A este lado de un desengaño
La gente hace lo que tiene que hacer, pensé, quizás como disculpa.
Yo perdí la oportunidad de ser ecuánime en esta historia, mis perjuicios,
mi educación chapada a la antigua, mi edad, que posiblemente me ancla en valores
que ahora se tachan de arcaicos. Precipitadamente me quité de en medio, no sé,
tal vez también la cobardía de tener que posicionarme y opté por la más fácil.
Por aquella que todos apoyaban dejando de lado a quien había desafiado a todos
y ahora se me presentaba como una desconocida, su cambio tan radical me
lastimaba más por ella. Yo solo era un amigo, un conocido, un pariente
allegado. Podría pensar que los comentarios maliciosos, no le iban afectarle y
no se iba a dejar vencer pero sin duda su huella indeleble quedaría marcada
para siempre.
Si debí escuchar su versión, si debí ser menos intolerante, no haber tirado
de perjuicios de un pensamiento ya formado que rechazaría cualquier defensa que
ella me hubiese planteado. Cierto es que no lo tenía fácil. La verdad es que me
siento satisfecho conmigo mismo. Hice lo que tenía que hacer.
Llevaba treinta años de casada, tan solo hacía dos semanas había firmado
junto con su marido en bienes gananciales la compra de una casa.
Una casa, la casa que suponía el sueño de ambos. En un barrio residencial,
una casa de dos plantas con cuatro dormitorios dos baños, un enorme salón con
chimenea que encenderían las frías noche de invierno, un sótano que equiparían
como bodega y lugar para reunirse con muchos amigos, igualmente tenía un enorme
patio en cual pondrían una piscina, hasta una mesa de ping pong, y una
barbacoa. ¡Sus sueños estaban más cerca!
La hipoteca no suponía una pesada carga para su desahogada economía y solo
el tiempo de duración de la misma que parecía mucho, solo ellos sabían que se
vería acortado si el negocio que ambos regentaban seguía por el cauce que hasta
ahora tenía.
¡Muy malas tendrían que venir las cosas para perder ésta oportunidad de
hacernos con esta casa! Decía su marido cuando tomaron la decisión de asumir la
deuda. Incluso machaconamente le reiteraba a ella si estaba de acuerdo y lo
veía tan claro como él.
Por supuesto ella lo apoyaba y estuvo de acuerdo, realizando todos los
tramites hasta tener las llaves de la propiedad en sus manos.
Instalándose en su nueva casa, tan solo dos semanas más tarde de haber
firmado la hipoteca, habiéndose descapitalizado hasta lo permitido para no
quedarse sin efectivo para hacer frente a las necesidades de su negocio,
satisfaciendo una importante entrada mediante un pago en cheque al vendedor y
el resto en transferencia bancaria por importe del resto equivalente a la
hipoteca contraída. En esa precaria situación económica que con el trabajo de
ambos pronto remontaría, ella decide divorciarse.
-Quiero el divorcio.
-¿Por qué? Preguntó su marido. ¿Por qué ahora?
-Porque…. porque de pronto se dio cuenta que no sabía que responder.
La verdadera razón se nos presentaría a todos tan cruelmente que a mi
particularmente me obnubilaron mis pensamientos y por ello cuando ella unos
días más tarde cuando la separación seguía sus trámites, me dijo:
-Treinta años entrando en la casa ¿y no me has preguntado mi versión?
Me cogió tan de sopetón tan escaso de recursos dialecticos, porque además
en tan poco tiempo pasado se pavoneaba con un sujeto de aspecto chulesco, un
embaucador, un tipo duro, taimado que gastaba dinero a manos llenas sin que se
le conociera ninguna fuente de ingresos que justificara tal derroche. No
entendía porque aquella mujer que se comportaba como ninguna mujer casada
debe hacerlo.
No, no conocía ahora a esa mujer dura y desalmada que desafiaba las
opiniones de todos, quizás no cayendo en la cuenta que no solo perdía su
decencia sino que su moralidad la empujaba hacia un abismo.
Quizás debí escuchar su versión pero no puede evitarlo, me salió desde
dentro no lo había pensado, sé que digo lo que siento y no pienso lo digo, a
veces me ha acarreado muchos problemas, pero como decía al principio la gente
hace lo que tiene que hacer. Por eso le solté de sopetón, que para mí estaba
deslegitimada, su versión era de dudosa verdad.
Solo me dijo que si pensaba que lo que buscaba era quedarse con la casa.
Solo respondí que lo parecía, más tarde se vería que ese era su objetivo.
No hablé más, me afectaba muchísimo por los dos, ambos eran además de
familia amigos. ¿Debí preguntarle por su amante? ¿Tan pronto?, no podía creerlo
deberían llevar mucho tiempo antes, ¿debí decirle y soltarle todos los
comentarios que aquí y allá oía y chirriaban en mi oídos, “degenerada,
mujeriega, tarambana, disoluta, viciosa, depravada, sinvergüenza, perdularia”?
Ella por su comportamiento no parecía querer acallar tan sañudos comentarios,
sino más bien seguir dando pábulo a los mismos. Y su mirada desafiante solo me
hizo repetirle varias veces. ¡Lo siento para mí estás deslegitimada no creo que
tu versión vaya a cambiar la maldad de tu actuaciones!
Llegados a este punto ¿qué pinto yo en toda esta historia, la curiosidad,
el morbo, el ser un allegado de ambos litigantes?
Porque ¿qué otra cosa pudiera hacerme sentir tan dolorosamente este
vodevil? Por un lado el papel de ella que he descrito quizás con la
inconciencia de no haber escuchado su versión dejándome llevar solo por mis
perjuicios o la valoración de los hechos desde un punto de vista muy particular
e interesado y taimado. ¡Quizás!
Por otro lado el papel del esposo no acabando de entender porque se veía
derrumbado, un pardillo tímido, nervioso, avergonzado. Tratado indulgentemente
por ese hombre más joven, tan seguro de sí mismo, tan abominablemente
charlatán, un tipo duro. ¿Miedo?.
La vida es un tren de desilusiones y desde luego el tren de él parecía que
todos los vagones iban llenos de desengaños.
Sí, no solo fue su mujer que con este tremendo varapalo lo dejaba en la
estacada, emocional y económica, esta última ahora no la veía venir pero
tendría unas consecuencias imprevisibles tanto para ellos como sus hijos.
Creo en mi modesta opinión que debió decirles a sus hijos la reflexión que
en los primeros días de este drama sobrevenido me dijo. Lo soltó así de pronto
como si le ahogara en su pecho, ya iba viendo las consecuencias, que le
acarrearía del divorcio.
El abogado de su esposa pedía que fuera ella quien se quedara en la casa,
pedía manutención por los cuatro hijos, traspasar el negocio ya que
indudablemente no podían seguir trabajando juntos.
Lo dijo con voz tenue casi apagada a mí me sonó brutal, realista y
desgarrador: “Hemos pasado de ser una familia a que vosotros hijos míos, seáis
una carga”.
No supe que decir ni como consolar esa pena que le ahogaba.
¡Sus amigos!, ¿Qué decían de todo esto?
Estos ocupaban un vagón que debió desengancharlo de su vida hace mucho
tiempo, pero a veces nos dejamos engañar o creemos que un regalo, una comida en
casa, o fuera, el no tener casi intimidad estar siempre en tu casa les hace más
amigos que aquellos que ves esporádicamente, en definitiva nos vendemos quizás
por tan poco. Siempre he dicho que lo malo no es venderse sino no conocer tu
precio. ¡Ah, puedo estar equivocado! Volvamos a esos amigos, eran amigos
comunes, pero se posicionaron de una parte, de parte de ella.
No, no lo estoy reprochando ¿acaso yo no había tomado el decantarme de
parte de él? La diferencia está en que yo no la violentaba, no forzaba
situaciones que pudieran comprometerla ni mucho menos encubría su felonía
sabiendo que la relación con aquel tipo venía de tiempo atrás. Tampoco la
alentaba para denunciarla aun sabiendo que dicha denuncia era falsa y tenía
pocos visos de prosperar, aun así lo intentaron, como digo, sin éxito, no había
ningún acto reprobable de él aquella mañana en que la policía se presentó en su
negocio que pudiera ser delictivo, es más él no estaba cuando llegaron pero si
estaba ella arropada por su amante y aquellos que habían sido amigos de los
dos. Bueno ya no queda tan claro que fueran amigos de él. Son alimañas pensarán
seguir obteniendo un beneficio posicionándose a favor de quien parece en
principio va a obtener mayor rédito de la ruptura. Son cobardes, ahora solo
acuden al local comercial donde regentan el negocio solo cuando él no está.
Sí, siguen estando juntos en el negocio, en la casa, es muy doloroso, al
menos para él y sobre todo muy temerario por su parte porque las sempiternas
provocaciones que le hacen me temo que tendrán un mal final.
Acaso ustedes no lo ven así, perdonen que me dirija a vosotros lectores es
que espero estar equivocado pero ¿por qué si no va el tipo éste a recoger
a ella al terminar la mañana para llevársela a comer juntos? A cuento de que,
le envía flores al trabajo todas las semanas. ¿Se puede ningunear al marido
poniéndolo en esa situación de mansedumbre tan vil? ¿O esperan los dos que por
fin pierda los papeles y eche por alto su reputación, su saber estar y su
comportamiento ético y de honradez intachable que hasta ahora ha sido su carta
de presentación a la sociedad?
¿Cuánto más tiene que pasar? ¿Cuándo abrirán los ojos sus hijos?
¡Ah sus hijos!, que desilusión, que desengaño que tristeza para un padre
verse abandonado, en estos momentos tan amargos de la vida, también por ellos.
Que amargura sentirse engañado y abandonado. Sí, engañado y abandonado.
Él que en otro momento de su vida lo sacrificó todo por ellos. (Pero eso es
otra historia que algún día les contaré). Ahora solo creerían que estoy echando
más leña al fuego para deshonrar la imagen de la “señora”. Perdón, ¿señora?,
quizás sea un tratamiento que no merece, mujer a secas, ha quedado claro que
los hechos narrados ilustran a tan ignominiosa dama.
¡Los hijos! Sabemos los padres, que los hijos son egoístas, y lo sabemos de
buena tinta porque hemos sido hijos. Solo hasta que somos padres no sabemos lo
que significa amar a un hijo, no es solo abrazarlo, besarlo, consolarlo, estar
atento a sus necesidades de sueño y alimentación es hablarle, es reprenderle
también. ¡Quizás hemos descuidado está última fase! En estos tiempos en que los
padres tratamos a los hijos como si fueran colegas. Pero esto es otro tema que
ahora no viene al caso.
Solo cuando eres padre, es cuando te sientes vulnerable, tienes miedo.
Miedo que vences porque no tienes más opción que hacerlo bien, que puedes con
todo lo que venga por y para tus hijos.
La mañana que descubrió que le habían engañado, se sintió vulnerable. No
debió contármelo, no debió confiar tanto en mí, quizás me consideraba como un
hermano mayor, pero yo no era su hermano, era un familiar allegado como está ahora
de moda decir, pero sobre todo era un completo desconocido para él al igual que
él lo era para mí. Se podía contar con los dedos de la mano la veces que
habíamos estado juntos fuera del ámbito familiar, por ello más tarde cuando
reflexioné me dolió el comentario que le hice y que no me atrevo a reproducir
aquí por soez y poco literario, pero la verdad una vez me salió sin pensarlo,
digo lo que siento pero no pienso lo que digo. Sé que solo torció el gesto pero
no dijo nada, fue brutal por mi parte pero no sé, si me arrepiento o no.
Me contó cómo tramaron para engañarle, para mentirle y dejarle solo en la
Navidad. Él intuía que pasaría la fiestas solo, quizás con sus niños como él
los llamaba “sus niños”, me chirrió y me dolió tanto como habían urdido para
engañarle, unos poniéndose de perfil y otros dejándose comprar por los regalos
que iban a recibir del tipo que ahora consolaba a su madre mientras su padre
pasaba estas entrañables fiestas solo, abandonado y sobre todo con una mentira
tan burda para ocultar que se iba con él a pasar la Navidad fuera del estado.
