo XIX. Un tercer chico la azotaba
cuando se negaba a ser sometida.
Intentó defender a aquella
pobre chica pues lo que veía era real, estaba ocurriendo, pero él no estaba
allí, era como que si se le estuviese proyectando lo acaecido en esa habitación
al menos cien años atrás o así todo indicaba que era.
Él era un mero observador pero
le estaba haciendo daño, mucho daño, ver que no podía mover un solo músculo por
impedir aquella barbarie. Veía y oía perfectamente todo. La mujer suplicaba a
quien sin duda era el incitador de todo el mal que le estaban infringiendo
diciéndole:
-hijo mío no sabes lo que
estás haciendo, para esto antes de que sea demasiado tarde-.
La sonora bofetada que éste le
propinó a la mujer hizo que ésta perdiera el conocimiento. El agresor volvió a
jalear a los que sin duda eran sus amigos a seguir consumando su felonía. Por
suerte la chica ya no era consciente de su sufrimiento.
Despertó muy afligido. La
escena que había presencia le había dolido profundamente y más por parecerle
tan real y al mismo tiempo no poder evitar el dolor de aquella mujer que era
vejada solo quizás por su condición de sirvienta en una casa.
Palpó la llave en el bolsillo de su pijama y se dispuso a contarle a su mujer lo que le sucedía cuando ésta le preguntó qué le ocurría.
CAPÍTULO II
Era sábado, por lo que ninguno
tenía que ir a trabajar, contaba con todo el tiempo preciso para poner al día a
su mujer de sus movidas en las últimas tres noches.
Durante el desayuno comenzó
narrando todo lo vivido o soñado, no estaba seguro cómo calificar su odisea,
aunque la llave lo desconcertaba. Por ello cuando se la enseñó a su mujer, ésta
puso el grito en el cielo y le dijo.
-¿Estás tomando algo? ¿No habrás contactado
con Carlos, ese amigo de la Universidad que siempre te animaba a esnifar
cocaína?
Con toda la calma del mundo,
le contestó a Carolina su mujer, que ni tomaba nada, ni siquiera sabía nada de
Carlos desde hace cuatro años cuando asistieron a su boda y que se marchó a
vivir por su trabajo a otra ciudad a más de quinientos kilómetros.
Pues tú me dirás, ¿a qué viene
esto?
Créeme si quieres o no, pero ¿cómo
explicas lo de la llave? Es una llave antigua esto no es algo que se vea ya,
así que ¿cómo si no ha llegado a mi poder?
Carolina cogió la llave, la
sopesó y la tiró al cubo de basura. A continuación sacó la bolsa la cerró y
llamó al portero del bloque de pisos para que subiera. Cuando éste tocó al
timbre de la puerta, le abrió entregándole personalmente la bolsa pidiéndole el
favor de que lo bajara al cubo de la comunidad.
Cuando volvió a la cocina, su
marido le dijo:
- ¿Ya está?, ¿ya se ha
solucionado?, ¿tú crees que ya se habrá acabado todo? Ojalá sea tan fácil, pero
creo que esto acaba de empezar.
Ahora mismo llamaré a nuestro
amigo Manolo, el marido de Paz, el psiquiatra, y en cuanto nos dé cita
estaremos allí. Sin duda el estrés de la mudanza te ha afectado notablemente.
Ya está todo hablado, gritó Carolina.
No tenía ganas de discutir,
estaba agotado.
Dispusieron salir de compras e
ir a comer fuera. La tarde la ocuparían yendo a visitar a los padres de él que
estaban una residencia.
El día se le hizo eternamente
largo, pero si algo le llamó a la atención fue cuando estuvo con sus padres.
Ramón, su padre, a pesar de tener ochenta y cinco años, estaba perfectamente
bien, solo que había decidido estar con su mujer Isabel, en la residencia, ya
que ésta sufría alzhéimer y no quería dejarla sola y allí ambos estaban bien. Ella
bien cuidada, y en sus ratos de lucidez la presencia de su marido le hacía muy
feliz.
Caminaban por el jardín de la
residencia, Ramón y Carolina le precedían y él llevaba a Isabel, su madre, garrada
a su brazo. Le sorprendió que ésta le dijera:
- Alberto, no te preocupes por
la llave -.
No supo que decir y su madre empezó
a canturrear como lo hacía cuando más afectada estaba por su alzhéimer.
De regreso a casa no quiso
comentar esto con Carolina, no tenía ganas de
que volvieran a discutir y ni muchísimo menos le iba a creer.
Cuarta noche:
Estuvieron hasta muy tarde
viendo un programa de televisión, pensó que sería genial, porque estaba muy
cansado incluso había dado alguna cabezadita en el sofá y todo parecía normal.
Bajó totalmente la persiana
del dormitorio para que la luz de la farola de la calle no permitiera la
penumbra que una vez adaptados sus ojos le hacía ver la habitación. Cuando
apagó la luz del dormitorio se hizo la más absoluta oscuridad.
Solo cuando cerró sus ojos
vislumbró la habitación fatídica. Los abrió de par en par y seguía viendo la
habitación. Se levantó, salió recorrió el pasillo, bajó la escalera, abrió la
puerta del patio y salió. Caminó por la galería con arcos, que había a la
izquierda de la puerta, llegó a la habitación que la otra vez no pudo abrir. Se
palpó el bolsillo del pijama, no tenía la llave, pero había una colocada en la
puerta. Giró la cerradura y abrió, sin apenas esfuerzo la puerta cedió
abriéndose de par en par. Guardó la llave en su bolsillo y entró. Giró una
llave de pellizco de porcelana que brillaba en la oscuridad del cuarto y
encendió la luz. Un grito ahogado salió de su garganta. Colgada de una viga del
techo estaba la mujer que había sido forzada la noche anterior. Corrió para
socorrerla pero traspasó su cuerpo. De nuevo se le representaba un hecho
horrible pero él no podía intervenir ni para bien ni para mal.
Contempló a la mujer durante
bastante rato, sin saber qué hacer, preguntándose:
-¿y ahora qué?, ¿por qué?-
Trató de poner en orden todo
lo vivido hasta ahora, aún no tenía una respuesta, ni tan siquiera era
justificable el suicidio de la chica por un hecho tan vil como al que había
sido sometida.
Volvió sobre sus pasos, cerró
la puerta de la habitación y salió. Recorrió el soportal y el frío del patio
caló sus huesos. Entró en la casa y cuando iba a subir la escalera unos jadeos
provenientes de la habitación que había junto a ésta le hicieron girarse y
dirigirse hacia la misma. Estaba cerrada, así que utilizó la llave que se
guardó. La cerradura giró perfectamente y la puerta igualmente sin apenas
esfuerzo se abrió.
Un tipo de unos cuarenta años
violaba a una joven de no más de catorce que lloraba desconsolada siendo sometida
por quien parecía ser el señor de la casa y ella solo una pobre sirvienta.
Quiso coger un candelabro de plata que había sobre una mesita junto a un sofá,
pero sus manos atravesaban el objeto. A al igual que antes y como como venía
sucediendo, era un mero observador, sin arte ni parte, no podía evitar la
inmoralidad que allí se cometía. La cara de la niña era el vivo retrato de la
mujer que fue mancillada por los jóvenes y que ahora estaba colgada de la viga
de su cuarto.
Salió rápidamente de allí. Subió
la escalera y se sentó en el rellano. Lo que le era mostrado le superaba, se
sentía apesadumbrado, desconsolado y muy entristecido.
Aunque la alarma del
despertador no sonara los domingos, eran la siete en punto cuando se despertó,
estaba agotado. Todo lo que había vivido le encogía el alma. Palpó el bolsillo
de su pijama y tenía la llave en él. Fue al baño, encendió la luz y comprobó que
la llave era similar a la que había tirado Carolina a la basura, solo que
mientras la anterior tenía forma ovalada en su parte ancha, está otra tenía la
forma de un corazón.
Preparó café y sirvió dos
tazas, una para él, que tomó en la cocina, otra para Carolina, que le llevó a
la cama. Aunque protestó algo por haberla despertado, al verlo tan activo,
pensó que todo habría ido bien y así lo creyó cuando le preguntó: ¿Cómo has
pasado la noche? El mintió diciéndole que genial. De todos modos no le iba a
creer.
Quinta noche:
Cuando se acostó, por primera
vez, deseó estar en aquel cuarto que le transportaba a otro mundo, a otro
lugar, a otro espacio, a otro tiempo, quizás por qué no, también a sus
atormentados sueños. Ahora deseaba conocer el desenlace de tan fatídica
historia. Pero aunque lo intentaba con todas su fuerzas no conseguía ver la
habitación que lo transportaba.
La tenue luz de la farola que
entraba porque no había bajado totalmente la persiana, le devolvía a la
realidad de su cuarto pintado en un color moderno que aunque no era de su gusto,
era el color que le encantó a Carolina porque a parecer estaba de moda.
La televisión de plasma
colgada en la pared a los pies de la cama, un sifonier lacado en blanco de seis
cajones, dos mesitas de noche y un cabecero igualmente lacado en blanco, eran
todo el mobiliario de la habitación. A la izquierda del cabecero el balcón con
dos puertas abatibles y a la derecha otras dos puertas lacadas también en
blanco, una que daba acceso a un vestidor y otra a un baño exclusivo para esa
habitación.
Se levantó, cerró totalmente
la persiana y la oscuridad invadió la habitación. Se tumbó en la cama con la
esperanza de soñar, o vivir y se sobresaltó. ¿Y si él era el protagonista en el
pasado de aquellos repugnantes actos? ¿Cuál, se preguntó?, ¿el viejo que
forzaba a una niña?, ¿alguno de los jóvenes que violaron a la mujer? o a lo
peor ¿el sanguinario que los jaleaba?
Deseó no tener nada que ver
con eso, aunque no se explicaba ¿qué papel representaba él en esto?
No necesitó ni abrir ni cerrar
los ojos para darse cuenta que estaba en la habitación, en esa habitación que
era la transportadora, aunque no sabía bien porqué ni para qué.
Se levantó, salió de la
habitación al pasillo. Bajó la escalera, abrió la puerta y salió al patio. Se
sorprendió porque estaba amaneciendo. Una señora muy mayor vestida también de
sirvienta llamaba en la puerta de la habitación donde vio a la mujer colgada.
-Elena abre que ya es tarde, tienes
que subir el desayuno al señor -.
Como no respondía, ésta abrió la puerta con una llave
que llevaba colgada al cuello y halló el cuerpo inerte de la mujer. Llamó
desesperada a Arturo, el señor de la casa. Éste bajó rápidamente la escalera y
recorriendo el soportal entró en la habitación. Ordenó a la vieja sirvienta que
despertase a su mujer y que ésta llamase a la policía.
Inmóvil observó a Arturo, el
mismo tipo al que vio cómo abusaba de la joven de catorce años, aunque ahora
era bastante más mayor.
Arturo comprobaba que la chica
estaba sin vida. Cogió una nota que sobresalía del bolsillo delantero de su
delantal. La leyó y la guardó en el bolsillo de la chaqueta, llevándose las
manos a la cara, en un gesto que pareciera que iba a echar a llorar, solo dijo:
- ¡Dios mío, hijo mío! ¿Qué
has hecho? -
Rápidamente acudieron varios
policías y un médico forense. Retiraron el cadáver y quien parecía ser el jefe
de los policías tomó declaración a la vieja sirvienta y a Arturo quien no mencionó
nada sobre el papel que halló en el bolsillo de la mujer.
La mañana fue ajetreada en la
casa hasta que sacaron el cadáver y la policía concluyó que el caso estaba
claro, un suicidio.
El silencio se hizo en toda la
casa y se dio día libre al servicio para acompañar a los familiares de Elena
hasta que se celebrase el sepelio.
Siguió a Arturo hasta su
despacho que era la habitación que había junto a la escalera. Éste, nada más
entrar cerró con llave y releyó la nota.
“Quizás sea el karma, quizás que la maldad tienen mil formas de
representarse, quizás ni tú, ni muchísimo menos yo tengo la culpa, pero nuestro
hijo, ese hijo que tú engendraste en mi seno forzándome siendo una niña, ese
niño que has educado en contra mía para que en ningún momento pudiera reclamarlo
como mi hijo que es, ha osado una indignidad mayor a la que tú cometiste.
Igualmente me quiso forzar pero ante mi negativa no tuvo reparo en que lo
hicieran sus amigos Roberto y Juan, mientras él los jaleaba tratándome como un
simple objeto de su propiedad.
Él era el único motivo que tenía para vivir. El monstruo en el que se
ha convertido es el motivo por el que el decidido poner fin a mi miserable
existencia.
Cierto es que tú te has forzado en resarcir tu felonía para conmigo.
Hasta accediste a que tuviera estudios, pero siempre como objeto de tu propiedad,
quizás y ahora lo veo solo fuera para presumir de sirvienta culta, mientras te
ufanabas de no que solo me proporcionabas techo, comida y hasta educación
porque decías que me habías rescatado de la calle con tan solo doce años y
embarazada. ¡Qué mentira, que a fuerza de decirla todo el mundo ha hecho una
verdad!
Sí, creo que el mayor acto de buena fe para conmigo fue la promesa de
que a tu muerte heredaré esta casa. Esto aún no se lo has contado a tu mujer.
Ironía del destino. Ahora quedará a tu libre disposición, pero te ruego que sea
para aquellos herederos míos que me quieren a pesar de todas las falsedades
vertidas sobre mí. Esto es lo único que te pido y que aunque salves a tu hijo
(mi hijo), que sé que lo exculparás de todo esto, deseo que puedas encarrilarlo
para sea un hombre y pueda arrepentirse de su felonía”.
Arturo, arrojó el papel a la
chimenea que había un rincón del despacho y las ascuas lo devoraron con avidez
levantado el fuego que rápidamente se esfumó al igual que el papel.
Alberto despertó empapado en
sudor como si la chimenea que ardía en el despacho de Arturo estuviese en su
habitación. Se levantó y se duchó. Pasó a la cocina donde tras prepararse el
café se marchó sin despedirse de su mujer.
Intentó poner en orden todo lo que hasta ahora vivió o conocía o bullía en su cabeza. Ya era incapaz de reconocer ¿qué era verdad?, ¿qué era mentira?, ¿qué vida era la suya, ésta o esa de mero espectador?, pero la llave era real, quería saber qué había de verdad en todo esto.
CAPÍTULO III
Llegó a casa antes de la hora
habitual. Tenía ganas de contar a Carolina los últimos acontecimientos, pero
desistió inmediatamente. Nada más abrir la puerta y saludarla, ésta con un aire
desabrido le dijo: - mañana tenemos cita a las siete de la tarde con Manolo,
después de la consulta iremos a cenar a su casa. Paz, lo ha preparado todo
convenciendo a su marido de la urgencia que requiere que te examine.
- ¿Se puede saber a cuento de qué
te fuiste esta mañana sin decirme nada siquiera?
Solo musitó que se había
levantado con un poco de fiebre, que se duchó y salió rápidamente a la calle porque pensó que le
vendría bien el aire fresco que se dejaba sentir a primera hora de la mañana
del mes de marzo.
- ¿Me estás vacilando o qué?,
dijo Carolina, - ¿no tendrán nada que ver esos malditos sueños tuyos que ahora
quieres ocultarme?
- Joder, ¡cómo eres!, si te
cuento, porque te cuento, si no te cuento, que no te cuento. Está bien mañana
vamos a ver al psiquiatra, seguro que él tendrá una explicación plausible a
esto y podré poner punto y final. Dejemos de discutir. ¿Cenamos?
- ¿Para qué quieres cenar tan
pronto? ¿Estás deseando irte a la cama para tus fantasías?
- Mira no quiero discutir, si
quieres cenamos, si no, no. Y tú dirás cuando quieres que nos vayamos a la cama.
- ¿Qué pasa?, ¿disfrutas
vacilándome o vas de pasota?
- Está bien Carolina, ¿qué
quieres?, - dijo con toda la calma que le fue posible.
La sonora bofetada que su
mujer le propinó le sacó de sus casillas pero siguió inmóvil. Solo cuando ella
arrojó la llave que había olvidado en su pijama saltó corriendo rápidamente a
recogerla.
- ¿Se puede saber qué es esta
otra llave?, y ahora con un corazón, ¿me estás engañando?
Abrazó a su mujer que ahora
lloraba desconsolada sobre su pecho aunque hizo un amago de separarse.
- No te inventes fantasmas,
llevamos sin hablar desde la mañana del sábado. ¿Quieres oír lo que he soñado,
pensado o imaginado estas dos últimas noches?
- ¿Y has traído otra llave de
tus sueños?
- Es poco creíble, pero sí. No
sé cómo ni porqué pero es así. Mi madre me dijo que no me preocupara por la
llave,- añadió sin saber muy bien porqué-.
Carolina saltó como una jineta,-
¿pero tú te estás escuchando?, tu madre tiene alzhéimer y tú estás como una regadera.
- Si mañana no estás en el psiquiatra
a las siete en punto…
No oyó lo que decía ésta
porque salió del salón cerrando la puerta de golpe.
Sexta noche:
Carolina se había acostado en
la habitación de invitados, así que él se quedó en el sofá, solo, pensando en
la absurda discusión que habían tenido.
No podría precisar cuánto
tiempo pasó pero de nuevo se encontraba en aquella misteriosa habitación, en
aquél dormitorio que era como la cápsula transportadora del tiempo a otro lugar
u otro estadio a otro momento de una vida que tenía la certeza que él no tenía
nada que ver pero que por alguna extraña razón le hacía participe de unos
acontecimientos dramáticos en las vidas de las personas que allí se le
representaban.
Salió como cada noche de la
habitación. Bajó la escalera y una fuerte discusión que provenía del despacho
le llamó la atención. Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.
Arturo sentado en un sillón
interrogaba a un joven que era aquel que había jaleado a sus amigos a someter a
su sirvienta.
- ¿Dime qué ocurrió la noche
que salimos al teatro tu madre y yo?
¿No me mientas?
¿Por qué intentaste abusar de
Elena?
¿Por qué consentiste que lo
hicieran tus amigos?
¿En qué monstruo te has
convertido?
El joven, con la cara blanca
como la cera, era incapaz de articular palabra alguna porque no entendía cómo
su progenitor pudiera tener la seguridad de lo que había ocurrido. Estaba
seguro que su padre no había hablado con ninguno de sus amigos y le relataba lo
que hicieron sin el menor atisbo de duda.
Instintivamente su primera
acción fue negar los hechos pero las preguntas de su padre, las mismas cada vez
más insistentes y con el tono de voz más alto, acabaron por derrumbar al joven
que confirmó lo que Arturo ya sabía.
- Maldita seas, tú eres mi
hijo, y Elena, tu madre, dijo derrumbándose llevándose las manos a la cara para
ocultar su llanto.
El horror se dibujó en la cara
del joven que ahora comprendía las palabras de la mujer antes de que perdiese
el conocimiento tras golpearla y súbitamente comprendió todo el mal causado.
El joven se levantó, abrió la
puerta de cristal de un mueble que contenía armas de fuego, sacó una escopeta
que cargó y colocó bajo su mentón con la
clara intención de dispararse. En ese preciso instante la puerta se abrió de
golpe y el sobresalto que pasó hizo que el arma se disparase pero la
trayectoria de la bala alcanzó el pecho a Arturo que se había aproximado a su
hijo para evitar que éste consumase su suicidio.
El grito aterrador de la mujer
de Arturo que era quien había abierto la puerta hizo que rápidamente todo el
servicio acudiera a la habitación.
En el suelo, Arturo se
desangraba.
Impávido su hijo, parecía un
muñeco de cera. Ana, la mujer de Arturo, de rodillas, con un trozo de falda
taponaba la herida mientras dada órdenes para que llamasen al médico y a la
policía.
Para cuando llegó el médico,
éste solo pudo certificar su muerte.
Alberto despertó o volvió a su realidad con el pulso acelerado, empapado en sudor. Se levantó del sofá, se dio una ducha y salió de casa, no sin antes comprobar que Carolina aún dormía.
CAPÍTULO IV
Un poco antes de la siete
estaba en la consulta, allí estaba Carolina con los ojos rojos de haber llorado,
hablando con Manolo, éste intentaba tranquilizarla sin mucho éxito. Autorizó
que ella estuviera presente en la sesión pero con el ruego de que no
interviniera para nada oyese lo que oyese.
Cuando Alberto acabó de contar
todo lo acaecido, le mostró la llave, y pudo comprobar la expresión de duda que
puso el psiquiatra cuando tomó ésta en su mano.
Elena no aguantaba más su
silencio y preguntó:
- ¿Qué opinas Manolo?
- Verás, hay tanta sinceridad
en lo que dice que es difícil juzgar solo por su relato qué hay de realidad o de
invención en lo que ha contado
El acto de inventar, de crear
una cosa que no existe, explicar como verdaderas cosas que no lo son, en mi
campo es difícil aseverar, pudiera ser solo producto de su imaginación, pero
siempre hay una base de realidad en lo que imaginamos. La llave por ejemplo, no
es en sí una prueba para aseverar la verosimilitud de lo que cuenta. Lo cierto
es que nos es difícil creer que podamos materializar un objeto soñado, ¿pero,
podríamos traer objetos de otro tiempo? Hay teorías que afirman que podríamos
viajar en el tiempo. Sin duda, Alberto por alguna razón que desconocemos, nos
cuenta una historia que debió ocurrir hace al menos cien años, y es por aquí
por donde deberíamos empezar. Tenemos dos hechos que no debieron pasar
desapercibidos en la época por la importancia social que parece gozar la
familia protagonista: uno, la muerte de la sirvienta y poco después la muerte
fortuita de ese tal Arturo y que sin duda la policía investigaría hasta
descartar la intencionalidad de su hijo. Si descubrimos la veracidad de estos hechos
estaremos más cerca de entender este galimatías y qué papel representa él en
estos acontecimientos.
El psiquiatra se levantó de su
sillón y sugirió:
- Vayamos a casa, cenemos.-
He hemos decidido Paz y yo que
hoy os quedaréis con nosotros a pasar la noche, si no tenéis inconveniente, así
podré ponerle a Alberto un aparato que nos da la posibilidad de controlar lo
que soñamos, a través de estímulos externos que ese equipo emite para que
duerma mejor.
El silencio de Alberto y el
entusiasmo de Elena creyendo que la solución estaba en camino, animó a ambos
para aceptar la invitación que les habían preparado sus amigos. Así pues,
quedaron que pasarían por casa a coger una muda y utensilios de aseo. En una
hora quedarían en casa de sus anfitriones.
Durante el corto trayecto no
hablaron, solo cuando estaban en casa Alberto dijo:
- Sé que esto no es un sueño
lúcido -
Es algo que se me escapa de mi
entendimiento, me he horrorizado pensando que pudiera ser alguno de los personajes
masculinos, pero cuando mi madre me dijo que no me preocupara por la llave,
deduje que no podría ser ninguno de ellos por sus actos punibles, pero creo que
mi papel está en descubrir quién era esa pobre chica que se suicidó y que hasta
después de su muerte la habrán menospreciado y que por fin habrá encontrado el
medio de llegar a esclarecer una verdad que lleva mucho tiempo escondida.
Elena quería creer lo que su
marido le contaba. Había tenido el valor de narrar su historia igual que lo
hiciera a ella sin omitir ningún detalle, sin titubear, con toda la
tranquilidad del mundo, intuyendo ella lo difícil que debía serle a él contarlo
al psiquiatra aunque éste fuera su amigo. Así que había dado un paso
cualitativo para que ella tuviera más confianza en la verosimilitud de su
historia.
Durante la cena no hablaron de
los sueños de Alberto, fue una cena entre amigos que lo eran desde hacía varios
años y que a veces solían juntarse para pasar una velada agradable en compañía.
Cuando cenaron y pasaron al salón, ya más distendidos, hablaron de ello. Fue
Paz la que sorprendió a todos cuando dijo que quizás Alberto de algún modo
había pasado a otra dimensión, que posiblemente todo era real pero ocurrido en
otro tiempo, que la chica que halló ahorcada sería alguien muy próximo a él o a
su familia y que sin duda aunque su madre no estaba en condiciones de ayudarle
por su alzhéimer alguna conexión debería existir entre la chica y su madre.
-Mi madre es hija única -dijo
Alberto-, mi abuela no puede ser porque murió cuando yo tendría dieciséis o
diecisiete años, la recuerdo perfectamente con sus canas y su moño que
laboriosamente se hacía ella todas las mañanas y sus vestidos siempre negros,
hasta los delantales que usaba eran oscuros y eso que por entonces ya llevaba bastantes
años viuda. Mi abuelo murió cuando mi madre tenía dos años. Que yo recuerde, mi
abuela era hija única también. Quedó un silencio y por un momento una sombra de
tristeza se dibujó en su rosto.
Recordó una Navidad su abuela
se retiró de la mesa llorando y Ramón su padre discutiendo con su hermana a la
cual recriminó por algo que había dicho o hecho, él era muy pequeño y no podía
recordar que ocurrió pero cayó en la cuenta que nunca más vio a su tía. Cierto
es que vivía en otra ciudad pero solían juntarse en fechas señaladas y desde ese
hecho jamás había sabido de ella y de niño cuando preguntaba a sus padres le
respondían que no sabían nada.
Séptima noche:
Antes de irse a la cama,
Manolo le colocó a Alberto un aparato a la altura de su frente, tenía forma de
diadema y según le dijo era capaz de identificar cada una de las etapas del
sueño. Al identificar la etapa REM, una etapa de sueño profundo a la cual
llegamos después de noventa minutos durmiendo, el aparato empieza a emitir
estímulos externos para que los sueños sean más a menos y la hora de descanso
sea más tranquila.
Cuando apagó la luz del
dormitorio que le era familiar porque algunas veces habían pasado la noche en
casa de sus amigos, la oscuridad era total. No podría precisar cuánto tiempo
había pasado, abrió los ojos y allí estaba la misteriosa habitación que le
transportaba a esa casa tan distinta de la suya y en la que ahora se
encontraba.
Se levantó, salió al pasillo y
oyó voces provenientes de la planta
baja, bajó la escalera y vio a Ana, la señora de la casa, discutiendo con una joven
de unos trece años que estaba en el zaguán, tenía un parecido razonable con la
ahorcada. Hablaba con bastante calma pero recriminaba a la señora que no le
dejase pasar a coger las pocas pertenencias que hubiera en la habitación de su
hermana. Ante la negativa elevó el tono para que la oyese el servicio que
acudía en amparo de su señora y dijo alto y pausadamente:
-Esta casa me pertenece por la
muerte de su marido y la muerte de mi hermana.-
Mi sobrino, ése que habéis
criado como hijo vuestro fue concebido porque su marido que no tuvo reparo en
abusar de mi hermana, una niña de catorce años. Pero ahora se hará justicia. Mi
hermana no vino embarazada a esta casa, aquí la preñaron, aquí la violaron y al
menos su marido quiso reparar su culpa dejándole esta casa.
La señora acusó el golpe y
ordenó a sus sirvientas que avisaran a la policía.
La joven de la puerta en vez
de amilanarse siguió hablando;
- que vengan y de paso que me
digan dónde está mi sobrino-
Hace una semana vino a mi casa
a decirme que personalmente me entregaría el documento de puño y letra de su
padre, que lo tenía en su poder y quería que viniese a vivir aquí y ahora no
aparece.