La taza de café que sostenía en su mano quedó a medio camino entre la mesa y su
boca, tuvo que dolerle pero no dijo nada a mi comentario vulgar y soez: “mis
niños”, tus niños tienen los huevos negros y a tus niñas le caben veinte
centímetros.
Sí, me pasé. Lo reconozco, pero estas alturas yo estaba indignado.
Habían pasado las vacaciones de Navidad, y aún no había vuelto del viaje,
sus hijas le decían que estaba su madre con ellas, su hijos no aparecieron por
casa con la excusa de preparar los exámenes, una forma de quitarse de en medio
y no responder a las preguntas que obviamente su padre les haría sobre el
comportamiento de su madre.
Él supo que había sido engañado, quizás lo sabía, sabía que ella se dejaría
deslumbrar por ese tipo que la llevaría en avión, le haría pasar una Navidad
como antaño ellos habían soñado pero que habían postergado siempre priorizando
aquello que soñaban tener y que cada vez con el sacrificio del trabajo de ambos
conseguirían. Sí, sabía que estaría con él pero no se le pasó por la cabeza que
su hijas le engañaran diciéndole que estaba con ellas y ellas embaucadas,
seducidas por un viaje, suculentos regalos y otras naderías vendieran con una
traición a su padre.
Fue cruel también como supo donde estaba su mujer, pues seguía siéndolo,
solo habían pasado dos meses desde que le pidiera el divorcio y éste aún no se
había producido.
A veces las personas hacen el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad
o quizás están habilitadas por una fuerza externa. Era una clienta habitual de
la tienda y parecía que hasta había madrugado, puesto que nada más abrir llegó
toda azorada, para contarle con certeza que su mujer se había ido a pasar la
Navidad fuera con su amante.
Él tartamudeo, quiso excusarla, e incluso negar lo de amante, pero era
evidente si estaba casada y estaba en coyunda con otro tipo evidentemente era
su amante. Más tarde se alegró de que la clienta no supiera que también se
había llevado a sus hijas. En los pueblos, las habladurías nunca sabes lo que
es verdad o es mentira.
Llegué tarde, me había llamado para que le hiciese compañía en la tienda,
últimamente las provocaciones iban a más y temía por ello, le había visto más
envejecido, más cansado y triste la tarde del domingo que se quedó dormido
cuando me pidió si podía ir a casa a comer, su soledad era cruel. Su abogada
parecía dilatar el tiempo y no llegar a concretar nada con el abogado de ella,
y solo obtener rédito de suculentos honorarios que le cobraba. Otra desilusión
que se había enganchado al tren que ahora era su dramática vida.
Dije a la policía lo que oí, no los veía estaban en la trastienda y no
debieron oírme entrar. Oí la voz de él: “Maldita seas, te di la vida
entera, eres una oportunista eso es lo que eres. Me desilusionas no sé cómo he
confiado en ti todos estos años”.
-Ella respondió: “No me insultes, que te puede costar caro. Voy a por ti.
Yo soy feliz. Más feliz que nunca, sin duda afronto una situación difícil, pero
resolveré el problema”.
- ¿Cómo pavoneándote por el pueblo desafiante? Dijo él.
-No, no me siento culpable. Supongo que debería experimentar cierto
sentimiento de vergüenza. Pero no es así.
-Te equivocas ¿crees que nunca te has visto tan feliz como ahora? Quizás
deseas castigar a alguien, o tal vez a ti misma. Quizás tu edad, o tus hijos, o
que sé yo, esas tonterías que últimamente se te habían metido en la cabeza de
que aún eras joven y merecías conocer otra vida, ser feliz.
Tras unos segundos de silencio, oí el disparo y el grito de ella corrí a la
trastienda, él yacía en suelo en un enorme chaco de sangre.
Cerraron el caso, determinaron que fue un suicidio dijeron.
Vi el cadáver el orificio de entrada del proyectil estaba en el lado
derecho yo solo sé que él era zurdo.
Ha pasado tanto tiempo, yo ando perdido, oigo sirenas quizás vienen por mí.
He girado el vaso que tengo en mi mano y acabo de tragarme de un golpe el
contenido.
Cierro fuertemente los ojos y lo veo, veo como ella ponía la pistola en la
mano de él, vi como un tipo salía por la puerta de la trastienda que da a un
patio. No sé si es solo un sueño. Me duele la cabeza, y necesito otra copa. Se
diría que me la he ganado necesito beber.
Otro, sírvame otro
¡Quizás no deba servirle más señor!
Me ha llamado señor, iba a contestarle ¡vete al carajo!
Le he mirado a los ojos, quizás solo lo he hecho como método de
distracción, he tenido el tiempo suficiente de alargar mi brazo y coger la botella
de coñac con las que llenaba mis copas, ésta está casi llena, de ella solo me
ha servido una. Todas las anteriores que me he tomado han acabado la botella
vacía que ahora tiene en su mano en tono amenazante ordenándome que suelte la
botella.
Déjame en paz muchacho, una vez vi un hombre asesinado. No querrás ser tú
el próximo que vea.
Bebo de un solo trago el contenido de la botella. He perdido el
conocimiento.
Me he despertado en el calabozo, me duele la cabeza, grito, grito hasta
desgañitarme, era zurdo, joder, era zurdo, no pudo suicidarse, malditos seáis
todos. No lo recordaba, ahora sí, lo recuerdo todo.
Me duele la cabeza, una frase se repite machaconamente en mi celebro: “la vida es una experiencia muy amarga, a este lado de un desengaño”. Necesito una copa. Yo solo necesito beber.
Amigos, a un paso de parecer enemigos
Hacía un buen rato que la conversación había derivado en un conato de enfrentamiento entre David y Juan. Habían quedado en la cafetería de siempre para tomar un café y salir a pasear por la vía verde que había en su ciudad. Una maravilla de senda por donde antiguamente pasaba la línea de ferrocarril, que entre un mar de olivos hoy era una delicia para uso peatonal, de ciclistas o a caballo.
Tenían por costumbre conversar de libros, música, o acontecimientos culturales. Tanto el uno como el otro eran lectores empedernidos, solían leer entre cinco o seis libros mensuales. La música era también su pasión ya que ambos habían sido profesores del Conservatorio Elemental de música de su Localidad. También eran amigos desde primaria, además de familia.
Habían tenido enfrentamientos, cuando hablaban de política, dado que David simpatizaba más con la derecha, mientras que Juan incluso había sido concejal de un partido de izquierdas. Un día en el que su amistad estuvo a punto de fracturarse por esta causa, cuando la sensatez de ambos les llevó a encauzar de nuevo su relación, con buen tino decidieron que este tema no sería nunca más incluido en sus tertulias.
Ocurría pues que a David le gustaba incitar a Juan y conociéndole perfectamente sabía que temas fuera parte de la política también le llevarían a encontrarse por sus diferentes puntos de vista. Quizás no había previsto la tormenta que se avecinaba, no solo la que los negros nubarrones de esa tarde del mes de abril que estaban cubriendo un cielo que minutos antes tenían un color azul intenso, sino aquella que estaba a punto de explotar a medida que la armonía iba agriándose entre ellos.
Hacia donde habían encauzado la charla acabaría por arruinarles el paseo previsto, si no lo hacía antes la lluvia.
El escepticismo de uno y su incredulidad en el acontecimiento más importe realizado por el hombre que la postre supuso un gran salto para la humanidad. Y el encabezonamiento del otro de querer llevar la razón, porque su razonamiento no solo era aseverado por las imágenes que se emitieron por televisión y que siguieron más de 600 millones de personas, aquel lejano 20 de julio de 1969, sino además por la crónica emitida por un periodista corresponsal del Televisión Española en los Estados Unidos.
Con
no cierta satisfacción y un poco de chanza David representó al periodista y
gesticulando al igual que él lo hiciera dijo: En el centro de la NASA, se contiene
la respiración ante la imagen en blanco y negro del módulo lunar Eagle, que se
ha aposentado en la Luna. ¡Ahí está! A las 109 horas, 22 minutos, 48 segundos
de vuelo. Lentamente el pie de Amstrong pisa la Luna.
-Ja,
ja, ja, ahí tienes resumida la trascripción de la crónica que el periodista
Jesús Hermida realizó desde Houston, durante la llegada del hombre a la Luna,
para televisión Española. Aquellas 48 palabras conmocionaron al mundo. No entiendo cómo te atreves a
decir que eso fue una patraña urdida por el Gobierno del Presidente Kennedy
para adelantarse en la carrera espacial que había iniciado ocho años antes la
Unión Soviética cuando Yuri Gagarin un cosmonauta soviético se convirtió en el
primer hombre en llegar al espacio.
-Claro
que me atrevo replicó Juan, me quedan muchas dudas, una cosa es salir de la
tierra y otra es llegar a la luna, ya que hasta ese momento no había aún la
tecnología necesaria para llevar a personas a esa distancia y traerlas de
vuelta, parece sorprendente ya que el mensaje dado con este supuesto hecho era
el poderío de Estados Unidos en plena guerra fría.
David
elevó el tono de voz y espoleó a Juan diciéndole: Es imposible conversar
contigo, siempre acabamos igual, cuando no es por causa de la política, es por
este escepticismo e incredulidad en hechos como éste que supuso un pequeño paso
para el hombre. ¿Te das cuenta de que tú encabezonamiento no te hace razonar?
Juan,
pidió la cuenta, sacó su cartera y abonó el importe de la misma, se bajó del
taburete donde estaba sentado junto a la barra del bar y se dispuso a
marcharse, no sin antes responder para ti, la perra gorda, me marcho a casa,
creo que ni la tarde anima a pasear por el color que está tomando el cielo, ni
tú ni yo deberíamos seguir por este camino, no estoy dispuesto a romper
nuestros muchos años de amistad.
-Ja,
ja, ja, vamos Juan es una broma, no te das cuenta que solo buscaba pincharte,
te conozco lo suficiente como saber de qué temas no debo hablar contigo, la
verdad es que a veces no comprendo tus posicionamientos en determinadas
cuestiones, pero entiendo que tú eres libre de pensar cómo te plazca, lo que no
concibo es como te picas conociéndome. Anda, espera, no te vayas te invito a
una copa.
A
regañadientes Juan volvió a sentarse en el banquillo, y pidió un ron Barceló
con cocacola.
-¡Eh,
no te pases! ¿No crees que no deberías de tomar eso, tras haber tomado un café
y siendo un cardiaco? recuerda que tienes cinco stem en una arteria.
-Ya
estamos, si me vas a llevar la contraria hasta en esto también, me marcho.
-Lo
ves, es que eres raro. Muy raro. Dijo David haciendo señas a la camarera para
que se acercase.
Por
favor póngame un whisky. Johnnie Walker solo con hielo. Gracias.
El
silencio entre ambos se mantuvo hasta que les sirvieron las bebidas. Fue David
quien cogiendo su copa la elevó y dijo brindemos por nuestra amistad, al carajo
si fue un montaje o no, si pisaron la Luna o no. Lo importante, lo
verdaderamente importante es la amistad.
A
Juan le fastidiaba mucho el comportamiento a veces contradictorio de David,
pero llevaban tanto tiempo conociéndose y verdaderamente eran amigos desde hace
muchos años, además de que éste era el marido de su hermana, algo por lo que
Juan estaba dispuesto a aguantar a su cuñado muchas de las sandeces con las que
éste solía provocarle.
Los
negros nubarrones fueron desapareciendo del cielo, el sol se dejó ver de nuevo iluminando
la tarde. Mirando hacia la calle David dijo, apúrate la copa que este radiante
sol invita de nuevo a pasear.
-No
te creas, estos candilazos al final traen lluvia, dijo Juan.
-Ea,
tú siempre con tus coletillas y tu sabiduría popular, apuntó David.
-Y
tú siempre espoleando mis comentarios. Está bien, paga las copas y vámonos.