La llegada de la policía puso
fin a la discusión llevándose a la joven al cuartelillo.
La señora cerró la puerta dando
un fuerte portazo. Dio diferentes órdenes a sus sirvientas y una vez quedó
sola, salió al patio, que cruzó con paso veloz, recorrió el pasillo que llevaba
hasta el jardín, salió y fue hasta la piscina que bordeó y llegó hasta la
entrada de la cueva justo detrás de donde estaba el manantial que la llenaba.
Le produjo rabia despertarse
con la respiración fatigosa como si le faltase el aire pero el apresurado
recorrido tras la señora le había dejado exhausto.
Se levantó y se dirigió a la
cocina de dónde provenía un agradable olor a café que estaba preparando Manolo.
La sensación de fatiga, tos y expectoración de Alberto llamaron la atención de
éste. Le hizo sentarse mientras iba a por su estetoscopio para auscultarle.
Deberías hacerte una
espirometría, -le dijo- mientras examinaba a su amigo. Le retiró el aparato que
colocó la noche anterior en la frente y sin pensar exclamó: ¡Joder!, como es
posible, estaba cargado a tope y no es normal que no haya registrado ninguna
información es como si no hubieses dormido. Cuéntame, ¿qué ha pasado esta
noche?
El fastidio de Alberto era
evidente con la llegada a la cocina de su mujer y Paz, pero no tuvo más remedio
que contar lo que había vivido o soñado.
Seguía en el dilema de no saber que le estaba ocurriendo.
CAPÍTULO V
Aceptaron quedarse una noche
más a dormir en casa de sus amigos.
Alberto se marchó a trabajar
aunque dijo que regresaría algo más tarde, pasaría por la residencia a ver si
podía hablar con su padre, por si podía obtener alguna información y pudiera
encontrar alguna pista que le llevase al origen de estas alucinaciones.
Durante su jornada de trabajo
como venía sucediendo desde que tuviera estos sueños, no tenía ningún recuerdo
de lo vivido o soñado durante la noche, lo que al menos serenaba su espíritu.
Cierto es que pasó el día impaciente deseando acabar su jornada.
Mientras conducía hacia la
residencia pensaba el modo de abordar a su padre. No quería intranquilizarlo por
lo que a él le sucedía. Tenía que ser muy convincente para que éste no
percibiese el desasosiego que le llevaba a indagar en el pasado sin tener la
certeza de que realmente hubiese sucedido nada fuera de lo habitual en la
familias, que a veces por algo nimio rompen su relación y contacto hasta que alguien
cede a su imposición o veleidad.
Cuando llegó estaban cenando.
Cenaban en la habitación que ellos tenían en la residencia, en realidad era
como un pequeño apartamento con una habitación de dos camas, una mesita y un
armario empotrado de dos puertas, un baño con ducha, lavabo y wáter y una
salita que tenía dos sillones orejeros, una mesa camilla una librería y una
mesa de cristal para la TV.
Su padre se sobresaltó al
verlo entrar y él rápidamente acudió a abrazarle y tranquilizarle diciéndole
que su visita inesperada solo era porque le había cogido de paso por un asunto
de trabajo. Mintió para minimizar el impacto causado en el anciano.
Dispuso de quedarse unos
minutos, besó a su madre que ni tan siquiera había levantado la cabeza del
plato, solo lo hizo cuando éste se sentó a su lado y mirándole le dijo:
-Pronto conocerás la verdad-
El tono de voz empleado fue
tan bajito que dudó si él lo había pensado o había salido de la boca de su
madre. Por suerte su padre que no tenía el audífono puesto pues estaba cogiéndolo
de la mesa de TV para colocárselo, no lo había oído.
Papá ¿sabes qué he soñado hoy?
-dijo-, para llevar la conversación a la información que quería obtener.
-Dime hijo.-
Pues la verdad, creo que es
una tontería, pero he soñado que era muy pequeño y que tú tenías una hermana, y
en un vago recuerdo de mi infancia veo a una señora que venía por Navidad a
visitarnos.
La cara de su padre se volvió
cerúlea, e impávido dijo:
Tuve una hermana, pero ésta
murió para mí el día que ofendió a tu abuela ultrajando a su hermana que por aquel entonces hacía ya muchos años
que había muerto. La verdad solo sé que vive, sola, soltera y amargada como
siempre ha sido en su vida.
Las duras palabras de su padre
no fue lo que causaron en Alberto el impacto sino su reacción al saber que su
abuela tuvo una hermana mayor que ella de la que nunca le habían hablado y de
la cual hasta ese preciso instante no tenía conocimiento.
Quiso aparentar la mayor calma
posible, pausadamente preguntó:
-¿Qué ocurrió con la hermana
de la abuela?
Poco sabemos tú madre y yo de ella,
fue unos meses antes de nuestra boda cuando tu abuela nos contó la triste
historia de su hermana. Sus padres la pusieron a servir en una casa de alto
abolengo cuando tenía nueve años. A los catorce años fue violada por el señor
de la casa, tuvo un hijo de éste, pero para tapar el escándalo dijeron que la
chica lo había tenido con un noviete. Pero la maldad de don Arturo, que así se
llamaba este tipo, era infinita. Se hizo cargo del niño que adoptó como suyo y
convino que para meter en cintura a la díscola sirvienta la tendría bajo su
custodia pero sin que se revelase como madre de la criatura a cambio de tener
garantizado un techo, comida y educación. Un día apareció ahorcada en la
habitación que tenía asignada en la casa donde servía. Una semana después el
hijo de don Arturo fortuitamente mató a su padre mientras limpiaba una escopeta
de caza. Fue exonerado por la justicia de toda responsabilidad penal, pero posteriormente
desapareció sin dejar señales de vida. Nunca se supo nada de él, ni tras la
muerte de su madre que acaeció dos años más tarde. Fue raro ver que nadie
asistiera al sepelio de la señora, solo el personal de servicio que tenía en su
casa.
Tu abuela nos comentó que su
sobrino le había mostrado una semana antes de desaparecer un documento por el
cual don Arturo arrepentido de su felonía, reconocía como heredera de la casa
donde servía, a su hermana. Nunca creyó la desaparición de su sobrino. Reclamó
entrar en la casa para recoger las pertenencias de su hermana pero no la
dejaron y fue apaleada por la guardia civil por injuriar a doña Ana la mujer de
don Arturo. Al menos no estuvo presa porque se retiró la denuncia haciéndole
jurar que nunca más se acercaría a la casa ni levantaría infundios sobre don
Arturo o su hijo.
Si a su padre no se le
hubiesen humedecido los ojos contando tan tétrica historia, se hubiese
percatado de los ojos de Alberto que a cada paso del relato se le abrían como
platos.
Papá creo que deberías
contactar con tu hermana, dijo sin mucha convicción quitándole importancia al
relato que acababa de oír y que dada respuesta a las siete últimas noches de
pesadilla que llevaba sufriendo
Bueno me tengo que marchar se
me está haciendo tarde, el próximo día que os visite me sigues contando.
Se levantó, abrazó y besó a su
padre y agachado besó a su madre que permanecía impertérrita en su sillón. Mientras
le besaba en la mejilla ésta musitaba:
- El final está cerca -
No digas pegos mamá, aún
tienes que estar con nosotros, no pienses en eso, -dijo- quitando importancia a
la frase que obviamente él intuyó en otro sentido.
De camino a casa de sus amigos
iba reflexionando. La historia que le había contado su padre de su tía abuela
era en síntesis la historia resumida de lo que él había soñado o vivido estas
últimas noches. Sabía que todavía no había acabado su odisea pero como le había
dicho su madre el final estaba cerca.
Cuando llegó a casa de sus
amigos estos estaban esperándole tomando una copa, la cena estaba lista así que
pasaron al comedor. La alegría era perceptible en su cara y todos se percataron
de ello.
- ¿Cómo ha ido la conversación
con tu padre?, -
- ¿Ha aclarado algo?-
Todo y nada
¿Cómo puede ser eso?, - dijo
su mujer -.
Me ha contado una historia, que
ha sido como si contara mi historia resumida, es decir, la chica que es vejada
por Arturo y por los dos individuos, jaleados éstos por su propio hijo es mi
tía abuela. Al menos ya contamos un dato real nombre y apellidos, fecha de
nacimiento y fallecimiento.
No, no estoy loco, no tengo
aún explicación de cómo ni porqué me he traslado en el tiempo, porque esta es
la definición más plausible a todo esto. Desconozco la causa pero evidentemente
he viajado todas estas noches en el tiempo.
Sé que mi abuela nació en el
año mil novecientos tres y mi tía abuela que era diecisiete años mayor que ella,
lo hizo en el año mil ochocientos ochenta y seis y murió en el año mil
novecientos dieciséis. El nombre de mi tía abuela era Elena Agüero Casso. Esto
es todo lo que tengo hasta ahora y estoy dispuesto a llegar al final cueste lo que
cueste, aunque tengo la certeza de que sea lo que sea que pretenda que conozca
esto le hará descansar en paz.
El psiquiatra rascó su cabeza
en un gesto preocupante por los vericuetos de la historia y como ésta estaba
afectando a la salud a su amigo, pero no tenía ningún argumento para
contradecirle y de ser cierto lo que decía que le había contado su padre este
enredo lejos de resolverse tomaba una cariz que se escapada de toda lógica
razonable. De todos modos estaba dispuesto ayudarle.
Octava noche:
Cuando se fue a la cama, no
quiso que su amigo le colocase el
aparato para controlar su sueño. Se sentía tranquilo, relajado y seguro. Por
ello cuando se apercibió de que estaba en esa extraña habitación que le
transportaba a una época pasada, se levantó de la cama recorrió el pasillo,
bajó la escalera, salió al patio cuya puerta estaba abierta, caminó por los soportales
que lo rodeaban. Caía una copiosa lluvia. Recorrió el pasillo interior que
acababa en la puerta que salía al jardín que igualmente estaba abierta. No dudó
en salir con paso apresurado, era como si alguien le guiara. Fue hasta la
piscina, la bordeó y se encontró en la puerta de la cueva, la luz de un candil
a la entrada lo que le motivó a adentrarse en ella.
Calado hasta los huesos por la
lluvia que caía torrencialmente cuando atravesó el patio, se sintió protegido
una vez dentro. Anduvo un por un estrecho sendero junto al arroyo excavado en
la piedra que surtía de agua la piscina.
Una discusión que a medida que
se introducía en la cueva oía cada vez más nítidamente, le animó a seguir por
el interior de la misma hasta el lugar de donde provenía.
- Hijo, ¿se puede saber por
qué me has citado aquí?
- Si, mamá. Cuando era pequeño,
si quería conseguir tu beneplácito para obtener lo que quisiera entraba en la
cueva y con la promesa de que no iba a entrar más conseguía agenciarme de
cualquier capricho que desease. Ya no soy un niño, pero me siento tan pequeño.
Mi madre y mi padre han muerto por mi causa y solo recuperaré mi paz y de paso
se hará la voluntad de mi padre si llevo a buen término su último deseo. Era
empeño de mi padre que esta casa, a su muerte, fuese para mi madre natural y
ésta a su vez quería que fuese para sus legítimos herederos. Sus padres han
muerto solo a su hermana es a quien
corresponde ese derecho. Por eso he dispuesto que se venga a vivir aquí.
La miserable casucha donde vive no es lugar para ella y lo hará en calidad de
mi tía y solo cuando tú faltes se hará con esta propiedad. El resto de nuestros
vienes están estipulados en las última voluntades de mi padre.
- ¿No pensarás que voy a
aceptar este chantaje?, porque eso es lo que me estás proponiendo, ¿no?
No es un chantaje. Esta es la
voluntad de mi padre tras su muerte para redimir la felonía que hizo a mi
madre. Este manuscrito que tengo en mi poder así lo explicita y me lo entregó
el día que discutimos en su despacho y que supe esta triste realidad mía. De
haberlo sabido antes, mucho antes, no hubiese cometido el más grande de los
pecados que me llevará a purgar en el infierno.
Alargó su mano para coger el
documento que ésta consiguió agarrar aun cuando él dio un paso atrás para
esquivar que lo cogiera. Su pie izquierdo no pisó el suelo sino que quedó en el
aire un ponor se abría en este tramo de la cueva. Todo su peso era insuficiente
para quedar sostenido en su pie derecho y bruscamente se precipitó al fondo del
mismo.
El grito de horror de ella debió
oírse hasta en la casa, pero de haber habido más iluminación en la gruta,
Alberto se hubiera percatado de la cara de satisfacción de la señora.
Se giró sobre sí misma y
caminó lentamente hacia la salida, mientras guardaba el documento entre sus
senos. Cogió el candil de la entrada y salió de la caverna.
Seguía lloviendo, ésta cruzó
el jardín con paso decidido hasta la casa. Entró, cerró la puerta metálica que
daba al jardín, anduvo el pasillo que había hasta la cocina. Colgó el candil y
se acercó a la chimenea que mantenía unas ascuas encendidas. El frío calaba sus
huesos y le hacía estremecerse.
Sacó el documento, lo leyó y
su primera intención fue arrojarlo al fuego.
Cambió de opinión y rápidamente
salió de allí, recorrió los soportales del patio y entró en la casa, cerró la
puerta de cristal del patio. Subió a su habitación y abrió un cofre que tenía
una llave con un corazón en su parte más ancha. Metió el manuscrito, lo cerró y
escondió la llave tras un cuadro de la Inmaculada Concepción que había encima
de la cabecera de su cama.
Alberto despertó, se palpó el bolsillo de su pijama, se levantó y comprobó que la llave era idéntica a la que abría y cerraba el cofre. Un golpe de tos le sobrevino, se percató de que sus zapatillas y su pijama estaban empapados de agua y comenzó a temblar.
CAPÍTULO VI
El golpe de tos alarmó a
Manolo que estaba preparando café. Salió de la cocina y lo vio empapado y
trepidando de frío. Buscó una manta que le colocó por encima y lo condujo hasta
el comedor.
- ¡Estás empapado! Te preparé
un chocolate caliente.
De un cajón de un mueble del
salón cogió un termómetro que ordenó a Alberto que se pusiese para medirle la
temperatura.
No quiero. ¿No te das cuenta
que esto no es fiebre?, ¿cómo te explicas que mis zapatillas estén también
empapadas?
Carolina y Paz aparecieron en
el salón y cuando vieron Alberto quedaron sobrecogidas. Sólo la voz de Carolina
fue perceptible:
- ¿cómo estás así?,- ¡la cama
está seca, no es posible!
Mientras tomaba el chocolate,
contó lo que había vivido, como siempre con sinceridad, lo que dejaba fuera de
toda duda la invención, y dejaba traslucir que vivía una realidad paralela. Su
cansancio, las llaves, y ahora el agua que empapaba su pijama y zapatillas,
todo era un locura, pero en la cara del psiquiatra el asombro reflejaba que no
tenía una explicación lógica desde sus conocimientos para lo que le acontecía a
su amigo.
Se duchó y se marchó a
trabajar. Siempre era su mejor válvula de escape. Pensaba que una vez más y
como siempre sucedía, durante el día no tendría ningún recuerdo de lo vivido o
soñado durante la noche. Pero ya todo era diferente, ahora tenía datos reales
que unían sus sueños a personas incluso de su propia familia. El círculo se
estaba cerrando le habían sido representadas diferentes escenas todas ellas
acabadas con tres hechos terribles, el suicidio de Laura su tía abuela, el
fortuito accidente que acabó con la muerte de Arturo, un ser abominable que
arrepentido de su indignidad solo al final de su vida pretende pagar su culpa
con lo único que tiene y le sobra en su miserable vida, “dinero”, y por último
la casualidad también de la muerte inesperada del hijo de éste y Laura, y por
lo tanto primo de su madre, que tarde demasiado tarde quiso hacer justicia, una
justicia por los actos vejatorios cometidos por él mismo y su padre, a aquella
dulce criada que le amamantaría, le cuidaría y le mimaría como a un hijo,
ocultándole que realmente era su hijo. Pero sin duda, de todas las muertes, la
más injusta, la más dolorosa, había sido para él la de la criada, su tía abuela,
incluso antes de saber el parentesco que pudiera existir y que a pesar de todo
aún no había podido confirmar aunque todo indicaba que así sería.
Pero la maldad de Ana la mujer
de Arturo, no la entendía. Cuando la vio en la cocina leyendo el documento que
cogió de la mano de quien a los ojos de todo el mundo era su hijo no atisbó
ningún signo de tristeza por su trágico destino, tampoco reconoció el
desconsuelo cuando su marido se desangraba en el despacho. Sí, veía resolución
en los auxilios que le prodigó hasta que llegó el médico, pero ningún signo de
pena. Pero aún era más increíble que no diese cuenta del desgraciado accidente
del hijo permitiendo todo tipo de comentarios sobre su marcha, abandonando el
hogar. Posiblemente su marido le impuso un hijo que no era suyo y sostener una
mentira que dejaba a una pobre chica de cara a la sociedad marcada, o quizás
fuera la humillación de que la que había sido su casa fuera para los herederos
de la criada lo que había incendiado la cólera de Ana.
Tenía que verificar con lo
poco que contaba que estos acontecimientos de verdad habían ocurrido. Era
jueves, no podía ir de nuevo a ver a sus padres para no alarmarles, esperaría
hasta el sábado, día que solía pasar a visitarles.
Comunicó a su secretaria que
se marchaba del despacho, que anulase una cita que tenía pendiente para la
tarde con un cliente ya que no se encontraba bien, pero no era nada
preocupante.
Dejó el coche en el parking y
salió del edificio paseando sin rumbo fijo, su cabeza bullía provocándole un
fortísimo dolor. Anduvo durante más de una hora. Se percató de que se
encontraba en otro barrio distinto donde él tenía el despacho, recorrió una
calle peatonal de tiendas de suvenir, ropa deportiva y de moda, zapaterías,
relojerías y bares. La calle acababa en una pequeña plaza desbordaba de mesas
de un bar restaurante que a esas horas ya estaba llena de parroquianos. Solo el
bar y otro local comercial, que le llamó la atención, era todo lo que había en
la plaza. Sorteando las mesas llegó a la puerta del local donde en un rótulo en
madera que colgaba en el escaparate se leía: “Anticuario”.
Durante un rato miró absorto
el escaparate donde se exponían pequeños objetos, y muebles auxiliares
antiquísimos. Un cofre medio tapado por la infinidad de cosas que allí se
exhibían, le llamó poderosamente la atención porque no tuvo la menor duda de
que era el que había visto o soñado donde Ana guardó el documento.
Sintió que su pulso se
aceleraba y el corazón palpitaba con fuerza. Le faltaba la respiración, intentó
serenarse, respiró profundamente y entró en la tienda.
Una señora muy mayor sentada
en un viejo sillón hizo amago de levantarse.
No se levante señora, solo
quería hacerle una pregunta.
Dígame joven.
He visto un cofre en el
escaparate, ¿está en venta?
Ah sí, ¿cómo lo ha visto? Lo
tengo casi oculto porque no tiene llave, no se puede abrir. Ha habido muchas
personas que me han preguntado por él. Realmente es muy bonito pero si fuerzas
la cerradura para abrirlo no tendría valor, así que más que nada lo tengo para
decorar.
-¿No lo vende entonces?- Verá,
es el cumpleaños de mi mujer, ya sabe, hoy vivimos en un mundo trepidante,
tenemos de todo y no sabía que regalarle. Me ha llamado la atención este objeto
antiguo y supongo que a ella le llamará la atención igual que a mí. Mintió
porque, la verdad, no tenía otra explicación que dar.
Está bien, pero se ve que
nunca ha comprado una antigüedad porque si lo hubiera hecho no mostraría tanto
interés, cuanto más interés se perciba más caro le costará el objeto, así que
como supongo que tampoco estará acostumbrado a regatear le haré una oferta
única o lo toma o lo deja:
-Doscientos euros, ¿qué le
parece?-
Si usted cree que es lo justo,
estaré encantado de llevármelo por ese precio.
Vaya, debí pedirle mucho más,
o es usted tonto o gana mucho dinero. Le he dicho que no vale nada y aun así
está dispuesto a pagar doscientos euros.
Se quedó atónito por el
descaro con el que le había hablado la mujer, así que se atrevió a decirle:
- De ese cofre puede depender
saber si estoy cuerdo o no.-
La señora se levantó y caminó
lentamente hacia el escaparate, cogió el cofre y se lo entregó.
Ande, cójalo y váyase se lo
regalo.
¿Por qué ha cambiado de opinión?
Soy muy mayor y he visto en su
cara la desesperación por hacerse con él y sin duda su comentario ha sido
sincero.
Está bien, le voy a pagar los
doscientos euros, porque yo también quiero ser sincero con usted. Tengo la
llave de este cofre.
- Jajaja, ¿de verdad?-
¿Está usted loco? Me está dando
miedo. No quiero su dinero.
No se asuste señora.
Colocó el cofre sobre una
mesita de centro, sacó la llave que tenía en el bolsillo de su chaqueta, la
introdujo en la cerradura, la giró y ésta cedió. Levantó la tapa y un documento
era todo su contenido.
La señora se desplomó sobre el
sillón con los ojos abiertos de par en par y solo musitó:
- Ahora usted me debe una
explicación.-
Él había cogido el documento y
leyó en voz alta.
Yo, Arturo de la Mata Gómez, en uso de mis plenas facultades, físicas y
mentales ordeno que a mi fallecimiento los bienes de mi propiedad sean
repartidos en la forma que indico mediante este documento.
A mi esposa Ana Medrano Tapia y a mi hijo Arturo de la Mata Medrano todos los bienes de mi propiedad, salvo
la casa que poseo a las afueras de la ciudad, que dispongo sea para Laura
Agüero Casso, y dado que ésta ha fallecido el día de hoy catorce de octubre de
mil novecientos dieciséis, en su caso para los herederos de ésta en el orden
sucesorio que corresponda.
Anexo a este documento relato los hechos en que me amparo para dejar
esta fabulosa casa a los beneficiarios de Laura Agüero Casso como prueba de que
no es una enajenación mental ni un capricho por ningún tipo de relación con
esta señora, salvo como aclaro en el anexo, la vileza que cometí con ella y que
purificaré en el infierno porque, aunque tarde, sé que el dinero no borra las
infamias, pero de algún modo deseo pagar mis pecados.
Lo que ordeno y mando el día catorce de octubre de mil novecientos
dieciséis.
Anexo:
Reproduzco literalmente la carta que encontré en el bolsillo de Laura
el día que apareció ahorcada en su habitación. Mi cobardía hizo que la
destruyese arrojándola al fuego de la chimenea. Pero está tan gravada en mi
corazón que creo no haber olvidado ni una coma.
“Quizás sea el karma, quizás que la maldad tienen mil formas de
representarse, quizás ni tú, ni muchísimo menos yo tengo la culpa, pero nuestro
hijo, ese hijo que tú engendraste en mi seno forzándome siendo una niña, ese
niño que has educado en contra mía para que en ningún momento pudiera
reclamarlo como mi hijo que es, ha osado una indignidad mayor a la que tú
cometiste. Igualmente me quiso forzar pero ante mi negativa no tuvo reparo en
que lo hicieran sus amigos Roberto y Juan, mientras él los jaleaba tratándome
como un simple objeto de su propiedad.
Él era el único motivo que tenía para vivir. El monstruo en el que se
ha convertido es el motivo por el que el decidido poner fin a mi miserable
existencia.
Cierto es que tú te has forzado en resarcir tu felonía para conmigo.
Hasta accediste a que tuviera estudios, pero siempre como objeto de tu
propiedad, quizás y ahora lo veo solo fuera para presumir de sirvienta culta,
mientras te ufanabas de no que solo me proporcionabas techo, comida y hasta
educación porque decías que me habías rescatado de la calle con tan solo doce
años y embarazada. ¡Qué mentira, que a fuerza de decirla todo el mundo ha hecho
una verdad!
Sí, creo que el mayor acto de buena fe para conmigo fue la promesa de que a tu muerte heredaré esta casa. Esto aún no se lo has contado a tu mujer. Ironía del destino. Ahora quedará a tu libre disposición, pero te ruego que sea para aquellos herederos míos que me quieren a pesar de todas las falsedades vertidas sobre mí. Esto es lo único que te pido y que aunque salves a tu hijo (mi hijo) que sé que lo exculparás de todo esto, deseo que puedas encarrilarlo para sea un hombre y pueda arrepentirse de su felonía”.
CAPÍTULO VII
Alberto respiró profundamente
y se sintió como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.
La señora, desde su sillón le
observaba y ahora era ella a la que se le aceleraba el corazón y le palpitaba
con fuerza sintiendo que le faltaba la respiración. Con voz muy apagada dijo:
¿Quién es usted? Por la edad que tiene podría
ser el nieto de don Arturo. ¿Es usted hijo del desaparecido Arturito?
Cálmese no se altere, creo que
usted y yo tenemos muchas cosas que contarnos. Pero no, no soy quien usted
dice. Si le apetece le invito a comer en ese restaurante que por cierto, debe
ser bueno por la gente que hay.
La ayudó a levantarse, y
cogiéndose del abrazo de él salieron de la tienda. Cerró y fueron hacia el restaurante
prefiriendo comer dentro pues fuera el ruido era ensordecedor por la cantidad
de gente que había. Entraron y buscaron una mesa al fondo del comedor junto a
un enorme ventanal que dejaba ver la plaza.
Le contó todo lo que había
soñado o vivido. No pasó por alto ningún detalle. La señora le observaba
ensimismada en su propios pensamientos pero asentía como corroborando todos los
acontecimientos que ella conocía.
¿Qué piensa de lo que le he
contado? Por todo esto mi familia piensa que he perdido la cordura.
No sé cómo es posible que
usted narre unos hechos que acaecieron hace un siglo, pero escuche: hasta donde
yo sé todo es como usted lo ha contado.
Mi nombre en Rosa Santos
Jiménez, ya tengo ochenta y dos años. Mi abuela fue quien encontró el cadáver
de Laura colgado en una viga del techo de su cuarto. Todo lo que le voy a
contar me lo contó ella siendo yo una niña, tendría yo unos doce o trece años,
poco después ella falleció, creo que fue en el año mil novecientos cincuenta. Recuerdo
un día que me llamó para que le ayudara a peinarse. A mí me gustaba peinarle su
largo pelo que recogía en un moño, era bastante negro para su edad, solo unas
canas sobre sus sienes. Sus lentes que siempre llevaba colgadas, le daban un
aspecto de viejita muy agradable.
Alberto la miró y pensó que la
descripción que le hacía era la de ella misma.
Ella percatándose de cómo la
miraba añadió:
Sí, tengo un parecido
razonable con mi abuela por eso la recuerdo como si fuera ayer cuando la vi por
última vez. Pero me estoy desviando, es lo que tenemos los viejos, se nos va la
cabeza. ¿Por dónde iba?
Ah sí, me contó:
“Que se le partió el corazón
cuando una chica que trabajaba con ella la encontró colgada, la quería como una
hija, incluso le ayudó a dar a luz cuando tuvo un hijo al que nunca pudo
abrazar como tal.