Salieron
de la cafería, recorrieron una larga avenida que llevaba hasta la antigua
estación de Renfe, donde comenzaba su recorrido por la vía verde. Iniciaron su
charla comentado un libro que habían leído recientemente. “Entre vinos
hablados” de Olga Lujan. La opinión de ambos sobre el libro coincidía y
ciertamente este párrafo incluido en una reseña que había realizado Juan sobre
la susodicha novela, le había gustado tanto a David que lo recitó de memoria:
“Duelen las imágenes de la avaricia, del
rencor, del crimen entre parientes; duele una España de intransigencia abocada
a sucumbir a las dentelladas de una incivil guerra; duele la injusticia
practicada siempre sobre el más débil; duele la pobreza del jornalero, el
egoísmo del poder y el dinero; duele, con luto de brazalete cosido al abrigo, la
pérdida de una madre; duelen en fin escenas pulidas con prosa de suavidad que
describen desgarradores sucesos. Comentó David”
Juan miró a David y una punzada en el estómago
le hizo emitir un pequeño rugido por la molestia. Su cara se puso lívida
mientras por su mente surcaban sin entender muy bien porqué ideas de cómo
acabar con su cuñado.
Los nubarrones volvieron a cubrir el sol,
oscureciendo la radiante tarde. Por las primeras gotas que aparecían de enorme
tamaño, se intuía que pronto la lluvia caería abundantemente. Aligeraron el
paso para refugiarse en una de las muchas cuevas que había por la zona. Cuando
entraron en la que parecía más accesible pareció como si del cielo bajara una
catarata de agua, llovía copiosamente.
Durante los veinte minutos que duró el
fortísimo aguacero, Juan se envenenó de rencor hacia David. No, no sabía
explicar que había pasado, ocurrió que solo Juan salió de la gruta.
Gritó, fuerte, muy fuerte como si se hubiera
liberado de un peso que tuviera encima. También lloró, lloró desconsoladamente
no por lo que había hecho, de lo cual no se arrepentía, sino por el daño que
sabía causaría a su hermana y también por su irracionalidad, a su mujer.
¿Qué hacer se preguntó? En su cabeza mil ideas
le sugerían como salir de este atolladero, pero su conciencia le exhortaba a
decir la verdad.
¿La verdad? ¿Qué verdad? Él conocía la cueva,
no así su cuñado, él espoleó a David a adentrase al interior de la misma, él
conocía el ponor que se abría unos veinte metros más adelante, la luz de la
linterna del móvil era insuficiente para alumbrar la gruta con bastante nitidez
como para percatarse del mismo. Sabía por las ascuitas entre ambos que la
bravuconería de él no le impediría realizar lo que le pedía.
Ni Juan ni David, quizás nunca esperaban que
ocurriera lo que ocurrió, pero por fin ambos descubrían que las personas hacen
el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad o quizás están habilitados por
una fuera externa. Solo que unos realizan actos humillantes, mientras que otros
por sus actos diabólicos no solo pueden llevarle a su destrucción sino a abatir
a sus seres queridos.
Caminaba cabizbajo ahora era consciente del
daño provocado, recorría el largo puente Dientes de la Vieja, y oía voces, era
la voz de cuñado, torturándole, insultándole, recriminándole su acción,
pidiéndole ayuda, confundiéndole, atormentándole, miró hacia abajo, los quince
metros de altura le parecieron suficiente para arrojarse desde él.
¡Eh cabrito, baja y échame una mano ayúdame a
subir creo que me he torcido un tobillo!
Estaba ahí abajo, empapado, aterido de frío,
andando lentamente a la pata coja. ¿Cómo es posible se preguntó? Corrió
rápidamente hacia el final del puente donde un estrecho camino bajaba hasta
donde encontraba David. Juan reía, lloraba todo al mismo tiempo, aunque no
sabía con certeza si la imagen era real o no, confiaba en que así fuera y pedía
y suplicaba que Dios y su cuñado le perdonasen.
No sin esfuerzo, bajó el camino que aunque
empapado de barro la cantidad de pequeñas piedras sueltas le hizo resbalarse
varias veces estando a punto de dar con su cuerpo en el suelo.
Se quitó su sudadera quedándose en mangas de
camisa, obligó a David a quitarse la suya empapada y le colocó la de él. Le
cogió por la cintura e iniciaron la marcha para subir al puente.
Durante la subida no hablaron, todas sus energías
las gastaron en subir lo más rápidamente posible por el estrecho camino. Una
vez arriba, Juan llamó a emergencias para que viniese a recoger a David ya que
éste no podría caminar los seis kilómetros que había hasta la antigua estación
de Renfe.
-Me alegro de que estés bien, dijo Juan
verdaderamente afligido.
-¡Estoy jodido, no ves que no puedo andar!
-Eso ya lo veo, es que pensé que te había
perdido.
-¿Lo hubieras sentido?
-No, la verdad, por mí no, por mi hermana.
Ja, ja, ja. ¿Tú sabías que había un ponor unos
metros más delante de la entrada?
-La verdad es que sí. No pudo mentir, se sentía
culpable y ya que todo le era favorable debía ser sincero consigo mismo.
-¿Querías que me matara? Serás ….. hijo de…..
Como ves, “bicho malo nunca muere”, y además hemos descubierto una cueva que
debiera habilitar para poder ser visitada.
-¿Hemos?
-Bueno, tú has tenido bastante que ver en que
ello ocurra ¿no te parece?
A lo
lejos se oía el sonido de la sirena de la ambulancia que en breve llegaría a su
ubicación.
David, sacó de un bolsillo de su pantalón una
pequeña daga y se la entregó a Juan.
-¿Qué es esto?
-No ves, es una daga posiblemente de origen
árabe, fíjate la decoración de la empuñadura y el pomo. La he hallado en la
cueva, estaba mirándola cuando me caí al ponor, no me percaté de que hubiera
esa oquedad ahí. Guárdala antes de que llegue la ambulancia.
-¿Cómo lograste salir?
De la ambulancia bajó rápidamente una doctora y
un enfermero que pronto atendieron al David.
Cuando iban a introducirle en el vehículo,
David dijo a Juan al oído ya te contaré. Un lago subterráneo, un tesoro oculto posiblemente
de la época de los omeyas, una maravilla de gruta perfectamente accesible desde
el lugar por donde he salido. ¡Nos vemos en el hospital!
Mientras se alejaba la ambulancia, Juan suspiró
profundamente, el cielo volvía a estar radiante, él se sentía aliviado incluso
exento de toda responsabilidad y a Dios gracias no había nada que lamentar.
Filosofó que la amistad puede ser perfecta e
imperfecta y que los verdaderos amigos son quienes tienen sus
propios ideales frente a los de uno; y que la amistad si es recíproca, se
vuelve en una relación de dar y recibir.
Su reflexión le provocó una breve carcajada y pensó: ¿Qué tipo de amistad nos profesamos tú y yo David? ¿Somos amigos o enemigos? ¡Somos tan opuestos!
Confinados
Septuagésimo primero día de la
alarma sanitaria, Ana, una mujer luchadora.
Ya nada será igual. Yo seré otra diferente a la que fui. Mi vida, como la
de muchas personas, se había puesto patas arriba, de la noche a la mañana, me
vi recluida en casa. Con un miedo atroz, no solo por mí, sino por mi familia,
mis hijos, mi marido y todas aquellas personas que de una manera u otra son
parte de mi vida.
Un virus, un pequeñísimo bicho como vulgarmente le llamaban estaba desatado
en todo el mundo, contagiaba tan velozmente que saturaba el sistema sanitario
de todos los países y lo peor es que diezmaba a la población más vulnerable,
ancianos, y a personas con patologías que hacían que su sistema inmunológico
fuese más frágil.
Los gobiernos de todos los países del mundo optaron por proclamar un estado
de alarma que nos confinaba en casa. Solo aquellas personas que tenían un
trabajo esencial podían ir a trabajar. No me gustó esa distinción me chirriaba,
la entendía perfectamente pero en mi mundo, aquel mundo de la igualdad que
tanto pregonaban los políticos y que no había llevado a ser un estado
democrático, ahora descubría una diferencia en el trabajo, yo ya sabía que lo
había a nivel de ingresos y del modo de poder conseguir llevar dinero a casa,
para algunos es más fácil que para otros, pero para todos es esencial obtener
dinero a cambio de trabajo para poder vivir, él y los suyos.
Proclamaron héroes a aquellos que hasta entonces eran vilipendiados con sueldos ínfimos e incluso con trabajos como el de las limpiadoras que siempre habían sido ninguneadas. ¿Acaso no éramos héroes todos? Sí, ciertamente ellos estaban en el frente, “otro error, los políticos se habían empecinado en decir que estábamos en una guerra”, pero nosotros en casa soportamos los daños colaterales y como es habitual el desorden general de las cosas siempre lo sufrimos los mismos. ¿Héroes? Qué pena, cuando pasen todo esto serán olvidados. Creamos tan rápidamente ídolos que igualmente los desbancamos cuando ya hemos fabricado otros.
Me vi, en casa, había perdido todos los derechos de esa tan cacareada
Constitución que nos dimos cuando cambiamos de un régimen totalitario que había
durado en este país cuarenta años. Caí en la cuenta que no era libre para salir
a pasear con mis hijos, ir a ver a mis padres, a mis amigos, etc. ¿Dónde
quedaban todos los derechos? Mi salud se resentía, física y psicológicamente.
Me sentía como un barco a la deriva.
Comprendí que la muerte, está ahí acechándonos y que debemos vivir
acostumbrándonos a ello, ser conscientes de que forma parte de la vida, cierto
es que ahora no solo podía morir yo, sino que podría ser vehículo transmisor y
ocasionar la muerte de todos aquellos que simplemente pasen por mi lado. Pero
me reconozco una persona responsable, solidaria y por lo tanto se cuidarme de
mi misma y procurar no cometer errores que puedan perjudicar a otros. Así que
estoy dispuesta a seguir todas las recomendaciones que nos den las autoridades
sanitarias, que no las políticas que ya me han dado muestras para no confiar en
ellas. Pero obviamente, necesito vivir. Salir a mi trabajo, que es fundamental
para poder seguir con mi vida, salir a pasear y hacer aquello que en definitiva
es vivir. Tenemos que salir ya, más pronto que tarde.
Ya nada será igual, habré cambiado mi modo de ver las cosas en muchos aspectos, quizás esté más confundida, pero he cambiado, no sé, me siento cansada, sé que no debo abandonarme soy madre, esposa, hija, hermana, amiga. Seré diferente a la que fui, pero sin duda seguiré siendo una luchadora frente a las adversidades.
Septuagésimo primero día de la
alarma sanitaria, David, un viejo, solitario.
Me siento tan gris. No puedo
olvidarme que tengo ante mí la duda de romper con todo, de revelarme de no
seguir sometido a los caprichos de un virus que nadie sabe cómo ha venido ¿o
sí?, y de un gobierno que con más errores que aciertos nos ha llevado hasta
aquí.
He envejecido estos setenta un
días, tanto que no me reconozco, he sufrido los cambios físicos así como psicológicos y sociales de una
manera brutal. No me importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sea un
color más blanco. No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de
lo que ya me afectaba mi propio, yo, el cual siempre ha estado en conflicto con
mi ello. Pero lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales.
He envejecido, quizás no he madurado, solo me siento un corazón solitario, con una carga de penas, que se pregunta a dónde va.
Septuagésimo primero día de la
alarma sanitaria, Palacio de la Moncloa:
Todo lo que hago es para
salvar la vida de los españoles y las españolas. Gritaba Pedro Sánchez.
Su mujer lo había sacado de
sus casillas y ella estaba dispuesta no dejarle en paz hasta que obtuviera su
palabra de que cesaría a Pablo Iglesias.
María Begoña era muy de
izquierdas, pero no entendía como su marido no veía que Pablo le estaba
comiendo la tortilla, éste aparecía en televisión siempre anunciando buenas
noticias y parecía que todo lo que se estaba haciendo procedía por su postura
frente a los miembros del gobierno del PSOE, que sucumbían a sus proposiciones.
¿Tú te estás oyendo eso no se lo
cree nadie? no te das cuenta que te está ninguneando a ti a todos tus
ministros.
María Begoña. Dijo Pedro con
retintín no me estarás vacilando.
Creo que lo estás defendiendo
en demasía, ni que te acostaras con él. Sugurió su esposa.
Miró a su mujer con desprecio.
Ésta sostuvo su mirada y
espetó es que no es normal, no te entiendo. Mejor dicho no te entiende nadie.
No comprendo ni como el partido no ve a donde lo llevas con tu postura radical.