Cuando dio a luz don Arturo
entró en la habitación en cuando oyó llorar al recién nacido, lo cogió de los
brazos de mi abuela, la llamó a parte y le amenazó con despedirla si contaba a
alguien que ese hijo era de la sirvienta. Todo el mundo debe saber que es mi
hijo le gritó, ésta solo hará con él de lo que es, de sirvienta, lo amantará,
lo cuidará y su trabajo será éste y atender a la señora. Si se te ocurre irte
de la lengua lo pagarás caro.
Mi abuela cuando me contaba
esta historia no podía evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos. Todo fue
más o menos bien, decía mi abuela. Laura era una niña. Cuando dio a luz tendría
unos catorce años. Todos cumplimos en la casa con la orden del señor y el niño
fue bautizado con los apellidos de los señores. La señora de la casa también
accedió a ésta farsa.
La muerte de Laura ocurrió
poco después del cumpleaños de Arturito. Fue como si se hubiese desencadenado
todo el mal sobre la casa, nunca supimos porque se había suicidado, pero dos
días más tarde un accidente limpiando una escopeta de caza Arturito mató a su
padre y unos días después desapareció para siempre. La señora no parecía muy
afectada por todos estos acontecimientos, yo era la única que la atendía desde
que la muerte de Laura, se vistió de riguroso luto por la muerte de don Arturo
y hasta ofreció una recompensa si alguien daba una pista sobre el paradero de
su hijo, pero había algo en esta arpía que me inquietaba, aunque si había
representado la farsa de ser madre podría interpretar cualquier papel. En el
fondo estaba sola, muy sola yo era su única confidente, pero solo para calmar
su desasosiego. Sólo cuando estaba muy enferma en su cama, eso fue en mil
novecientos dieciocho, una epidemia de gripe estaba matando a medio mundo, era
una gripe conocida como la gripe española, fue la que acabó con su vida.
Acababa de regresar de un
viaje que había realizado en primavera a Granada donde había acudido a visitar
unas plantaciones de tabaco que estaba dispuesta a comprar. Acudí a su llamada.
Nada más entrar en su habitación me dijo, coge ese cofre que ves ahí, quédatelo
pero no lo abras nunca. Lo que contiene es el culpable de todos los males que
han sacudido mi casa, mi hogar, mi familia. Haz con él lo que quieras pero no
lo abras. Ya me queda poco. Y efectivamente a las pocas horas murió”.
Yo me reía cuando mi abuela me
mostraba el cofre que estaba encima de su tocador. Ella me veía en el espejo reírme
y muy seria me decía: será tuyo cuando yo muera pero haz de jurarme que nunca
lo abrirás. Cuando murió mi abuela, mi madre me dijo que no abriera el cofre
mientras ella viviera pues era muy supersticiosa. Así que cuando abrir la tienda
de antigüedades lo coloqué en el escaparate y ahí llevaba cincuenta años sin
que nadie se interesara por él, ni yo misma le había echado cuentas.
¿Pero si me dijo que habían
preguntado por él muchas personas?
Usted se cree todo lo que le
dicen los vendedores, suelen ser unos charlatanes y tienen un montón de
mentiras piadosas para hacer picar a sus clientes. Claro que con usted no hacía
falta, tenía claro que lo quería.
Estas gracietas, como las que
le había hecho en la tienda la anciana, le desconcertaban pero se sentía tan
bien en su compañía que la tarde había pasado volando, por eso ambos se sorprendieron
cuando el camarero les dijo que eran las seis e iban a cerrar un rato para
volver a abrir a las ocho, pero que si querían podrían estar en una mesa de
fuera.
Pagó la cuenta y cogiendo a
Rosa de su brazo la acompañó hasta la tienda. Reiteró pagarle el cofre a lo que
ella se negó rotundamente,
Solo le pido que de vez en
cuando me haga una visita.
Por primera vez en los ocho
días que llevaba viviendo esta realidad paralela como a él le gustaba llamarle,
se sentía contento.
Cogió un taxi hasta su
despacho, pues no le apetecía recorrer otra hora de caminata hasta llegar al
edificio donde estaba su coche y tenía unas enormes ganas de ver a su mujer y a
sus amigos y contarles todo lo que había averiguado y que suponía el fin de lo
que ellos llamaban su locura.
Llegó a casa de sus amigos y
estos con cara de preocupación le dijeron que Carolina no estaba, había
recogido sus cosas y se había marchado. La habían persuadido de que se quedara
hasta que volviera pero no había entrado en razón.
Nos ha dicho que no te digamos
nada, pero no podemos añadir más peso psicológico sobre tu estado de ánimo, -dijo
el psiquiatra-, así que si me prometes que no nos dejarás con el culo al aire
te diremos dónde está.
No os preocupéis, sois sus
amigos y los míos, no vamos a romper por causas internas nuestras.
Se ha ido a casa de su madre.
Joder, joder, ahora era cuando
necesitaba que estuviera conmigo, en lo bueno y en lo malo, como se dice en la
liturgia del casamiento.
La verdad es que tú se lo has
puesto difícil, -dijo Manolo-
Yo, ¿y tú eres psiquiatra?, -dijo
Alberto muy enfadado-. - Ni tú has podido diagnosticar qué me ocurre y soy yo
quien se lo ha puesto difícil. Perfecto puede que esté loco, pero vendita
locura que ha llevado a conocer una historia de un antepasado mío que sin duda
fue un mártir.
No sigas con esa historia, tu
mente te juega malas pasadas y te hace vivir un mundo de fantasías que supones
que son reales. No tengo explicación para las llaves, ni tu pijama ni tus
zapatillas mojadas, pero no quiero ser cruel contigo. Seguramente no eres
consciente de tus trampas para hacer creíbles tus sueños.
Respiró profundamente. No
quería romper la amistad con sus amigos y Paz, por cierto, no había abierto la
boca, aunque lo miraba con cara de desolación.
Está bien recogeré mis cosas y
me marcho yo también.
No tienes por qué hacerlo
ahora, dijo por primera vez Paz desde que comenzara la discusión.
No preocuparos estaré bien.
Sí, estaré bien.
Quédate a cenar al menos, - insistió
Paz -
Si me marcho os sentiréis mal
y si me quedo podemos rebotar en cualquier momento y hacernos más daño. Dejémoslo
así, mañana con más calma seguramente lo veamos todo de distinta forma.
Sin rencor, cuando se marchaba
se despidió de sus amigos, tendió su mano a Manolo que fríamente respondió al
gesto de aprecio, besó a Paz en la mejilla y
ésta lo besó y abrazó con fuerza. Le devolvió el entusiasmo que había
apagado el saludo de su amigo.
Cuando subió al coche puso el “manos
libres” y llamó a Carolina. Daba llamada y esperó que ésta cogiera el móvil
pero no lo hizo. Repitió hasta en tres ocasiones la llamada, desistió y se
marchó a casa, no sin antes pasar por el barrio donde había localizado la
tienda de antigüedades. Aparcó el coche y caminó por la larga calle peatonal
que desembocaba en la plaza que al igual que para el almuerzo estaba llena de
gente cenando. Sorteando las mesas llegó a la puerta de la tienda que aún tenía
las luces encendidas y entró.
Vaya, otra vez usted, dijo la
anciana en cuanto le vio entrar. Le dije que viniera a visitarme de vez en
cuando, no que se venga a vivir conmigo.
El comentario de la anciana
provocó una sonrisa en su cara.
¿Qué le ocurre?, cuando ha
entrado tenía la cara de un muerto.
Asuntos personales.
Y le han traído aquí.
Tenía que comprobar que la
tienda existía.
¿Quién, usted o su familia?
Ni mis amigos ni mi familia me
creen. Mi mujer se ha ido a casa de su madre y mis amigos piensan que estoy
loco de remate.
Peor para ellos. Lo de su
mujer tiene peor arreglo. ¿Han visto el cofre?
No, ¿para qué?, igualmente
iban a decir que yo habría fabricado una prueba para corroborar mis sueños.
Mañana le acompañaré a la
casa, o lo que quede de ella. Está abandonada desde mil novecientos dieciocho, pero
es de su propiedad como puede demostrar el documento, y podrá disponer de hacer
y buscar lo que considere oportuno.
Lo que me está sugiriendo es
una chifladura. Si encuentro el cadáver en un pozo, que vete tú a saber la
profundidad que pueda tener, puede ser mi salvación, si no será mi condena para
me encierren por loco y tiren la llave.
Hoy ya le han empujado un poco,
¿no cree? ¿Qué tiene que perder?
Dinero. Acabo de comprar un
piso y ahora no ando muy bien de liquidez.
No se preocupe por el dinero,
a mí me sobra y ya no me va a dar tiempo a gastarlo.
Turbado dijo: - ¿haría eso por
mí?
Bueno ya le regalé el cofre, ¿no?
Sí, pero no es lo mismo.
Claro que no es lo mismo, pero
usted es el mismo idiota que ha entrado esta mañana en mi tienda y me ha dado
algo de vidilla en mis aburridos días.
¿Cenamos?, - le propuso él.
Vaya, esto promete, almuerzo y
cena y si fuera más joven terminaríamos en la cama, pero mi edad y mis achaques
no van a poder con tanto trajín. Ja ja ja
Volvía a hablarle de aquella
forma descarada que incluso hacía a la anciana parecer más joven.
Estaba confortado pero sentía que la actitud de Carolina le había dolido en lo más profundo de su alma.
CAPÍTULO VIII
Durante la cena hablaron del
abandono de Carolina y de la reacción de sus amigos.
La anciana intentó en todo
momento que no se atormentase. Todo tiene arreglo, ella está confundida. Cuando
puedas hacerle ver toda la verdad serás tú quien debes demostrarle todo tu
amor.
- ¡Ay el amor! - dijo
suspirando la anciana y continuó como reflexionando. - En el fondo somos
egoístas. Mientras nos va todo bien, vivimos falsamente, pero cuando las cosas
se tuercen nos mostramos como somos y entonces no solo defraudamos a quien nos
quiere sino a nosotros mismos. El amor, podría decirte que es una gran mentira,
pero creo que lo acabas de descubrir. Cuando se es joven, es pasión y sexo. A
medida que pasa el tiempo y convives es ternura y cariño. Pero si de la pasión
y el sexo no se pasa a la ternura y el cariño, éste termina por romperse, y da
paso al rencor y al odio. Entonces es cuando nos destruimos a nosotros mismos y
a quien hemos amado. Así pues, llegados a este punto, debemos ser capaces de
vencer nuestros miedos. La tabla de salvación es encontrarnos y amarnos a nosotros
mismos. Solo si nos amamos nos amaran los demás.
- ¿De qué estábamos hablando?
Ah sí, ¡esta cabeza mía! Creo que no deberías pensárselo más. Mañana pasa a
recogerme a las diez, estaré disponible para llevarte a la casa y piensa mi
proposición si necesitas dinero. Creo que podrías reformarla. Hace mucho tiempo
que no paso por allí, pero todas las leyendas que se levantaron sobre ella la
han protegido de que fuera saqueada, además estaba vallada en todo su
perímetro.
Está bien, le estaré
agradecido. Quedamos en que la pasaré a recogerla mañana. Esta será la prueba
irrefutable de que he vivido una realidad paralela o he pasado a otra
dimensión, por lo tanto no es que esté desequilibrado.
Eran más de la doce de la
noche cuando salieron del restaurante. La acompañó hasta la tienda. En el piso
de arriba estaba la vivienda de la anciana al que se accedía desde el interior
de la misma.
Vete a casa, descansa. Todo ha
terminado, dijo la anciana.
Cruzó la plaza que a pesar de
lo tarde que era tenía todas las mesas ocupadas y caminó por la larga calle de
tiendas que mantenían la luz de sus escaparates aún encendidas. La multitud de
bares que había también estaban llenos de clientes. Dudó en entrar en alguno y
tomar una copa, pero desistió. La verdad es que no tenía sueño, solo quería que
amaneciese el nuevo día ya.
Entró en casa. Fue a su
dormitorio en la esperanza de encontrarse allí a Carolina. Sintió un halo de
tristeza al ver que no estaba.
Se tumbó en la cama sin
deshacerla y sin desnudarse y al poco rato se quedó dormido.
El despertador sonó como
siempre a las siete. Había dormido como un bebé, se sentía un hombre totalmente
nuevo y no recordaba haber soñado nada. Por primera vez después de las últimas
ocho noches vividas parecía que había vuelto a la normalidad, pero la ausencia
de Carolina le indicaba que aún tenía que cerrar frentes abiertos.
Se levantó. Fue a la cocina
donde se preparó un café. Pasó al baño y se duchó. A las ocho llamó a Carolina.
De nuevo los tonos del teléfono le indicaban que estaba conectado pero una vez
más ella no atendió la llamada. Repitió hasta en cinco ocasiones con el mismo
resultado.
No quería sentirse ofuscado,
hoy esperaba que la casa le despejara muchas respuestas y sin duda ya tenía
bastante claro por qué había padecido esta experiencia. Él era el heredero de
esa hacienda. Cierto es que su madre vivía, pero el destino le había llevado
hasta el pasado. Y la llave del pasado estaba en su mano.
Salió de casa y antes de la
diez ya estaba en el local de antigüedades. La anciana le vio llegar, por lo
que salió a su encuentro. Se cogió de su brazo y caminaron en dirección a donde
tenía el coche aparcado.
Tienes buena cara, no se te ve
agotado.
He dormido genial. Ni tan
siquiera recuerdo haber soñado. Ni sueños lúcidos como dice mi amigo el
psiquiatra, ni leches. Creo que ya me han mostrado todo lo que tenía que
conocer y solo yo debo ahora cerrar esta historia que al menos yo sé que es un
hecho verdadero y, salvo por la posición que ha tomado Carolina ante estos
acontecimientos, lo que piensen los demás no me preocupa.