Pablo parece el presidente y tú la marioneta que él mueve. La pandemia no será
quien ponga fin a tu mandato, será el hambre, los desórdenes sociales por lo
molesta y enfadada que está la gente por la burda gestión de tú gobierno, las
barahúndas en las calles terminarán asaltando el Congreso, y hasta el mismo
palacio de la Moncloa. Volveremos a las andadas, ¿quieres enfrentarnos a
todos?, maldita sea despierta ya gritó, rompiendo en un llanto ahogado.
Salió de la habitación dando
un fuerte portazo y por vez primera se
dio cuenta de que Pedro no solo había engañado a todos sino a ella misma. Sí,
ahora lo veo es un ególatra y todo lo que hace, lo hace con postureo.
Pedro, meditó unos segundos,
antes de marcar en su móvil el número de Pablo, tras tres toques de llamada
escuchó la voz de su interlocutor. ¡Dime Pedro!, ¡Pedro!, ¡Pedro!, estás ahí
dime.
Su cobardía le había superado y colgó el móvil.
Septuagésimo primero día de la
alarma sanitaria. Pedro parado de
larga duración.
En muchos hogares de España tras setenta y un días de confinamiento sin entrar un euro en casa hoy toca hacer recuento en la despensa para racionalizar provisiones. Porque lo malo de las casas modernas es que no hay ni ratas para llevarse a la boca.
¡Debes volver!
Acabábamos de venir de su consulta. Pero de camino a casa debí de empeorar.
Era solo un niño, tendría unos nueve o diez años.
Cuando volvimos de la consulta, mi madre me metió en su cama, me arropó y
me dijo que iba por las medicinas que me había recetado, llamó a mi abuela para
que estuviera pendiente de mí, le pidió que no se moviera de la cabecera de la
cama.
Mis recuerdos solo se limitan a ser consciente de que convulsioné, cerré
los ojos y sentí que rodaba por una larga pendiente que se abría en un profundo
abismo. ¿Descendí?
Más tarde supe que el médico dijo a mis familiares, que si no despertaba se
fuesen preparando para lo peor.
Yo no puedo recordarlo, solo tengo como referencia que sería sobre la doce
de la mañana cuando llegamos a casa. Lo sé porque mi abuela siempre rezaba una
oración a esta hora, me contaba que era el Ángelus, la hora en que el Espíritu
Santo le anuncia a María que será la Madre del Hijo de Dios.
Sí, estoy seguro, mi madre acababa de irse, y a pesar del fortísimo
dolor de cabeza que sentía, fue cuando escuché el rezo de mi abuela. Oí su
grito desesperado, o acaso era el mío cuando me veía precipitarme al profundo
abismo que irremediablemente me vi caer.
La luz de la mañana que entraba por la ventana e iluminaba el dormitorio de
mis padres se apagó como quien apaga una lámpara, todo era oscuridad, silencio
y paz. Extrañamente tras el sobresalto del temor de que me iba al fondo de un
tajo, sentía paz, una paz como no había experimentado ni mis cortos años de
existencia.
Gritos, llantos desesperados de mi abuela, de las vecinas, que acudieron a
socorrerla, de mi madre que había vuelto precipitadamente de la farmacia. Voces
del médico y la enfermera que habían venido raudamente a la llamada de auxilio
por mi estado. Yo los oía, no entendía a qué tanto alboroto, me sentía bien, no
me había dañado al caer a ese precipicio, sentía paz una enorme paz y la luz
volvió, más blanca, más radiante, más potente, casi dañaba mis ojos tras los
momentos anteriores de oscuridad.
Allí estaba mi abuelo materno. No estaba solo, había más personas con él
que no reconocí. Hacía veinticinco años que había fallecido, le había visto
solo en la foto medio amarillenta que mi abuela tenía colgada en su dormitorio
y debajo de ella una pequeña repisa en la siempre había un vaso con una flor y
una vela que solo encendía por el día de los difuntos. Me abrazó sentí su calor
¿o no? En mi visita el médico me había diagnosticado que tenía una pulmonía y
de ahí que tuviera una fiebre tan elevada. Oí su voz, ¿o no?
Me sentía muy turbado pero estoy seguro que era una voz diferente de todas
las voces que había en la habitación. ¡Debes volver! ¡Debes volver! ¡Aquella
luz te guiará!
La luz que me señalaba era blanca muy blanca quizás menos potente que la me
rodeaba en ese momento, no molestaba al mirarla, y caminé hacia ella, me paré
volví y le pregunté. ¿Tú no vienes, abuelo? No, pequeño, aquí es mi lugar.
Habrían pasado seis o siete horas. Desperté ¿o volví? En realidad no lo sé.
La luz de la lámpara de bronce del dormitorio estaba encendida. Tenía seis
brazos que portaban seis bombillas de vela y todas proyectaban su luz al techo,
iluminando suficientemente la habitación, las cortinas de la ventana corridas a
ambos lados, dejaban ver tras los cristales que la tarde declinaba y que las
sombras de la noche no iban a pesar a los allí presentes, pues radiaban
felicidad, cuando abrí los ojos. Y pedí beber agua.
¿Desperté?, o ¿volví? Solo sé que para mí fue un tránsito de un estadio de
fiebre alta, tos, respiración acelerada, dificultad para respirar, ruidos crepitantes
en el pulmón, pérdida de apetito, vómitos debido a la tos o por tragar
mucosidad, sensación de malestar y turbación, dolor abdominal. A un remanso de
paz. Mucha paz. Un tiempo que yo viví en lo que creí fueron unos minutos y para
mis familiares fueron horas de incertidumbre y miedo y ciertamente
trascurrieron más de seis o siete horas.
Solo quizás ahí esté la razón de cuando digo que la muerte es el final feliz.
Duda
Se empeñaba en luchar contra sí
mismo, su tristeza y su furia le abocaban al dramático infierno que era su día a
día. Condenado a que su inquietud y sus fantasías le alejasen de su realidad,
su contradicción era que sus mentiras ocultaban sus verdades.
Su vida se había convertido en una
gran mentira sobre sí mismo, había creado una realidad paralela a quien era
realmente. Había acabado por creerse que era quien decía que era. Ese personaje
que había creado para sentirse más seguro de sí mismo le estaba anulando a él,
de tal manera que ya era imposible ser quien era, y se veía en su soledad con él,
hablaba con él, e intentaba justificarse porque había tomado la decisión de
abandonarse a sí mismo para creerse ser otro.
No era por prestigio ante los demás,
no era por reconocimiento, no era por vanidad. Era porque él se consideraba que
no era nada, sólo aparentar ser alguien que él pudiese manejar con un estereotipo
predeterminado, le hacía sentirse seguro. Su inseguridad era tal, que su vida
la basaba en una mentira por él creada, sólo así consideraba que ésta tenía
algún sentido.
Quizás lo único que valoraba de sí,
era su poder de convicción y su personaje había resultado creíble para todos,
amigos, familiares vecinos. Pero cuanto más se creía ser quien decía que era,
más se odiaba él, sabía que estaba llegando a un punto de no retorno, si su
personaje le superaba acabaría sucumbiendo.
Pensaba no en eliminar al personaje que había creado, sino eliminarse el mismo, no se daba cuenta que eso no acabaría con su mentira frente a los demás, sembraría la duda de cómo podía haber acabado así él, un tipo que para nada parecía tan débil. Los dos eran uno sólo, pero quien se veía sometido era quien tenía en sus manos todo el poder, debía estar en plenas facultades mentales para ejercer el derecho que le asistía de ser libre y no verse sometido al expolio de sus propias mentiras.
Los días, las semanas, los meses
los años transcurrían y todo seguía igual, sólo cuando se enfrentaba consigo
mismo se daba cuenta de que su vida era una espiral de sueños que día a día le
alejaba de sus ilusiones para enfrentarse a su realidad, entonces volvía a
necesitar ser quien decía que era, no quien en
realidad era. Volvía su personaje a dominarlo a sucumbirle a la opacidad
en la que se había convertido su vida.
No podía enfrentarse siempre al
dilema de ser o no ser. Pero sin duda para todos, él era el que decía ser,
aunque sabía que sólo era una sombra de quien decía que era él. Siendo así ¿qué
malo había en ser en quien se había convertido?, ¿por qué siempre luchaba hasta
consigo mismo?, ¿por qué dudaba de ser quien había fingido ser, habiendo
conseguido ser quien había dicho ser? Así navegaba inocente en sus propias
mentiras, pero éstas eran como un vómito que le ahogaba cuando se rebelaba por
su cobardía, de esconderse para ser quien decía ser.
Como en un libro de papel de fumar, en su vida ya había arrancado la hoja roja. Si toda ella había sido una mentira quedaba poco tiempo para hacerse valer pero ya estaba acomodado, ya no sabía quién fue, quien podría ser o quien debía ser. Había soportado tanto, se había enfrentado tanto consigo mismo, nunca nadie lo había juzgado tan duramente como lo había hecho él, pero pensaba que todo estaba escrito, quizás pudo elegir otro camino pero hubiera terminado igual, a fin y al cabo ¿no somos marionetas de destino? Pensó, mientras se dejaba caer al vacío desde el octavo piso dónde vivía.
El fantasma
La primera vez que lo vi y lo sentí. Salí de la cocina al pasillo me pareció como si una corriente de aire helado recorriera el mismo, ya en el salón el frío aún era más notable, todo el piso estaba cerrado no era explicable así que lo achaqué a que no me encontraba bien, por la mañana había tenía fiebre.
Encendí la calefacción y me senté en un sillón y me dispuse a leer un
libro, sentí aire cálido sobre mi cabeza y la sensación como si alguien
estuviera detrás de mí, la verdad es que me quedé paralizado giré mi sillón y
vi claramente una figura humana que parecía como de humo y se difuminaba.
Lo vería muchas veces más, no solo en mi primer apartamento donde me fuera
a vivir cuando me casé, sino también en los diferentes pisos donde he vivido
durante estos más de treinta años que llevo casado. Es un fantasma, sí, no sé
por qué, pero desde que lo viera por primera vez, ya nunca me ha abandonado. A
estas alturas no me da miedo, suelo sobresaltarme, sobre todo cuando me levanto
al servicio en la madrugada para no hacer ruido ni molestar no enciendo ninguna
luz, su blanco resplandor me permite ver suficiente en la oscuridad de la casa.
A veces en un alarde de valentía le hablo, pero nunca he obtenido respuesta
supongo que si alguna vez contestara igual saldría corriendo, pero me siento
reconfortado cuando le digo: “supongo que no todos tenemos un fantasma en casa,
si tú estás aquí y vienes a donde me mudo, será porque nos hemos tomado cariño.
Yo no me asusto y tú o me aprecias porque fuiste o eres alguien de mi vida
pasada o futura o esperas que algún día como esos que a veces se me eriza tanto
el vello que siento hasta convulsionarme acabe por temerte”.
Yo quiero creer que era mi abuela Josefa a la estaba muy unido, de ahí que
no tiemble cuando siento su presencia, eso si la piel de gallina no puedo
evitar que se me ponga cuando sé que está cerca. A veces el aire frío que
siento a mi alrededor, otras el ruido de unos pasos cuando todos estamos sentados,
otras veces cuando sentimos como si todos los platos del platero cayeran al
suelo y acabaran rompiéndose. La primera vez corrí hasta la cocina temiendo que
se hubiesen descolgado los muebles de arriba e incompresiblemente sentimos el
ruido, pero no había ocurrido nada. Ahora ya sin moverme del sillón solo digo,
¿por qué estás enfadado he hecho algo que no te agrade? Entiendo que cuando
hace esto debe estar molesto por algún comportamiento mío que no le gusta.
Sé que por alguna razón tengo la percepción de que está ahí de que me acompaña. Podría decir que creo sinceramente que en dos ocasiones me ha salvado la vida, pero esto es un convencimiento mío tan particular que por otro lado mi fe me dice que si aún estoy aquí es que no ha llegado mi hora.
El libro rojo
El
anhelado libro que mi abuelo siempre llevaba consigo, tiene catorce centímetros
de alto por nueve de ancho y un grosor de algo más de un centímetro, está
encuadernado en cubierta rígida de piel reciclada de un color rojo granate,
posee cinta marcador y cierre con goma elástica, y unas ochenta hojas.
¿Qué era lo que le hacía que fuera tan codiciado
por todos? lo supimos solo cuando mi abuelo falleció, bueno en realidad, solo
yo lo supe. Tuve que decirles que solo eran pensamientos de él.
A
lo largo de su existencia, él creo ese halo que le hizo ser objeto de deseo de
todos. Mi padre y sus hermanos se disputaban quien se haría con el libro que llevaba a todas partes y que siempre estaba en
su poder. Era llamativo que también sus nueras quisieran hacerse con él.
Cuando
estaba con mi tía María lo abría leía una frase y sonría.
-¿Que
le ha hecho gracia Manuel? Me gustaría leer esas anotaciones que pone en su
libro. He observado que a veces escribe en él cuando está solo, y muchas otras
como ahora coge su libro y aun estando en compañía y lo relee.
-Hija
la soledad no es buena compañera, por eso que escribo aquí esos sentimientos de
tristeza o melancolía por la falta de mi esposa.
-Deben
ser reflexiones muy agradables para hacerle sonreír a releerlas. Usted no dude
en venir a visitarme siempre que quiera estaré encantada de hacerle compañía.
Con
mi tía Rosi, leía una frase y su cara se volvía rígida, hasta le temblaba el
labio inferior, ésta le recriminaba su actitud en tono desafiante y le decía:
-¿Por
qué le ha cambiado la cara? ¿Por mí o por lo haya leído en ese maldito libro?
-Cerraba
el libro, y le respondía
-Hija
no hay refrán que no sea verdadero.
-¿Es
un libro de refranes ese endiablado libro por el que sus hijos andan peleando
como si fuesen a obtener una gran fortuna por él?
No
quisiera yo que pelearan por él, es solo un libro y no pone nada que no
conozcáis
Pues
yo, para que le voy a negar estaba interesada por el libro, pero creo que no
vale la pena me puede quitar de la lista. Eso sí no se olvide dejarme unos
olivillos serán más de valor que ese dichoso libro.
Con
mi madre era diferente abría el libro por el final donde no había nada escrito,
las página estaban en blanco, porque en realidad todo el contenido que tenía
estaba escrito por el abuelo, escribía con pluma. Utilizaba una estilográfica
datada del 1929.
-¿No
tiene nada escrito ahí Manuel?
-No
hija, no tengo prisa por acabarlo me siento tan bien aquí, que no quiero que
llegue el final.
-Bueno
supongo que para todo llegará su tiempo.
-Me
temo que sí, hija.
Mi
padre tenía dos hermanos, él era el mayor de todos y ese hecho le parecía a él
que le daba ventaja sobre los demás, pero también es cierto que nunca le había
gustado leer, a pesar de que mi madre era una lectora empedernida y en casa
teníamos una extensa biblioteca que supera los mil libros. Según ella los había
leído todos.
Yo
por mi parte contaba con tan solo doce años, al igual que mi madre leía
bastante y quizás por ello me había llamado la atención el libro. Como no,
también su pequeño tamaño, su color, el mimo con el que el abuelo lo acariciaba
antes de abrirlo al sacarlo del bolsillo interior de su chaqueta donde siempre
lo llevaba consigo y lo más curioso esas páginas en blanco que aún restaban por
llenar de escritura y que siempre me decía, cuando lo acabe será el final.
-Pues
claro abuelo, solía decirle
-Él
sonreía y decía no, no me refiero al libro. Cuando escriba la última hoja
dejaré este mundo.
-¿A
dónde irás abuelo?
-No
lo sé. Quizás a encontrarme con la abuela
-La
abuela está muerta, quiere eso decir que tú te vas a morir
-Claro
pequeño, todos moriremos, así es la vida, vivimos y morimos. Me decía sonriendo
-¿Tú
no le temes a la muerte abuelo?
-La
muerte no es más que ciclo que cierra nuestra vida, lo ocurre es que ésta nos
asusta tanto que no caemos en la cuenta de que quizás sea tan importante como
la vida.
Habían
pasado más de dos años desde esta conversación con mi abuelo, y ahora estaba
allí en aquella sala, donde se encontraba mi madre, mis tías y algunos
familiares que solo veía en contadas ocasiones, las lágrimas corrían por mis
mejillas, mirando a través del cristal que separa la sala de la cámara
frigorífica donde yacía el cuerpo de mi abuelo. Recordé el libro. ¿Estará en el
bolsillo de su chaqueta? ¿Lo tendrá mi padre o mis tíos? Las preguntas
asaltaban mi mente. Me volví y casi gritando dije: El libro, el libro de
abuelo, quiero el libro del abuelo me lo ha dejado a mí.
Todos
me miraron sorprendidos, cierto es que
nadie había reparado en el libro, el abuelo había muerto esta mañana, yo me
había marchado ya a clase, él me despidió con un beso, y me dijo: hoy tengo
algo para ti.
Llevaba
varios días que no se encontraba bien y se había venido a nuestra casa hasta
que se recuperarse, al parecer, se sintió indispuesto y se retrepó en la silla,
pero ya era irreversible, su cuerpo no respondía y aunque se avisó rápidamente
a la ambulancia para su traslado al hospital, el derrame cerebral que sufrió
fue tan brutal que éste la causó la muerte.
Tanto
mi madre como mis tías recriminaron mi actitud, pero me mantuve firme y aunque
ahora lloraba a moco tendido, dije:
-Mamá
tú lo oíste él dijo que hoy tenía algo para mí, y no puede ser otra cosa que el
libro.
-Es
mejor que se lo lleve el abuelo, tus tíos también lo reclaman para sí, y no
debería ser motivo de discordia, dijo mi madre.
-A
mí me da igual dijo mi tía María, si lo quiere el chiquillo porque no dárselo.
-Por
mí se puede ir al infierno con ese puñetero libro, musitó entre dientes mi tía
Rosi.
Mi
madre que la había oído le dio un codazo que le hizo genuflexionarse del dolor.
-Está
bien ve y díselo a tu padre él sabrá lo que hacer.
Sí,
tengo el libro. La última página tenía la fecha de la mañana del día en que
falleció y solo es para decir que el libro es su voluntad que sea para mí, con
una condición nadie más puede leerlo, no al menos hasta que yo conozca el
significado de cada frase.
No,
creo haber mentido cuando me ha preguntado mi tía Rosi si dice de ella algo el
libro. Les he dicho a todos que no habla
de ellos, solo son reflexiones, claro que aún soy pequeño para entenderlo bien
pero seguro que a mi tía no le habría hecho gracia saber que de ella decía:
“hijos que casé con el demonio emparenté”. Claro que ahora no puedo decirle a
mi tía María que de ella decía que era un ángel que siempre que estaba con ella,
le hacía sonreír y sus horas de soledad le eran más llevaderas, sabiendo que
ella se sentía gustosa con su compañía. A mi madre me hubiera gustado poderle
decir que pensaba que se parecía a su esposa, por eso habría el libro delante
de ella con las páginas en blanco, porque necesitaría muchos libros como ese
para comparar sus virtudes y también sus defectos que al parecer hasta en eso
coincidían.
De
sus hijos decía que eran su tesoro más valioso, eran talentosos y juiciosos. A
mí me había dedicado una frase: “Importa mucho más lo que tu pienses de ti
mismo, que lo que los demás opinen de ti”.
El
libro contiene ciento sesenta pensamientos. No, no es un libro para leer, es un
libro para razonar sus reflexiones, cada día intento analizar una frase. Le he
llamado el libro de la vida.
Entre
esta primera frase: La vida es una espiral de sueños que día a día nos aleja de
nuestras ilusiones para enfrentarnos a nuestra realidad. (Autor mi abuelo). Y esta última: Lástima que
cuando uno empieza a aprender el oficio de vivir, ya es hora de morir. (Ernesto
Sábato).
El
libro hace el recorrido de toda una vida, que no es exclusivamente la suya,
puede ser la tuya, la mía o la de todos aquellos que se acerquen a la lectura, ya
que lo que es evidente es que lo que le debemos al juego de nuestra imaginación
es incalculable (Carl Gustav Jung).
Pero sin duda lo que yo le debo a mi abuelo el enseñarme amar a los libros y ha sido el camino que me ha llevado al aprendizaje, y por qué no, a hablarles del libro rojo de mi abuelo. Solo cuando haya asimilado su contenido, les desvelaré su contenido.
El repartidor de saludos
Acababa de llegar del psiquiatra, me ahogaba en casa, me puse ropa deportiva y salí a caminar. Hacía días que sentía esa sensación de pérdida de los sentidos, a veces temía que me fuese a desplomar. Me acaba de suceder sentado en el sofá y no estaba dispuesto a morirme solo, encerrado entre las cuatro paredes de mi modesto apartamento.
Corría una ligera brisa y eso alivió mi sensación de agobio, esa desazón
que sentía, igual no era nada físico quizás solo era la pena que me embargaba
pero de pena también se muere, por la pena te dejas arrastrar a un sufrimiento
que acaba reflejándose en molestias evidentes que se hacen ciertas físicamente.
El aguijón de mi angustia lo sentía en mi débil corazón, años atrás había
sufrido un infarto y ahora cualquier elemento que alterase mi inconsolable vida
era la parte más vulnerable de mi organismo. Quizás se resistía a seguir
latiendo, yo, al fin y al cabo ya era una causa perdida.
Feo, bajito, rechoncho, sombrío, cualquier apelativo que se utilizara para
herir la autoestima de una persona se me habían asignado desde mi triste
infancia, aunque bien mirado no se podría decir que en general fuese un tipo
desagradable dado que las otras cualidades que poseía locuaz, dicharachero,
intuitivo e instruido, no se tenían en cuenta, y podrían aminorar
las anteriores citadas.
No, no estoy justificando lo que hice, hice lo que tenía que hacer, unos
dicen que el destino está escrito, otros que lo marcas tú mismo con tus
decisiones, otros simplemente somos como hojas que lleva el viento, nos dejamos
conducir.
Que fuera lo más cómodo no lo voy a discutir, porque es una disquisición
que no nos llevaría a nada, jamás podríais entender lo que hice
salvo que estuvierais en la misma situación y esa es distinta en cada uno, ya
que somos seres polisémicos. En absoluto haríais yo lo hice en ese momento,
aunque vivierais la misma situación, cada cual la afronta según parámetros que
los técnicos definirían como su yo, o su ello.
¿Cobardía?, habéis dicho cobardía. Jajaja. Provocarse la muerte a uno mismo
no es de cobardes, hay que ser muy valientes. Bueno tampoco tengo porqué
convenceros de ello. Dejadme que os cuente que ocurrió.
El psiquiatra se recostó en su sillón giratorio, me pareció un gesto
desafortunado, parecía como si estuviese aburrido, escuchando lo que le estaba
contando. Le pagaba cien euros que no me podía permitir por cada sección de
poco más de cuarenta y cinco minutos y el tipo se reclinaba en su sillón quizás
pensando, mi es trabajo soportar a pirados de estos que se creen el ombligo del
mundo y que si no se sienten arropados piensan que se le están ninguneando.
Tantos complejos juntos en un solo tipo ya no tienen arreglo. Me pareció verle
sonreír. Esto ya me pareció el colmo.
Callé durante un periodo que se hizo eterno. Había leído alguna vez que el
último que habla pierde, así que el silencio se hizo pesado en la sala.
Por cierto era una habitación de su casa la que había habilitado para
consulta y otra para recepción de los maniáticos que como yo íbamos a
visitarle. En la consulta lo más destacado era la librería que forraba todas
las paredes y estaba repleta de libros, excepto aquella donde un enorme
ventanal daba a una avenida de las principales de la ciudad. Otros elementos
con el diván y el sillón giratorio junto al mismo y una mesa donde había un
ordenador portátil una impresora y una carpeta abierta que contenía el
expediente sobre mi caso, constituían todo el mobiliario de la misma.
Háblame Juan, yo estoy para escucharle, desahóguese, solo podré ayudarle si
me cuenta aquello que le ata a su sufrimiento. Aunque como ya le he comentado
en otras ocasiones solo de usted depende liberarse de aquello que le aflige. No
soy un traumatólogo que coloca un hueso en su sitio, escayola, y en unos días
retiramos el yeso y nuevo. Es usted quien debe poner de su parte.