Tampoco debería preocuparte lo
que piense tu mujer. Debería haber estado contigo en esto. Siento ser tan dura,
pero no puedo entender su comportamiento. ¿Seguro que está todo bien entre vosotros?
¿No entiendo lo que quiere
decir?
Está bien claro pero no quiero
que te ofendas. Esta escusa es bastante peregrina para alejarse de ti cuando
más la necesitabas. Pero no debes hacerme mucho caso, a mi edad todo son
quimeras.
Cuando se montaron en el
coche, no volvieron hablar de este tema. La anciana solo estaba pendiente de
indicarle el itinerario que les llevaría hasta llegar al lugar. Recorrieron un
laberinto de calles hasta una larga avenida, giraron a la izquierda hacia otra
tanto o más larga que la anterior. Una rotonda les indicaba hacia un barrio de
casas adosadas. Al final del mismo una avenida de chalet de nueva construcción
y tras varias parcelas sin edificar, una valla rodeaba una gran superficie de
terreno y en el centro del mismo una casa decimonónica que presentaba un
aspecto bastante bien conservado para el tiempo que llevaba cerrada.
Esa es, indicó la anciana.
Aparcó junto a la entrada. Una
puerta metálica de dos hojas, cerrada con una cadena alrededor de ambas y un
candado daba acceso a la finca y un cartel que decía “propiedad privada,
prohibido el paso” eran todos los elementos disuasorios que había en la finca
para que nadie, como así parecía, hubiese osado traspasar la valla.
Entremos, dijo la anciana.
Está cerrada.
Ya lo veo. Estoy cegata, pero
el candado es de un tamaño considerable, prueba con esa enigmática llave. A
estas alturas ya no tienes nada que perder.
Metió la llave en la cerradura
del candado. Seguramente por estar a la intemperie y oxidado costó un poco que
cediera, pero al final se abrió. Retiró el candado y la cadena. Un sendero de
piedra llevaba hasta la puerta principal de la casa.
El corazón de él latía tan
deprisa que parecía que iba a salir de su pecho. Cogió el brazo de su
acompañante y caminaron hacia la casa.
La puerta era de madera, de
dos hojas y bastante alta. Estaba cerraba, pero cuando se dejó caer en una hoja,
ésta cedió. Empujó hasta abrirla de par en par.
La luz proveniente del patio
interior a través de la cristalera que daba acceso a él alumbraba hasta el
zaguán y por ende toda esta parte baja de la casa.
Se sintió confuso. Pidió a la
anciana que le pellizcase. No sabía si era real, si estaba soñado, si solo eran
imaginaciones suyas, pero aquella casa era sin duda en la que había estado sus
últimas noches.
A mismo tiempo que ella le
pellizcaba observaba su cara. Ni le hizo falta preguntarle si era esa la casa.
Su rosto reflejaba toda la certidumbre que así era. Le vio abrir la puerta del
patio. Caminar por la galería hasta la que fuera la habitación de su tía abuela.
Estaba cerrada, metió la llave y abrió. Todo estaba igual: los muebles y hasta
un libro en la mesita de noche. El tiempo parecía haberse detenido en esa casa
y particularmente en esa habitación desde la terrible tragedia que allí
sucedió. Miró la viga y unas hendiduras en la madera hechas por la cuerda y el
peso de la joven eran perceptibles.
Volvió sobre sus pasos, fue al
despacho que igualmente estaba cerrado y abrió con la llave. Todo estaba igual
como lo había visto. Solo la alfombra le pareció distinta. Seguramente la
abundante sangre que manara de la herida de Arturo habría originado tal
estropicio en la que había, que fue preferible cambiarla.
Trémulo subió la escalera e
igualmente abrió con su llave la puerta que había a la derecha del rellano. Una
vez arriba, era la habitación de Arturito, la decoración del papel sobre la
pared, la cama, todo estaba igual. La cama, aquella cama donde la chica cayó
desplomada tras el fortísimo golpe recibido en su cara y sobre la que fue
sometida.
Salió rápidamente de ahí. La
angustia que sentía se trasformó en un dolor en su pecho y le faltaba el aire
al respirar. Paró un momento en el rellano de la escalera y antes de bajar continuó
por el pasillo hasta llegar al dormitorio principal de la casa. Era aquél que él
soñaba, imaginaba y ahora estaba seguro le había transportado a un pasado. Era
la llave de un pasado. El pasado angustioso de un antecesor suyo que ya era
hora de serenar, esclareciendo la verdad que una mentira se había tapado
durante mucho tiempo.
Con paso lento, salió de la
habitación, recorrió el pasillo, bajó la escalera, salió al patio, recorrió la
galería hasta llegar al pasillo interior, echó una mirada hacia la cocina donde
vio a la anciana observando algunos utensilios antiquísimos que le llamaron la
atención. Continuó su marcha, abrió la puerta del jardín de nuevo utilizando su
llave y salió al mismo. La vegetación era abundantísima por el abandono de
tanto tiempo y el pequeño sendero que llevaba hasta la piscina, que era de
piedra, incluso estaba invadido. Bordeó la piscina, buscó la entrada de la
cueva y aunque prácticamente no era muy visible por la cantidad de flores,
campanillas azules que habían nacido allí, él tenía claro que era el lugar
exacto.
Volvió hasta la cocina donde
la anticuaria seguía observando diferentes vasijas de cerámica decoradas a mano
que le tenían ensimismada por el incalculable valor que estos objetos pudiera
tener para coleccionistas.
He encontrado la cueva, solo
falta hallar el cadáver.
No es ya tan importante, por lo que he adivinado y cómo has recorrido la casa. Es la que me describiste cuando me contaste tu increíble historia. A ti te vale para aseverar tu verdad, solo hay que ver tu semblante. Pero debes seguir adelante y hallarlo aunque solo sea por sacar a la luz la verdad de una mentira oculta.
CAPÍTULO IX
El largo y fatigoso camino a
casa de su madre lo recorrió imbuida en sus pensamientos. El sonido del
teléfono la volvió a la realidad. Vio en la pantalla el nombre de Arturo que
era quien la llamaba e hizo caso omiso al aparato. Las insistentes llamadas que
éste realizó alimentaron su tensión, y su creciente irritación, estaba enojada,
resentida y colérica.
Cuando llegó a casa, a modo de
saludo, besó en la mejilla a su madre a quien había avisado de que iría a pasar
unos días con ella. Ésta cuando vio su semblante se abstuvo de preguntarle
nada, conociéndola sabía que ya le daría las explicaciones pertinentes cuando lo
considerase oportuno. La madre no quería inmiscuirse en la discusión que
hubiera tenido la pareja y no le apetecía posicionarse a un lado u otro porque
quería a Arturo como si fuese su hijo y conocía el carácter irascible que a
veces su hija tenía, por ello intuía que la decisión de dejar a Arturo habría
sido precipitada.
Subió a la planta de arriba de
la casa, y fue a la que había sido su habitación hasta que abandonó la casa de
sus padres cuando se casó. Su madre la conservaba igual que cuando ella la
dejó. Incluso sus muchos pequeños peluches que habían sido su ilusión, aun se
hallaban colocados en el orden que ella solía hacerlo en las varias estanterías
que su padre le hizo y que ella le ayudó a decorar con un pirograbador,
dibujando peluches. A pesar de que le había dicho a su madre que podía
regalarlos a los vecinos que tuvieran críos pequeños. No se los iba a llevar
cuando se casó. Su desilusión al verlos ahí mirándola como cuestionándola le
resultó fastidiosa y de un manotazo tiró al suelo a un considerable número de
ellos. Abatida se dejó caer en la cama.
Se levantó temprano, casi una
hora le llevaba ir desde la casa de su madre hasta su trabajo, era doctora en
un hospital de la Capital, almorzaría en el restaurante del propio centro o en
uno próximo, ya vería. Elucubraba como sería su vida a partir de ahora, tenía
claro que no podía seguir con Alberto. Éste se había vuelto loco de remate.
Pondría una demanda de divorcio y a ser posible le pediría que le vendiese su
parte del piso ya que estaba muy próximo a su trabajo, este recorrido era
fatigoso para realizarlo diariamente.
Cuando salió del hospital
empezaba a lloviznar, se dirigía al aparcamiento exterior que había enfrente
del hospital a unos doscientos cincuenta metros del mismo. Un automóvil se paró
al verla antes de que ésta cruzara la calle y vio que un tipo la llamaba por su
nombre.
-Carolina, Carolina, hola.-
¿Qué hace la chica más
estilizada de la universidad?
No has cambiado en dieciséis
años. Oyó que le decía.
Reconoció a Marcos un noviete
de juventud que dejó cuando conoció a Alberto.
Sube, antes de que te pongas empapada.
Le cogió tan desprevenida, tan
de sorpresa la familiaridad del saludo de Roberto que no dudó en subir a auto
sin saber muy bien por qué
-Vaya, vaya, hace mucho tiempo
que no te veía ¿qué es de tu vida?-
Roberto parecía aquel joven inmaduro, picaflor que era en su juventud y ella estaba en horas bajas, se dejó seducir por la galantería de éste y le pidió que dieran una vuelta en el auto mientras le contaba que acabó su carrera de medicina, que acabó casándose con Alberto pero que ahora lo habían dejado.
¿Pues parece que el destino
está por la labor de que tú y yo volvamos a encontrarnos, no te parece? Ya es
casualidad que no te haya visto en años y sea justamente en este preciso
instante en que se tambalea tu matrimonio cuando te cruces en mi camino.
Le resultó tópico quizás hasta
burdo el comentario de éste, pero sin duda los últimos días habían pesado mucho
en su estado de ánimo y pensó que bien podía darse el lujo de sentirse
halagada. No se reconocía asi misma en su comportamiento, pero su soledad, le
traía pesadumbre aun cuando en el fondo tenía la certeza de que no había
actuado correctamente dejando en la estacada a su marido, justo cuando más
necesitaba de ella. Apartó de su mente estos pensamientos.
Llovía copiosamente y aunque
aún tenía un largo camino hasta casa, estuvieron dando un largo paseo en el
coche de Roberto, y al igual que ella, éste le dijo que acabó su carrera de
económicas y trabajaba en el departamento financiero de una importante empresa
del país, pero que aún no había encontrado a la chica de sus sueños, por lo
seguía soltero.
Está claro que tú eres esa
chica le dijo poniéndole ojitos. Ella haciendo caso omiso de su mirada, pidió a
Roberto que la dejase cerca de su coche.
Le costó deshacerse de
Roberto, no sin antes prometerle que almorzarían juntos la semana próxima en la
que ella libraba. De regreso a su casa no pudo evitar sentirse mal pensando en
cómo se encontraría Alberto.
Habían pasado dos semanas desde que había dejado a Alberto. Había quedado para almorzar con Roberto en un restaurante céntrico de la ciudad. Durante el almuerzo Carolina abandonó el restaurante precipitadamente, dejando plantado a Roberto que no entendía nada, aunque tampoco hizo nada por ir en su busca, él solo pretendía pasar un buen rato y percatándose de la debilidad de Carolina pensó que tenía todo a su favor.
CAPÍTULO X
Dos semanas más tarde desde
que estuviera en la casa por primera vez, las noticias televisadas de todos los
diarios nacionales, abrieron con la increíble historia de un cadáver hallado en
el interior de un foso de una cueva.
El foso tiene unos doce metros de anchura media y
una profundidad de ochenta y cinco metros. El cadáver estaba a unos cincuenta
metros de profundidad sobre un saliente del foso.
Las primeras investigaciones
apuntan a que el cuerpo podría ser del joven Arturo de la Mata Medrano que se
dio por desaparecido el veinticinco de octubre de mil novecientos dieciséis.
La rocambolesca historia que
ha dado lugar a este hallazgo nos la cuenta la anticuaria doña Rosa Santos
Jiménez, amiga personal de don Alberto Cabello, quien resulta tener un
parentesco con el finado.
Paz y Manolo estaban
almorzando en su casa cuando vieron la noticia en el televisor. La reacción de
Paz fue inmediatamente coger el móvil para llamar a Alberto. Manolo, incrédulo,
se rascaba la cabeza, renegando por el comportamiento que había tenido con su
amigo.
Carolina, hacía varios días
había contactado con Alberto, para decirle que su abogado se pondría en
contacto con él para formalizar un acuerdo de divorcio. Ahora, mientras
almorzaba en un restaurante con un antiguo amigo, vio la noticia y no pudo
evitar estremecerse sintiéndose el ser más infame del mundo. Se levantó de la
silla y corrió hasta los aseos donde se derrumbó llorando amargamente.
Los padres de Alberto
conocieron todo lo acaecido cuando éste, junto con Rosa, fue a visitarles. Quiso
que le acompañara la anciana, que en tan corto espacio de tiempo de conocerla
le había mostrado lo que es una verdadera amistad y más ahora que se había
sentido tan solo. Además, como le había prometido, ella corrió con los gastos
del equipo de espeleología que halló el cadáver, al igual que con los del
equipo de profesionales que había contratado para la restauración de la casa.
Le alegró comprobar que su
madre ese día se encontraba especialmente lúcida pues escuchaba toda la
historia afirmando cada dato que conocía y sintiéndose compungida al conocer la
causa de la muerte de su tía, así como de su primo, a quien aunque dedicó algún
que otro exabrupto, entendía que, aunque no pudiera evitarlo, era su familiar.
Su padre se sintió liberado al
comprobar que la historia que le había contado su suegra era verdadera y por
ella se había enfrentado a su hermana, cuando calumnió a la difunta Laura,
aquella Nochebuena de 1983 en la que se decantó por apoyar a su mujer y a su
suegra. Ahora que conocía en profundidad el sufrimiento y la vida a la que
había sido sometida y su trágico final, comprendía que actuó acorde con sus
sentimientos y honestidad, pero cayó en la cuenta, como le había dicho su hijo
unos días antes, que debía llamarla. La animadversión que durante estos años
había anidado en su corazón hacia su hermana se había borrado de un plumazo y
daba paso a una tristeza cargada de ternura conociendo la soledad y amargura
que ella padecía.