Seguí callado, este tipo se estaba burlando de mí, me cobraba un pastizal y
mientras yo le hablo él parece estar ausente, yo diría que contando mentalmente
el tiempo que pasa para despedirme como siempre lo hace. Ese día lo que hizo
fue diferente, no digo que fuera también determinante a la causa que me llevó
hacer lo hice, solo que fue distinto como me despidió.
Juan han pasado los cuarenta cinco minutos, solo tú sabrás valorar el
tiempo, hemos progresado o no, hoy me han gustado tus silencios, son momentos
de reflexión que debes hacerte. Nos vemos la semana que viene. María te dará
una receta, cambiaremos la medicación, más liviana veo que controlas tus
arrebatos, el primer día no callabas, era casi imposible seguirte y te
deprimías fácilmente. Hoy vamos por el buen camino.
No sabía muy bien que hacer si saltar de alegría del diván donde estaba
recostado o cogerle del cuello y apretárselo fuertemente hasta arrancarle la
cabeza del cuerpo. Por fortuna me levanté extendí mi mano y le dije quizás no
nos volvamos a ver, (bueno sí esto lo dije tan imperceptiblemente que no lo
debió escuchar), de haberlo hecho ahora no estaríais aquí leyendo esto. Igual
tampoco estáis, pero eso a mí ya me importa poco.
María era una chica morena, delgada, pelo largo, ojos grandes, de color
marrón y una sonrisa encantadora su timbre de voz resonaba en mis solitarias
noches en mi cabeza, llamándome para quedar para salir. Me despertaba
malhumorado sabía que no iba a ocurrir en mi vida, lo peor era que ni yo mismo
me atrevería a pedírselo nunca, pensando lo que sufriría si fuese rechazada mi
petición.
Me sentía cohibido delante de ella, hacía ímprobos esfuerzos por mirarla a
la cara, me cautivaban sus ojos, me veía besando su boca atraído por la
blancura de sus dientes. Volví inmediatamente a la realidad al escuchar su voz.
Son cien euros, en efectivo o con tarjeta.
Con tarjeta tartamudee.
Mientras tecleaba el número secreto no dejé de mirar la cara de ella
y me atreví a preguntarle ¿te apetecería tomar una copa conmigo cuando salgas
de la consulta?
Sonrió.
Gracias Juan, debo ser sincera contigo, eres muy amable pero no puedo salir
con clientes.
Era tan absurda la respuesta que no pude por menos decirle, ¡vaya! Supongo
que muchos chiflados como yo te lo habrán pedido y de ahí que tu jefe haya
impuesto esa regla a su recepcionista.
Sonrió, pero inmediatamente cambió el rictus de su cara y me dijo:
Lo siento no eres mi tipo, no querría darte esperanzas de algo que no va a
suceder.
Salí precipitadamente, y no puede evitar derrumbarme en el ascensor que me
bajaba de la sexta planta donde se encontraba la consulta hasta el portal del
edificio.
Caminé el largo trecho que me llevaba desde la consulta hasta mi casa,
anduve los siete u ocho kilómetros de distancia, abstraído en mis pensamientos,
de mis ojos apenas brotaban lágrimas y aunque éstas eran escasas por mis
mejillas corrían saladas para desembocar en mis labios, ahogándome en mi pena
amarga.
Loco, casi loco y perdido, llegué a casa me tumbé en sofá y empecé a
sentirme mal. Sí, era esa pérdida de los sentidos, es como si se me fuese la
cabeza, no es una sensación desagradable siento como que flotase pero si
perdura me agobia, temo desvanecerme.
¿Miedo a morir? No, no tengo miedo. La muerte es final feliz. Mi
vida solo es una espiral de sueños que día a día me aleja de mis ilusiones para
enfrentarme a mi realidad.
Salí a la calle, corría una ligera brisa, me sentí aliviado, por ello me
reafirmo en que no fue pensado, las cosas pasan por alguna razón, alguna causa
que nos guía, el fin y los medios se nos vienen dados, el por qué no lo
sabemos, a lo peor solo cuando ya es tarde comprendemos nuestros actos o mejor
dicho las causas y efectos que originan nuestras acciones.
Caminaba despacio, saludaba todos los que pasaban por mi lado.
¡Hola buenas noches!, si el saludo iba dirigido a un señor. ¡Buenas
noches!, más sobrio si era una mujer, no están los tiempos para que puedan
pensar que obras con oscuras intenciones simplemente por saludar.
Nadie, absolutamente nadie de todos los que pasaron a mi lado me respondieron.
Era imperceptible para todo el mundo. Se acercaban un grupo de tres o cuatro
mujeres que caminaban juntas vestidas muy elegantemente como si acabasen de
salir de una fiesta.
¡Buenas noches señoras! Dije.
De nuevo no obtuve respuesta, seguí caminando y grité: “estoy practicando
para hombre invisible y se me da genial”. Oí el llamado que me hizo una de las
señoras que acaba de rebasar y que como dije saludé, e interpelándome me gritó
en un tono desabrido: “Yo le conozco a usted de algo”. Trágame tierra dije para
mí, al mismo tiempo que oía a otra de las señoras que acompañaban a la que me
había hablado, decir: es un loco.
Sí, dije, soy un loco y a los locos no nos toman en serio. Dicho esto salté
a la calzada.
Yo sí vi venir el autobús que acaba de arrancar de una parada
próxima, pero el conductor estaba conversando y dándole el cambio al último
viajero que había subido, una chica monísima que le había llamado la atención y
por ello no se percató de mi presencia, solo cuando ya era inevitable
atropellarme, aunque pudo frenar, ya era demasiado tarde.
Cerré los ojos y deseé estar ahí. Anhelaba acabar con todo aquello que me
consumía, que me hacía un desdichado. Solo pensaba que la muerte es el final
feliz.
Se ha arrojado al autobús gritaron. ¿Dónde está?
Por suerte nadie de los allí presentes tuvieron que pasar por el trago de
ver mi cadáver, pienso que realmente ni me vieron antes, el impacto fue tan
brutal que me desplazó unos quince metros y caí en una zanja a la que un camión
hormigonera arrojaba hormigón para taparla. Gritaron a los obreros que parasen,
pero era demasiado tarde, los dos metros de profundidad de la zanja por no más
de seis metros de largo, rápidamente quedaron cubiertos de hormigón H30. Un tipo
de hormigón rápido con un preparado acelerado que en dos horas fragua. Para
cuando llegase el juez de guardia a levantar el cadáver ya sería parte
indisoluble de la zanja que había en un tramo de la calzada.
¿Qué ha ocurrido?
Las versiones eran tan contradictorias.
-Nos ha parecido ver-
-Creo que hemos visto-
-No sé-
Igual solo ha sido una aparición determinaron todos.
El autobús continuó su marcha, los obreros, continuaron con la obra a la
que solo le faltaban dos días para acabar la misma, sopena de ser sancionados
por no acabarla en el tiempo requerido.
La mujer que me habló, sí, aquella que me dijo si ella me conocía de algo,
bromeaba con sus amigas, os dije que no tomáramos más gin tonic.
Tan solo ha sido cuatro o cinco los que nos hemos tomado dijo otra.
Pues ya habéis visto como hemos acabado, viendo visiones.
Al pasar por la puerta de un concurrido Pub la estridente música que había
en su interior dejaba oír fuera nítidamente la letra de una canción. El rictus
de una de ella se volvió totalmente lívido siendo desapercibido por sus amigas
que tarareaban la misma.
Repartiendo
saludos
voy por la vida
buenas noches señora
buenas noches señora
hasta la vista.
El suelo es mi lecho……
Entremos, tomemos una última copa antes de marcharnos a casa dijo ésta recomponiendo su cara forzando una enorme sonrisa, hay que seguir bebiendo hasta que la realidad se confunda con la imaginación.
En un lugar de la Mancha
La fascinación que me producía
mi trabajo como viajante no solo era por la posibilidad de conocer a gentes de
distintos lugares de las cuales adquiría conocimientos y costumbres que para mí
eran desconocidas, también era por la cantidad de pueblos que llegué a conocer
en mis años de trabajo recorriendo Castilla la Mancha, Extremadura, Andalucía,
Galicia, Madrid, Valencia. Un extenso itinerario que me cautivó principalmente
en pueblos como Campos de Criptana, Consuegra, Alcázar de San Juan, Tembleque y
Mota del Cuervo, por citar aquellos donde puedes imaginar a D. Quijote luchando
con imaginarios y peligrosos gigantes que a él se le antojaron enemigos y no
eran otros que molinos de viento.
En lo cerros de los distintos
pueblos podrás ver los molinos como en el caso de Tembleque, donde solo se
alzan dos, pero en Campos de Criptana, si acabas de venir del Toboso y tras
visitar la casa de Dulcinea verás el escenario donde el Ingenioso hidalgo D. Quijote
de la Mancha se enfrentó a los gigantes. Aquí los diez molinos que se extienden
por el cerro, llegándose a mezclar con las luminosas casas blancas del pueblo
que suben hasta lo alto del mismo y las casas-cuevas que puedes visitar, te
llevan a imaginar un mundo mágico que quizás ni era el de un tiempo pasado ni
mucho menos pertenece al actual.
Mientras degustaba en el
restaurante cueva la Martina, un lugar encantador donde los haya, en un entorno
excepcional en plena Tierra de gigantes, en esta sierra de los molinos, en
Campos de Criptana, un primer plato de migas manchegas y un segundo de
chuletitas de cordero regadas de un buen vino manchego. Un vino reserva 2016
que según me comentó el sommelier, reposa en cuevas excavadas con la finalidad
de conseguir sabores más afinados y proteger el vino de las inclemencias
meteorológicas y agentes externos.
Éste concretamente es
proveniente de la cueva más grande de las seis que se pueden visitar en
Valdepeñas. Me apuntaba.
Lo cierto es que yo intentaba
evocar parte del capítulo VIII de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo D.
Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, titulado “los molinos de
viento”.
-Ellos son gigantes decía El
Quijote a su fiel escudero Sancho, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en
oración mientras yo entro con ellos en desigual batalla.
-¡No huyáis, cobardes y viles
criaturas; que un solo caballero es el que os acomete!
Y diciendo esto, y
encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal
trance le socorriese, con la lanza en ristre, arremetió a todo galope.-
¡Válgame Dios! Ver gigantes
donde solo hay molinos, estaré delirando dije para mí, pero es que con el
estómago vacío, y el encanto de estos pueblos que he visitado, me he creído D.
Quijote, solo me ha faltado Rocinante y mi fiel escudero Sancho.
Con tan exquisitos manjares,
he dado buena cuenta de la botella de vino y no parece que aún haya vuelto en
mí, sigo anclado creyéndome en el siglo XVI y lo que es peor pensando que fui el
ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, siendo tal testarudez un disparate
ya que como es sabido éste era un personaje literario.
-Mira, Sancho dije en voz
alta, prueba este excelente vino, bebe conmigo amigo, que de seguir solo dando
cuenta de la botella, terminaré embriagado.-
¿Le falta algo señor? Me dijo
el ventero que a mi mesa se había acercado.
Traiga una copa, para mi amigo
Sancho, dije sin reparo.
Quizás no deba beber más. Me
dijo con descaro.
Repórteme la factura, le pago
esta y tantas como yo quiera, que mi faltriquera está llena, no se vaya a
pensar que me voy a ir sin saldar mi cuenta.
No, no es eso señor es que
quizás no debiera, puede que ya se le haya subido a la cabeza.
Cuide vuestra merced sus
palabras, no vayan a costarle la vida. Que a un hidalgo señor no se le
vilipendia sin que reciba su castigo quien le denigra.
Le traeré un café que no
pondré en su cuenta, así daremos por zanjada esta afrenta, dijo el ventero
dándose la vuelta.
No he temer a hombres si me
enfrenté a gigantes, dije mientras vaciaba lo que quedaba en la botella a mi
copa.
Mientras inicié un monólogo
que podían oir los comensales de la mesa de al lado.
-Sancho amigo, tenemos
aventura, doy por bien empleada la jornada, hoy ha sido un día largo, pronto
llegaremos al Toboso, donde Dulcinea está aguardado nuestra llegada. Hemos
visto los gigantes, que se han rendido, inmóviles a mi paso no se han atrevido
a mover su brazos, quietos y fijos y mira por donde hemos sabido lo que se
encierra en esta cueva donde la comida es buena, y el vino es el mejor caldo de
esta tierra-.
¡Oh mi princesa y señora
Dulcinea del Toboso!, reina y princesa de la hermosura vuestro magnánimo corazón reciba de buen
talante a este caballero andante, a quien llaman de la triste figura.
Bebe mi buen amigo Sancho
¿Sabes que imagino Sancho? Que
habré perdido el juicio. Quizás tenga razón el ventero y no deba beber más.
Hasta oigo relinchar a Rocinante.
–Confundiendo el ruido de la
máquina del café al calentar la leche con el relincho de un caballo-
Este soliloquio me está
turbando en demasía.
Vino el ventero, con la
cuenta, el café y una onza de chocolate gentiliza de casa.
El agradable aroma del café
reanimó mis sentidos, dándome cuenta de mi comportamiento molesto, sintiéndome
empequeñecido.
Sin azúcar tomé el café, que
no me supo amargo aunque era un buen café tostado. Vigorizó mi espíritu y volví
en mí.
Llamé al camarero con mucho
respeto, y mientras abonaba mi cuenta dije:
Señor perdone mi
comportamiento anterior, tantos disparates como dije no salieron de mí.
No repare en eso, me dijo mientras me hacía un guiño, sin duda fue el señor de la Mancha. Vuestra merced no pudo sucumbir a rememorar las azañas del ingenioso hidalgo D. Quijote la Mancha.
La biblioteca del abuelo Pedro
El santuario del abuelo Pedro, era su
biblioteca, tenía más de siete mil libros en una habitación abarrotada de
estanterías completamente llenas. También había muchas cajas en el suelo
igualmente repletas de ejemplares, al igual que en una mesa que hacía las veces
de escritorio se amontonaban ingente cantidad de obras.
Nunca dejaba pasar allí a ninguno de sus
revoltosos nietos. Tampoco es que ninguno de sus cinco nietos estuvieran muy
interesados en entrar, salvo Jorge el más que pequeño, que aunque sólo tenía
diez años había salido al abuelo y ya le entusiasmaba a leer.
Hoy era su cumpleaños. Aunque había
recibido un montón de regalos, apenas les había prestado más atención que
la requerida cuando abría los mismos, habiéndolos dejado sin mayor preocupación
en su cuarto.
Andaba por la casa nervioso y
expectante, así pues el abuelo le preguntó:
¿Te encuentras bien Jorge?
¿No te han gustado los regalos?
Si abuelo, solo es, que esperaba un
libro.
¿Cómo es eso? Dijo su abuelo.
La Semana pasada leímos un cuento en
clase y es mucho más divertido que jugar con un camión o jugar al fútbol.
¡Pero Jorge chiquillo!, eso es lo que
tienes que hacer, jugar y divertirte cuando no estés en clase o no tengas
deberes.
Abuelo, los libros me permiten ser, guerrero,
pirata, futbolista, granjero, y muchas cosas más.
Veo que has comprendido que un libro
no es sólo un montón de hojas de papel. La esencia de un libro es aquello que
nos transmite y nos enseña. Estoy orgulloso de ti.
Ven, dijo el abuelo levantándose de su viejo
sillón y cogiendo de la mano al pequeño.
Fueron al despacho del abuelo, que era como
llamaban en la casa a la habitación de los libros, siempre estaba cerrada
con llave y ésta sólo la tenía el abuelo.
Abrió y pasaron a su interior. Jorge se quedó
fascinado, sus ojos como platos y hasta su nariz aleteaba olfateando el entrañable
olor que emanaban tal cantidad de libros en ese pequeño espacio.
Ve a aquella estantería, dijo el
abuelo señalando al fondo de la pared a la izquierda de la puerta. Coge el
libro que quieras de los que hay en los dos estantes de abajo.
Las dos baldas inferiores estaban
llenas de libros infantiles. Jorque ojeaba los títulos.
La cámara secreta de Harry Potter, la
historia interminable, Amanda Black, los guardianes, Charlie y la Fábrica de
chocolate, abracadabra, el hobbit, los casos de Timmi Tobbson y muchos más.
Le llamó la atención Cuentos de
Ibiza, lo extrajo del anaquel y se lo enseñó a su abuelo.
Perfecto Jorge estoy seguro de que te
va a gustar.
Abuelo, este verano voy a ir a Ibiza
de vacaciones con mis papás.
Genial, seguro que podrás identificar
los paisajes que se describen en el libro.
Y dicho esto añadió el abuelo: Cuando
lo leas, me lo has de devolver, volveremos a entrar aquí y cogerás el quieras, si
tu interés por los libros es como presumo, todo esto será para ti cuando yo
fallezca.
El pequeño se quedó pensativo.
Abuelo quiero todos estos libros para
leerlos y también quiero percibir este olor, y me gustaría que fueran míos, pero
no los deseo si tú vas a morir.
Jorge pequeño moriremos todos,
deseamos que sea lo más tarde posible, no sabemos cuándo hemos de partir, por
eso debemos vivir todos los días de nuestra vida como si fuera el último que
vivimos. Y sobre todo no debemos dejar perder un minuto en buscar ser felices y
hacer felices a los demás. Así como procurar hacer acopio de todo el
conocimiento que no ayude a enriquecernos intelectualmente. Porque solo la
cultura nos permitirá conocer y respetar los valores que deben guiarnos para
vivir en sociedad y lo más importante. Nos hará libres.
El abuelo rascó la cabeza del pequeño y suspiró con entusiasmo percibió que su tesoro estaba a salvo, concluyó que toda su vida que estaba de una manera u otra ligada al copio que había hecho de esos libros. Estos estarían en buenas manos.
La satisfacción es la muerte
Quizás sea mi edad, lo que me
autoriza a decir lo que pienso sin cortapisas o limitaciones, también podría
ser que estoy loco casi loco y sé que a los locos no nos toman en serio.
Repetía una y otra vez que la
muerte es el final feliz. Pero La muerte nos depara sorpresas. A veces llega
cuando no la esperamos o a veces la esperamos durante tanto tiempo que estamos
deseando que llegue. Estaba yo en estas reflexiones, agobiado, cansado de vivir
e incluso pidiendo que la muerte me llegase: “Quiero morirme, si es posible. Quiero
morirme si es posible”, repetía en mi mente día a día. No, no viene al caso
porqué me había abandonado, quizás era porque la vida es una espiral de sueños
que día a día nos aleja de nuestras ilusiones para enfrentarnos a nuestra
realidad. Quizás porque cuanto más te esfuerzas más difícil es ser feliz.
Ocurre que todos esos pilares en
los que asentamos la vida se nos van derrumbando con el tiempo. Cierto es que
todo depende de valor que le demos a esos pilares. Hay psicólogos que apoyan la
felicidad hasta en quince pilares básicos. En realidad solemos simplificarlos
en solo tres: salud, dinero y amor.
¡Ay el amor! Éste es causa de
muchos sufrimientos, según hacia quien lo proyectamos, pareja, hijos, familia, amigos, etc. En la pareja por
ejemplo. El amor podría decirse que es una gran mentira, cuando se es joven es
pasión y sexo, a medida que pasa el tiempo y convives es ternura y cariño, pero
sí de la pasión y sexo no se pasa a la ternura
y el cariño, éste termina por romperse y da paso al rencor y al odio.
En la familia, hijos, amigos, ocurre
que el mundo cada día es más individualista. Solo cuando necesitamos a los
demás estos nos son útiles, después, ya no me acuerdo.
El trabajo es la actividad que
realizamos como deber, contribuye a realizarnos como personas y por él podemos
satisfacer nuestros deseos. ¡Ay el trabajo! Cuantos padecemos estar en
desempleo, muchos no hubiéramos tenido problemas de no haber sido porque
estalló una inesperada crisis: (económica, pandemia, etc.). Pero en el desorden
general siempre la sufrimos los mismos.
La salud, desde un punto de vista
subjetivo puede ser vista como un estado
bienestar o de equilibrio, pero acaso ¿ésta no viene ligada con todo lo
anterior? Así explicamos el concepto “murió de pena”, pues siendo así queda
todo dicho.
Por donde iba, ah sí, esta cabeza
mía, canturreaba quiero morirme si es posible quiero morirme, cerré mis ojos,
la luz de las farolas de la calle entraba a mi habitación, percibía la
penumbra, la oscuridad no era total, intenté dormirme más no me era posible.
Poco a poco como si en un largo pasillo fuesen apagando una a una las luces del
techo, la negrura se hizo patente, me sentía perdido, percibí el miedo, quise
abrir mis ojos más estos nos obedecían, quise mover mi mano para alcanzar el
pulsador de la lamparita de la mesita, más no podía. No, no lograba gritar
aunque mi cerebro todas esas órdenes impartía.
¡Estoy muerto! No, no creo,
pensaba, razonaba e incluso recordaba todo lo que había realizado durante el
día, incluso como había deseado sentirme así. Bueno, así no, quería no tener la
capacidad de razonar, pero esta obviamente continuaba siendo posible para
poderme hacer entender que la vida nos es dada para morir y que morimos cada
día que vivimos, cada hora, cada minuto que vivimos. Es una muerte lenta y
cierta. No morimos pues el día que ponga en nuestra esquela mortuoria.
Me esforzaba por entender todo esto
que se me estaba revelando, pero en mi ofuscación solo veía que si despertaba
toda mi pesadumbre me volvería a afligir. Llegados a este punto caía en la
cuenta de que el poder del razonamiento es lo que nos hace sufrir, no es lo
digan de nosotros, ni mucho menos lo que seamos, simple y llanamente es aquello
que nosotros creemos que somos, muchas veces sin ser lo que verdaderamente
somos.
Seguía sin entender todo este galimatías que bullía en mis pensamientos. Volvieron a mí recuerdos, algunos me hicieron daño, reconstruí otros tantos que había olvidado por mi inconciencia, y surgió una pregunta en mi interior ¿Quién soy yo?, ¿por qué me he convertido en lo que soy, si ni yo mismo me reconozco? Machaconamente se repetían una y otra vez estas preguntas en mi mente, en mi inquietud volvieron a aparecer fantasmas que creía haber superado, pero que claramente veía que no había vencido, solo los había aparcado. De repente comprendía lo que me estaba siendo revelado me daba cuenta de que estoy condenado a ver lo peor de mí mismo, mi tristeza y mi furia. He creado un infierno dramático en el que me empeño en vivir cada día, pero no tengo más remedio que aprender a vivir conmigo, siendo como soy. Sé que todo está dentro de mí, quizás que contradicción, es mi forma de ser feliz. Si me enfrento a mi realidad esta me revela que la magia solo dura mientras persiste el deseo. ¿Despertar para qué?
La soledad de los cementerios
-Aniceto, ¡Qué alegría nuestro cementerio se está llenando de vida y color!, ¿Ha visto cuanta gente está viniendo a limpiar las sepulturas, los nichos, los panteones?, ¡oh cuantas flores nuevas!
-Sí, pero cada vez son menos, Señor Martín.
-Ciertamente, algún día ya no muy lejano esto desaparecerá y lo lamentable es que llegaremos a verlo, la eternidad es mucho tiempo. ¡Nos quedaremos tan solos! Tenía razón aquel poeta sevillano, Bécquer creo recordar que decía: ¡Dios mío que solos se quedan los muertos!. La verdad que estos mausoleos, al igual que muchas tumbas cada vez están más dejadas. Las nuevas generaciones parecen renegar de sus ancestros. Mira la mía misma Aniceto, soy el más antiguo que reside aquí, creo que fue allá por el año 1880 cuando vine. Más no recuerdo desde cuando dejaron de venir mis familiares, la cruz está casi derrumbada y la loza de granito partida, y ¿las flores? hace tantos años que no depositan flores sobre ella, siento que me han abandonado.
-Nos tiene a nosotros señor Martín, y no se olvide que nosotros le tenemos a usted, por ser el primer depositario le elegimos nuestro mandatario, para hacer cumplir las normas que nos regirán aquí hasta el fin de los tiempos.