Alberto prometió a sus padres
que les llevaría a visitar la casa en cuanto ésta estuviera habitable. Había
decido que se iría a vivir allí. El piso, en el acuerdo amistoso de divorcio, Carolina
estaba dispuesta a comprárselo, en cuanto la tasación fuese conforme por ambos.
Cuando se despidió de sus
padres su madre le rodeó con sus brazos como lo hacía cuando era pequeño y con
voz muy queda dijo: ya puedo morir tranquila. Él mirándola a los ojos
comprendió que era como si ella hubiera estado esperando saber por qué se
suicidó su tía.
Rosa se despidió de los padres
de Alberto y cogiéndose del brazo de éste salieron de la residencia.
Esa misma noche, cuando dejó a
la anciana en su casa, en el trayecto hacia su coche, recibió una llamada de su
padre: su madre acaba de fallecer.
No esperaba ver a Carolina en
el sepelio, pero la verdad es que se alegró por ello. Aún no le había contado a
su padre que estaban en trámites de separación. Iba de riguroso luto, en
realidad había sentido la muerte de su suegra. Siempre congeniaron muy bien y
solo cuando se fue a la residencia el alzhéimer les había alejado, aunque todos
los sábados pasaba a visitarla, incluso si Alberto no podía por motivos de
trabajo.
Le acompañó en todo momento,
lo que le hizo sentirse confortado. También Rosa fue su tabla de salvación en
tan duros momentos y su máximo gozo fue saber que su padre se sintió arropado
por su hermana a la que había llamado y rápidamente había acudido. Les vio
abrazarse, llorar juntos, pedirse mutuamente perdón y ambos se sintieron
aliviados de la carga pesada que suponía que llevaban treinta y cinco años sin
hablarse.
Tras el entierro, su padre y
su tía, acordaron que ésta se viniese a vivir con él a la residencia donde
ambos estarían cuidados.
Alberto y Carolina llevaron a
su casa a Rosa. La anciana en el asiento trasero del vehículo observaba a la
pareja. Él agradecía a ella que le hubiera acompañado en tan duro momento y
ella pedía perdón por no haberle comprendido y haber tenido tan poca paciencia.
Ambos eran sinceros e intuía Rosa que no todo estaba perdido entre ellos,
quizás solo había que empujar a uno y otro un poco.
Aparcaron el coche, caminaron
por la calle peatonal en dirección a la plaza. Rosa iba en medio de ambos,
cogida de sus brazos.
- Os invito a cenar dijo la
anciana.
En verdad ni uno ni otro había
comido en todo el día, así que se miraron y estuvieron de acuerdo.
Durante la cena la pareja
estuvo hablando tanto que a veces olvidaban la presencia de Rosa, pero ésta,
lejos de importarle, estaba radiante. En el fondo era lo que había pretendido cuando
hizo su oferta de invitarles a cenar.
Alberto dejó un momento a Rosa
y a Carolina solas para atender una llamada de su secretaria que por la hora en
la que lo llamaba indicaba la urgencia para ser atendida. La anciana aprovechó
para hablarle a su acompañante.
En tan poco tiempo como le he
tratado lo aprecio como si fuera mi hijo. A ti te acabo de conocer en este
terrible golpe que él ha sufrido tras la muerte de su madre y tal como estaban
la cosas entre vosotros, tu comportamiento para con él me ha parecido de una
lealtad incontestable. Yo te lo agradezco en su nombre, cosa que él ya ha hecho
también. Pero permíteme que vaya un poco más lejos, quizás mi edad me autoriza
a decir lo que pienso sin cortapisas ni limitaciones. Nada es definitivo, todo
es reversible menos la muerte e incluso ésta nos depara sorpresas a veces pues
llega cuando no la esperamos o a veces la esperamos durante tanto tiempo que
estamos deseando que nos llegue. Hizo una pausa.
¿De qué estábamos hablando? Ah
sí, esta cabeza mía, perdona hija. Creo sinceramente que el camino que estáis
tomando con vuestra ruptura es un error. No precipitaros.
La llegada de Alberto cortó la
conversación de la anciana, quien preguntó: ¿es importante la llamada?
Sí, se ha confirmado la identidad
del cuerpo hallado en el pozo, efectivamente corresponde al primo de mi madre. Y
en cuanto al proceso de reconocimiento de la propiedad a mi nombre éste no
tiene ningún impedimento, mi madre era la heredera única y legítima. Y ésta no
solo por su fallecimiento sino testamentariamente lo había hecho ya sobre sus bienes
presentes y futuros hacia mi persona.
Genial, ahora todo tu sufrimiento
ha terminado, dijo Rosa, y yo por mi parte es mejor que me vaya ya a casa a
dormir. Para mi edad, ya estoy trasnochando demasiado. Dejaré pagada la cena e
incluso una copa que creo que deberíais tomar y así podéis hablar un tiempo más,
dijo mientras miraba disimuladamente a Carolina.
Se levantó y se marchó en
busca del camarero que los había atendido.
Alberto que se había percatado
del gesto de Rosa, preguntó a Carolina: ¿por qué te ha mirado así?
Carolina cogió entre sus manos
las de Alberto, y le dijo:
Soy la culpable indiscutible
de que hoy no estemos juntos. Desearía retroceder el tiempo porque siento de
veras todo el daño que te he hecho. Comprendo que no te he apoyado cuando más
me necesitabas y tarde he comprendido mi error. La amargura y la ira se
apoderaron de mí. Ahora estoy segura de que me he precipitado. Sí, te estoy
pidiendo perdón por mis actos y sé que pensarás que te he dado motivos para que
dudes que te amo.
Sus ojos se inundaron de
lágrimas.
Él la miraba con ternura. Amaba
a Carolina. Por supuesto que los errores que ella había cometido le habían
herido profundamente. Había dudado que de verdad le quisiese pero tenía muy
claro que ella era el amor de su vida. Así que no dudó en responderle: no puedo
estar sin ti. Regresemos a casa mi vida y seamos felices. Yo te amo.
Ella respiró profundamente, acercó su cara a Arturo y se dio cuenta que se puso tenso y empezaba a respirar más rápidamente. Sellaron su labios con un beso, suave pero infinito. El acariciaba su cabello y el beso se hizo más intenso, más hambriento. Ya todo era posible entre ellos.
La partida
Siempre reía, quizás en algún momento de lucidez, un velo de tristeza cubría su rosto, pero inmediatamente forzaba una sonrisa. Cierto es que no conocía a quienes le rodeaban, ni a los que iban a visitarla algunos casi a diario. La besaban, sentía el calor de sus caricias y ella se dejaba llevar, quizás porque era lo único que podía recordar. El amor que ella había dado a todos sus seres queridos, de alguna forma estos le devolvían ahora sus recuerdos habían desaparecido de memoria.
Hacía
ímprobos esfuerzos por evocar un pasado que desconocía aunque si recordaba que
hoy la habían levando. Debía ser muy temprano porque no abrieron las
ventanas sino que encendieron la luz de su habitación. Eran dos mujeres una de
ellas la besó, le acarició la cara, y le llamaba mamá, la otra solo le habló
con voz tierna como para consolarla.
¡Hola
Josefa!, la vamos a lavar la pondremos muy guapa para llevarla a un centro
donde conocerá a muchas personas y no estará tan sola. Será genial estará todo
el día muy bien atendida. Ya no pasará más mañanas en compañía de esa mujer
desconocida que su hija ha contratado mientras ella acude a su trabajo.
Josefa reía
vagamente, no entendía lo que le decía, pero un flas de lucidez le llevó a
pensar que la iban a sacar de su casa. No tenía ninguna queja de esa mujer
desconocida de la que le hablaban, para ella todos eran desconocidas y amables,
quizás muy amables al menos desde que dejó de tener recuerdos. Solo por eso
sabía que debía de ser una enfermedad lo que padecía, aunque ella no tenía
dolores si bien es cierto que no podía moverse por sí misma eso era propio de
su ancianidad, tenía 90 años, muchos. Y había agotado toda su energía dándose
en cuerpo y alma al cuidado de su marido y sus doce hijos. También cuidó cuando
le fue requerido a sus veinte nietos.
Se dejó
lavar y vestir. Sentada en una silla enfrente a un espejo contemplaba como la
peinaban. Le gustó el moño que le habían hecho, le gustó el vestido negro que
le habían puesto, desde hacía treinta años vestía de luto tras la muerte de su
marido. Pero aunque no protestó sus ojos se nublaron cuando le quitaron la
cadena que tenía a cuello, con un corazón que pulsando un botón se abría y en
cuyo interior la foto de un hombre al que ella desde que perdiera la memoria
decía que era su padre pero que en realidad era su marido.
Confundía
todo, pero algo en su interior le producía paz cuando veía o evocaban aquellos
seres queridos que le habían reportado más felicidad en su vida.
Su padre
fundamental en una infancia feliz que hoy no recordaba pero a la que siempre
echaba la vista atrás antes cuando se sentía triste, su marido para ella el
hombre más maravilloso de la tierra. Sus hijos, estos mientras fueron niños
eran adorables, luego se hicieron hombres y mujeres, se casaron y seguía
adorándolos pero se fueron alejando de ella. Sus nietos cuando eran pequeños
eran sus niños como decía, pero hacía tanto que ya no lo visitaban que si
pudiera recordar no los reconocería.
Ahora
definitivamente sus hijos iban a desatenderse de ella aunque curiosamente para
ellos iba a estar mejor atendida que con las visitas de ellos, en un destello
de su memoria comprendía que el que cada noche uno viniese a dormir a casa
podría causarles un trastorno, pero acaso ¿ella no había dado toda su vida por
ellos?
Cerró su
ojos, vio a su marido, ahora sí, reconoció a ese hombre, alto, moreno, de
ojos grandes, dientes bien cuidados y personalidad muy varonil, y vio a su
padre un hombre íntegro, animoso siempre dispuesto a darlo todo y con un gran
sentido del humor, la llamaban con cariño, como en un susurro. Se dejó llevar,
movió su cabeza para un lado, emitió un sonido ronco, sus ojos quedaron fijos,
ligeramente abiertos con las pupilas dilatadas, su mandíbula relajada y la boca
ligeramente abierta.
Su rosto reflejaba felicidad, solo su mirada y el frío de las orejas, la nariz y las manos que su hija percibió cuando la besaba le hizo caer en la cuenta de que su madre había muerto.
Morir por amor
Cogidos de la mano, con los dedos entrelazados de su mano izquierda con los de la mano derecha de ella. Sentado en un sillón en la cabecera de la cama, había permanecido los 15 días que su esposa llevaba ingresada en el hospital, solo se había levando del mismo para asearse o ir al baño. Por fortuna también le servían la comida a él.
Ahora todo
se oscurecía a su alrededor a medida que contemplaba como ella le miraba
fijamente con su ojos ligeramente abiertos, dejando escapar su vida. Nada
podían hacer ni la medicación ni los dos médicos que a diario la visitaban.
Solo cuando intuyó que ya se había ido, alargó su mano derecha para alcanzar el
timbre que comunicaba con las enfermera de planta para avisar de la urgencia de
su presencia.
Él seguía de
la mano de ella y la enfermera que acudió rápidamente entendiendo que todo
estaba consumado, pues sabían que el fallecimiento se produciría de un momento
a otro desde el minuto uno cuando la mujer entró en el hospital, respetó el
momento íntimo de los dos ancianos a los que les había tomado especial cariño.
Se acercó a la cama por el lado contrario donde se encontraba él y comprobó que
la señora acababa de fallecer. Tocó el timbre para que acudiera el médico de
guardia.
Él, colocó
la mano de su esposa en el pecho de ella, al mismo tiempo que des entrelazaba
sus dedos de los de ella, buscó la otra mano y la colocó encima de ésta. Hizo
un ímprobo esfuerzo por besarlas, e igualmente besó su frente. Si bien la manos
estaban ya muy frías, la frente aún estaba caliente.
A su
alrededor el tiempo parecía haberse detenido y aunque la habitación se estaba
llenando del personal que eran lo que se encargarían de preparar el cuerpo para
llevarlo hasta el tanatorio. Para él todo era oscuridad y silencio, solo oyó lo
que decía la doctora. Hora de fallecimiento las 24 horas 55 minutos del 20 de
mayo.
Veinticuatro
años tenía él cuando se conocieron, cincuenta y cinco años habían vivido juntos
y hoy precisamente hoy era 20 de mayo, su aniversario bodas. No sabía como pero
sí que el mejor regalo que podía hacerle a ella es no dejarla sola así que él
se iría con ella, nada tenía en este mundo que le atara a seguir aquí. Solo
ella había sido todo por lo que vivir, no tuvieron hijos y aunque se sentían
especialmente queridos por su sobrinos, sin duda el golpe de la muerte de ellos
se solaparía con los bienes que dejaban a su nombre.
La doctora,
le ayudó a salir de la habitación cogiéndole de los hombros, abrazándole
cariñosamente pues la fragilidad del anciano le conmovió. Él sacó su móvil de
un bolsillo de su chaqueta, marcó un número y cuando su llamada fue atendida
habló:
Frutos,
Frutos cariño, tu tía acaba de fallecer, por favor encárgate tú de avisar a tus
hermanos y al resto de la familia. También gestiona la empresa que se encargue
del sepelio.
Lo siento
tito, lo siento. Ánimo.
El teléfono
resbaló de su mano y calló al suelo. Al otro lado, alarmado su sobrino gritaba,
tito, tito, ¿te ocurre algo? Tito, tito.
La doctora
sentía como el cuerpo del anciano se desplomaba entre sus brazos y llamó a una
enfermera para que acudiera en su ayuda.
Entraron al anciano a la habitación y le sentaron en el sillón, mientras comprobaban su pulso, también le colocó un tensiómetro para comprobar su tensión. Incomprensiblemente el anciano se le estaba yendo, era como si se apagase, su pulso débil, muy débil, su tensión caía por debajo de los límites normales. Volvió a colocar el tensiómetro mientras aplicaba medidas para recuperar el pulso y la tensión, pero ésta caía tan abruptamente que todo era ya irreversible. Solo la mano izquierda del anciano que buscaba tocar la cama donde yacía su esposa era el único signo quizás de esperanza de recuperarle. Pero su corazón dejó de latir, sus ojos quedaron fijos y ligeramente abiertos, con las pupilas muy dilatadas, su mandíbula relajada y con la boca ligeramente abierta y la doctora comprendió que él también había fallecido.
Reencuentro incompleto
Cuando llegó a la ciudad, recordó que hacía más de doce años que no había vuelto desde que siendo un niño acudía con sus padres a casa de sus abuelos paternos.
Acababa
de cumplir dieciocho años, sus abuelos tendrían unos setenta años más o menos,
así que tampoco los reconocería aun cuando pasasen por su lado. No tenía ni el
domicilio, ni teléfono, solo vagos recuerdos, y muchas fotografías y
videos que tenía en la tarjeta de memoria de su tablet.
Era
Semana Santa. Recordaba la primera vez que su abuelo lo apuntó a una cofradía
para salir de monaguillo tendría poco más de tres años, al año siguiente
también hizo la estación de penitencia con esa cofradía. Sin duda las imágenes
del paso, le servirían de punto de partida para buscar a sus abuelos.
Durante
estos años, nunca supo más de ellos, al principio, los echaba muchos de menos,
y no entendía que podía haber hecho él o su madre para que no solo sus
abuelos desaparecieran de su vida. Tampoco vio más a su padre.
Creyó a su
madre, cuando le dijo que su padre se había marchado al extranjero, pero no
comprendía porque sus abuelos no iban a verlo a él. Vivían en otra ciudad, pero
tan solo en una hora se podría recorrer el trayecto. Al principio le hirió su
desafecto, más tarde los ignoró pero la verdad es que nunca los olvidó, y ahora
que sabía la verdad, hasta sentía la necesidad subsanar con una disculpa, tan
traumática ruptura que sin duda hizo daño a todos. Había conocido ayer mismo lo
que había sucedido años atrás para que él no volviera a ver a su padre ni a sus
abuelos paternos. Ahora lo entendía todo y se había sentido tan mal consigo
mismo, como si él fuera él culpable, que no dudó un minuto en ir en busca
de su padre y sus abuelos.
Tuvo suerte
de encontrar una habitación disponible en uno de los cinco hoteles que había en
la ciudad, era Jueves Santo y llevaba toda la semana lloviendo y pesar de todo
solo la casualidad quiso que la reserva que tenía el hotel de esa habitación se
anulase justo unos minutos antes que él llamara. Reservó también mesa en el
restaurante del mismo, para comer ya que llegaría al medio día.
Caía un leve
sirimiri cuando dejó su coche en el parking de hotel. Pasó por recepción,
para recoger la llave y dar los datos que le fueron requeridos y subió a su
habitación que se encontraba en la sexta planta del edificio. Deshizo la maleta
muy despacio, pensando como daría con ellos y le asaltó una duda, si es que aún
permanecen aquí o en el peor de los casos si aún viven. Un halo de
tristeza se reflejó en sus ojos.
Bajó al
restaurante. Le indicaron la mesa que tenía reservada y mientras esperaba a que
pasase el camarero a tomarle nota, buscaba en su tablet una foto de sus
abuelos.
El griterío
ensordecedor del restaurante le incomodaba pero al menos estaba en una esquina
del comedor junto a un enorme ventanal que daba a la piscina del hotel y agua
de la fortísima lluvia que ahora caía era perceptible en tan privilegiado
lugar. Absorto en sus pensamientos no se percató de la llegada del camarero
hasta que éste le preguntó: Señor ¿ha decidido ya que va tomar?
Si. De
primero revuelto de espárragos, de segundo bacalao con salsa de piquillo, de
postre tarta de la abuela. Y tráigame una copa de rioja por favor.
Buena
elección señor. Enseguida le sirvo.
Extendió sus
manos que sostenían la tablet y preguntó al camarero. Perdone, conoce usted a
este señor, o a esta señora. La foto que ocupaba toda la pantalla de 10
pulgadas, era una foto de sus abuelos.
La cara lívida
del camarero, le llamó atención, ¿los conoce?
¿Por qué
tiene usted una foto de mis abuelos? Dijo camarero
Es
complicado de explicar en breve tiempo. He reservado habitación en este hotel y
no me iré hasta encontrarlos. Sin lugar a dudas esto es más que una causalidad,
cuando esté libre de su trabajo deberíamos hablar si le parece, yo no me moveré
de este sitio.
Pasaron aún
dos horas hasta que el camarero quedó libre de su trabajo y se dirigió a lugar
donde estaba sentado quien le había mostrado la foto.
El
restaurante había quedado prácticamente vacío, solo una mesa ocupada por dos
matrimonios jóvenes, dos pequeños de no más de tres o cuatro años, y un bebé
que dormía plácidamente en su carrito. Y la que ocupaba el tipo al que había
servido.
¿Podemos
seguir aquí o cierran el restaurante?
No, no
cerramos. Además el restaurante es de una tía mía.
Genial.
Bueno mi nombre es Alberto, te aclararé porque tengo la foto, y porque
quiero ver a tus abuelos y espero que termine fundiéndome en un abrazo
con ellos. ¿Tú cómo te llamas?
Carlos dijo
en un tono muy seco y calló no creyó que debiera darle más información.
Está bien,
te voy a enseñar todas estas fotos que tengo, y estos videos, son de tus
abuelos y yo cuando era pequeño.
Durante un
buen rato Carlos ojeó las fotos que todas ellas aún las conservaba su abuela en
móvil. Vio los videos que tantas veces le mostrara su abuelo y no pudo evitar
que sus ojos se enrojecieran
Alberto se
percató de ello y le preguntó ¿qué te ocurre?
Si eres
quien creo que eres, mi abuelo se sentiría de estar aquí el hombre más feliz
del mundo, pero mi abuelo ha muerto.
Acusó el
mazazo de la noticia que le daba Carlos y Alberto sintió que el mundo se le
caía encima y lloró como tantas veces lo había hecho de niño cuando le echaba
de menos.
Carlos se
disculpó, lamento haber sido tan brusco, no pensé que te afectaría tanto, él
tenía verdadera pasión por ti, sufrió mucho cuando tu madre y su hijo
rompieron. Te traeré un vaso de agua, ¿o quieres tomar una copa?
Está bien,
tomaré una copa.
¿Qué te
parece si te preparo a ti también un Ron con naranja, que es lo que yo tomaré?,
de paso pregunto a mi tía si me necesita, el restaurante se está llenando de
nuevo de gente que vienen a tomar café y churros, hoy con el día que hace
apetecen
No te preocupes
si tienes que echar una mano, aquí te espero, me vendrá hasta bien para
reponerme.
Volvió a
mirar las fotos que tantas veces había visto, sus ojos vidriosos delataban que
verdaderamente no esperaba que no volvería a ver a su abuelo. Había imaginado
este encuentro, abrazado a él como cuando era pequeño. Ojeando la fotos, viendo
los videos y hasta imaginaba a su abuelo tarareando las canciones que solía
cantarle cuando salían de paseo.
Aún debió
pasar casi una hora hasta que Carlos volvió a la mesa. Traía en una bandeja las
bebidas y además dos tazas de chocolate y un plato con churros para que los
degustara. Pruébalos te gustarán además ya son las seis de la tarde te vendrá
bien merendar.
La verdad es
que el plato de churros era muy tentador y el humeante chocolate caliente
invitaba a saborearlo solo o bien mojando tan apetitosas porras.
Mientras
degustaba la merienda Alberto preguntó ¿cómo murió mi abuelo?
Sufrió un
infarto. Ya había padecido otros. Aunque la verdad creo que se cansó de vivir,
siempre decía que la suerte no es para quien la busca sino para quien la
encuentra, y él a pesar de andar buscándola nunca la encontró. Quizás sea el
destino de las personas, unas nacen con estrellas y otras estrelladas, eso
también lo decía y te metía a ti junto con él en las estrelladas y se
angustiaba pensando en lo que tú sufrirías cuando conocieses toda la verdad.
Significó
mucho para mí hasta los seis años, que estuvimos juntos y eso que solo podía
verlo los fines de semana que veníamos aquí o él y la abuela iban a visitarnos,
o algún día entre semana que él fuese a nuestra ciudad por motivos de trabajo.
Hace muy
poco supe la verdad, mi madre nunca me contó que pasó, solo sé que dejé de ver
a mi padre y a mis abuelos de un día para otro. Con mi edad al principio fue un
trauma, luego los fui ignorando pero nunca los he olvidado.
¿Todo, te lo
ha contado todo?
Si, por eso
estoy aquí, quería abrazar a mi padre y a mis abuelos. Bueno, sí sé que no es
mi padre, pero lo fue desde que el día en que se enamoró de mi madre cuando
estaba embarazada de un miserable que la dejó preñada y no quiso saber nada de
ella. Nací y ejerció de padre hasta que dejé de verlo, porque dejaron de
ser pareja. No le he preguntado a mi madre porque, ya no tiene importancia y ni
tan siquiera quiero saber si en algún momento pensó ella en mí, comprendo que
si no iba bien su relación no tenía por qué sacrificarse, pero quizás debió
hacerlo de otro modo. No creo que él mereciera este trato por parte de mi
madre, alguien que le había demostrado un enorme amor en contraposición con el
egoísmo de mi padre biológico que la dejó tirada y del que nunca he sabido ni
quiero saber nada. Solo reconozco a este padre.
Sé que mi
padre apostó por su relación con mi madre hasta se enfrentó a sus padres, pero
estos comprendieron que no podían oponerse. Y también quizás sean junto conmigo
lo que más han sufrido.
No te quepa
la menor duda, mi abuela buscaba protegerse quizás ignorándote, no permitía que
se te nombrase de alguna manera cada vez que tu recuerdo o tu nombre se
pronunciaba en casa ella sufría tanto o igual que mi abuelo quien nunca dejaba
de nombrarte o tener un recuerdo de ti.
¿Tú eres su
hijo? No. Yo soy hijo de una hermana. Quien para ti es tu padre es mi tio, su
mujer es la dueña de este hotel.
¿Y está él?
No, pero
volverá esta noche, está de viaje por motivos de trabajo en Bruselas.
Me
encantaría poder charlar con él, necesito abrazarle.
¿Y la
abuela?
Ves aquellas
señoras en la mesa a la entrada del restaurante.
Sí, son mi
madre, mi tía y mi abuela.
Durante un
buen rato contempló la imagen de aquella señora mayor que para él era su
abuela, había sido su abuela, la quería como abuela.
No creí que
me sería tan fácil encontrarlos. El destino a veces nos depara muchas
sorpresas. Y ahora que estoy aquí no se si debo continuar. Si el abuelo
estuviera aquí, todo sería diferente, estábamos muy unidos.
No sé cómo
puedo ayudarte pero ya que estás aquí deberías hacer lo posible por contactar,
tú no tienes la culpa de nada y a ti te quisieron como un nieto, no te quepa la
menor duda de ello. Estoy seguro que allá donde esté el abuelo buscará el modo
de que el encuentro sea para bien.
Quizás tenga
razón, no es normal el cúmulo de coincidencias que se han dado una vez he
llegado a la ciudad, que haya localizado lo que venía buscando sin apenas
esfuerzo es como si me empujara a ese reencuentro.
Miró por el
ventanal, había dejado de llover y la caída de la tarde proyectaba sobre el
jardín sombras que le causaban pesadumbre, se estremeció cuando le pareció ver
la figura de su abuelo tal como él lo recordaba y en su cabeza resonó su voz
animándole a dar el paso y hacer lo que había venido a hacer.
Con paso
decidido, fue hasta la mesa de la entrada del restaurante. Sin pensar muy bien
lo que hacía en cuanto llegó a la mesa de las señoras dijo:
Buenas
tardes. Y mirando a la abuela dijo: Rosalía podría hablar con usted
Dígame,
joven
Solo pudo
decir: Te quiero abuela, nunca, nunca te he olvidado, y al abuelo, mi abuelo
(los ojos se le inundaron de lágrimas) acabo de saber que no está con nosotros,
no le puedo abrazar pero a ti si tú quieres quisiera abrazarte. Me imagino que
habéis sufrido tanto como yo al no poder estar juntos. La vida a veces es muy
injusta.
No hizo
falta nada más, para que Rosalía reconociera a aquel joven a quien abrazó y
besó como cuando era un niño e indicó que se sentara con ella.
Contó a la
abuela que hasta hacía muy poco no conoció la verdad de todo lo ocurrido, por
eso antes no había hecho nada por encontrarlos. Ahora que sabía que papel
habían desempeñado en su vida él les debía gratitud.
No hijo, no
es tu culpa, es el sino de la personas. Nos tocó sufrir, tu abuelo sufrió mucho
quizás el que más acusó el golpe pero sin duda porque tú eras su mayor
preocupación pensando en el daño que tú sufrirías cuando conocieses la verdad.
Estamos
esperando que llegue mi hijo que viene de viaje, estoy segura de que se también
se alegrará de verte, preparé todo para que cenemos juntos, aquella puerta del
pasado que se cerró de golpe nos hizo mucho daño a los adultos, tú siendo un
niño nada podías hacer salvo sufrir las ausencias.
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