-Señor Martín además tenemos un grave problema cada vez baja la cifra de los que vienen aquí a realizar el descanso eterno.
-¿Y eso por qué Aniceto?
-Las cifras de los fallecidos aunque menos, no es un dato apreciable en nuestras estadísticas, lo grave está en que de todos ellos, este año solo un cuarenta y ocho por ciento estará con nosotros y esta cifra señor Martín cada año va bajando. El resto han sido incinerados, esta moda está haciendo estragos, cada vez los cementerios se están quedando más vacíos.
¡Joder! a este paso acabarán desapareciendo.
-Ciertamente todos los años fuimos creciendo desde que se inaugurara este Campo Santo, pero la verdad en los últimos veinticinco años cada vez ingresan menos. Viven tan de prisa que quieren tener prisa hasta para dejar su cuerpo terrenal, acaban en cenizas como acabaremos nosotros con el paso de los siglos, pero no disfrutan de este largo reposo. Si supieran lo que se pierden no elegirían la cremación, acaban en una urna que muchos familiares a veces recogen de mala gana y con prisas para deshacerse de la ceniza arrojándola al mar, al campo o vete tú saber dónde, Aniceto.
-Tiene razón Señor Martín; recuerda el vecino que vino el año pasado, dijo que vio a sus hijos tirar las cenizas de su esposa al wáter, estos le habían dicho que habían ido al olivar que tenía en el pueblo. No pudo soportarlo. Su dolor fue terrible al percatarse de tan canallesco acto, que pocas semanas después falleció.
-Bien, basta ya de tanta cháchara Aniceto, ¿cómo van los preparativos para celebrar nuestro onomástica? Para el día de los difuntos, debemos preparado todo concienzudamente. Además antes tenemos que convocar al consejo para renovar algunos cargos y procurar solucionar los problemas que hay pendientes antes de dar la bienvenida a los nuevos no se vayan a pensar que aquí somos tan indolentes como aquellos políticos que rigen su vida en la tierra, si algo hemos aprendido aquí es que tenemos todo el tiempo del mundo para hacer las cosas bien y procurar el bienestar de nuestra comunidad. La eternidad es mucho tiempo, el descanso eterno no necesariamente es signo de pereza.
-Todo está en orden Señor Martín, el único problema que nos parecía más irresoluble era el de la tumba del matrimonio Domínguez que está inundada de agua y muy abandonada, temíamos que fueran a sellarla con cemento dejándoles atrapados dentro, les he dicho que pueden mudarse a mi mausoleo así no estaré solo, y la espera se me hará más corta hasta que Dios me envíe a mi esposa.
-Por
favor Aniceto, no seas impaciente, ni egoísta parece que estás deseando que
venga a hacerte compañía y seguramente ella estará descansando de ti. Jajaja
Eres tan pesado.
-Señor Martín, a usted le consiento esas bromas por tratarse de quien es, pero le ruego que no lo diga delante de los demás, hay quienes me preguntan qué porqué aún sigo solo. Sé que no es mi voluntad ni la de ella pero a veces me asalta la duda, debe de tener unos noventa y cinco años terrenales, no entiendo que apego le tiene a la vida.
-Ves Aniceto, va ser lo que yo te digo, Dios me ha condenado a mí a soportarte aquí y ha liberado a ella de tus manías y tus pamplinas. Pero, está bien lo retiro, no te enfades, pongámonos mano a la obra, dame el listado de los nuevos, deseo conocerlos a todos y darles la bienvenida. Ordenaremos la recepción como siempre cuando acabe la misa de difuntos que como todos los años celebrarán aquí en la explanada del Campo Santo. Primero saludaremos a los más mayores para acabar con los más pequeños.
-Este año señor Martín, solo han venidos dos niños tan pequeños que aún son de pecho.
-Genial, Aniceto, la señora María se hará cargo de ellos hasta que puedan andar y valerse por sí solos, así paliaremos el sufrimiento que padece por haber tenido que dejar a su hijos cuando parió. Aquella infección por culpa de la negligencia de un médico, y ese maldito virus; Covid, creo que lo llamaron, acabó con su vida. Dejaron en su vientre unas tijeras cuando le practicaron la cesárea, que mira que hay ser inútil para dejar una tijeras dentro del cuerpo de un paciente y además fue infectada por el virus en el mismo hospital. En fin por una causa u por otras todos tendrán un final terrenal. Lo cierto es que todos serán llamados. Nadie nacido en este mundo podrá librarse de este ciclo que es la muerte.
-Señor Martín ya lo decía Platón la muerte es un cambio de lugar para el alma y cuando una persona muere, el alma se libera de la cárcel del cuerpo, para después ir al mundo divino y eterno de las ideas.
-Qué razón tenía Platón, Aniceto, la muerte como tú y yo hemos podido comprobar no es algo malo, o algo por lo cual asustarse, ya que simplemente es una transición del alma.
-Aniceto ¿a qué huele?, ¡oh no!, ¿Es lo que me temo?
Sí, señor Martín, mire hacia allí, donde se encuentra el edificio en el que se halla el horno crematorio, ¿está encendido, ve el humo?
Sí, ya lo veo, otro desdichado que están incinerando, lo dicho a este paso nos quedamos solos Aniceto.
Los monstruos que hay en mí
Ha pasado tanto tiempo que no
te he reconocido, te has convertido en un monstruo, (real o fantástico), cuando
era un niño jugaba contigo, te recuerdo con un físico casi humano.
¿Te acuerdas, antes nos lo
contábamos todo?
¿Qué quieres de mí?
Hacía mucho tiempo que no
venías. Yo te creé cuando era un niño y jugábamos cuando mis papás me dejaban
solo, ahora sé que solo eres producto de mi imaginación, ¡pero estás tan
cambiado! Sí, estoy seguro que eres tú, tus ojos oscuros, son los mismos pero
están más hundidos, tu nariz aletea como si necesitaras tomar más aire.
¿Qué te ocurre?
¿Qué eres?
¿Por qué has cambiado?
Ahora no quiero que estés
aquí, no quiero que vengas a perturbarme. ¿O sí?
¿Por qué te has convertido en
un monstruo? Eres tan abyecto.
Ahora me das miedo, tienes un
aspecto que me causa espanto, te ves como un híbrido entre un humano, y un
roedor, de hecho, tus manos, tus patas y hasta tu boca, parecen el hocico de
aquella enorme rata que era mi amiga. Tu tamaño ahora es igual al mío, antes te
veías mayor y no te tenía miedo, sin embargo, ahora me inspiras pavor y
repugnancia al mismo tiempo.
Mis padres decían que tú no
existías que era una fantasía mía, incluso el psicólogo llegó a convencerme de
que había inventado un amigo, sí, quizás tuviera razón, pero entonces no eras
un monstruo. Tú, solo tú, eras mi compañero de juegos, mi único modo de
enfrentarme a mis miedos, a la oscuridad y la soledad de aquel sótano donde mis
papás solían encerrarme, ellos no querían que yo les estorbase cuando recibían
la visita de sus amigos.
Solo eran las noches de los
viernes y los sábados. ¡Fueron tantas!, pero recuerdo que siempre estabas tú
ahí acompañándome. Ahora ¿qué haces aquí? ¿A qué has venido? ¿Por qué?
Dejaste de venir, si la
memoria no falla, fue desde la noche en la que se olvidaron de llevarme a la
cama como lo hacían siempre cuando todos sus amigos se habían marchado. A la
mañana del día siguiente vinieron a por mí.
Dicen que estaba dormido
abrazado a una gigantesca rata que me dejaste para que me hiciera compañía. Me
dijiste que estaba hecha de fieltro, ¿acaso eras tú, no te recuerdo así?
-Puedo ponerle un nombre, te
dije.
-Por supuesto que nombre
quieres ponerle me dijiste.
-Nadia
-¿Nadia? ¿Qué nombre es ese?
-Sí, la llamaré Nadia. Una vez
le oí a mi abuela ese nombre y creo que dijo que significa esperanza
-Está bien creo que a mí
también me gusta ese nombre. Dijiste
Lloré, lloré mucho cuando al
levantarme del lecho donde dormía, Nadia se movió y mi padre la mató aplastándole
la cabeza con una pala. Durante muchas noches había sido mi compañera, con ella
no tenía miedo a la oscuridad, tú me dijiste que cuidaría de mí, y si yo
cuidaba de ella no me sucedería nada malo.
Todo cambió aquella mañana, en
la que mis padres la vieron, no puede evitar que acabaran con ella. Durante
muchos meses estuvieron llevándome a un médico que me hablaba, pero no me
escuchaba, no quería entender que era un regalo que tú me habías hecho, te
describía a ti y a Nadia y decía que solo eran imaginaciones mías.
La muerte de Nadia, me trajo
el horror de una medicación a la que me veía sometido, también al desconsuelo
porque desde entonces ya no me has vuelto a visitar y me sentía muy triste por
ello. Pero como todo tiene un lado bueno ya nunca más me bajaron al sótano. En
los días que recibían a sus amigos, me daban mi medicación y rápidamente me
dormía, a la mañana siguiente solía dolerme la cabeza, pero el despertarme en
mi cama era una sensación muy agradable y no llegué a echarte de menos. Bueno
dormía y aún duermo abrazado a la almohada, me hace recordar a Nadia. ¿Eres tú
Nadia? No te reconozco, ha pasado tanto tiempo,
Si es así, mira, ya no podrán
hacerte daño. Hace un par de días me desperté, sentía un fortísimo dolor de
cabeza, llevaba llorando más de una hora pero no me oían, vine hasta su cuarto
y ahí estaban inmóviles, no sé qué les ocurre les llamo pero no me oyen, tienen
su nariz manchada con ese polvo blanco que hay en las mesitas de noche. Lo he
probado pero tiene un sabor amargo. Creo que solo se toma por la nariz, he
inhalado una enorme cantidad de ese polvo, no tengo miedo, ni hambre, ni sueño,
en realidad me siento eufórico.
¡Nadia, te veo ahí en el
espejo! ¿Cómo es que no yo me veo?, anda deja apártate quiero verme. ¡Nadia,
haré que desaparezcas!. ¿Por qué sigues aquí?
He arrojado ese jarrón al
espejo y ahora estás en los mis pedazos, al menos déjame un trozo donde yo
pueda verme. ¿Nadia, Nadia eres tú? No, no, no, horror soy yo, siempre he sido
yo. Acaso soy un monstruo.
Empezó a convulsionar, sentía que nada de lo que le ocurría era real, no podía controlar su orina, y se lo hizo encima, su temperatura empezó a elevarse, así como su ritmo cardíaco era anormal, la coloración de su piel tomaba un tono azul, con su respiración acelerada la muerte le alcanzó pensando que le gustaría estar abrazado a Nadia.
Lucena como no te voy a querer
Vivir, estar o participar en todos aquellos hechos importantes que son la historia de un pueblo, o de un país es una entelequia, ya que no nos es posible vivir eternamente, pero hete aquí, que lo que es evidente es que lo que le debemos al juego de nuestra imaginación es incalculable y solo por ella y con ella podemos vivir, ensoñar, fantasear, coexistir y habitar un pasado.
Me he permitido unas pinceladas de un pasado. Un pasado de una gran ciudad, Lucena (Córdoba), un pasado que de poder haberlo vivido tal como lo narro a continuación es una utopía.
“Me hallo aquí enaltecido de poder viajar al pasado. No, no sabría deciros en que siglo me encuentro pero estoy seguro que debo estar entre el siglo IX y el siglo XII, Me dirijo hacia Eliossana". (La Perla de Sefarad), tengo una carta de recomendación que debo entregar a Ibn Gayyat. Pasaré un tiempo en su afamada Escuela Talmúdica, me dedicaré en cuerpo y alma al estudio no solo de la religión, sino que también abarcaré las ciencias y la poesía.
Muchos años más tarde descubriré que en su cementerio judío descansan mis restos, habrían de pasar muchos siglos para que yo mismo lo supiera. Sí fue en año 2006 del siglo XXI, aquel perro quien escarbando la tierra halló lo poco que quedaba de mi osamenta, cogió mi cúbito en su ocico y se alejó de mi sepultura. Hoy me ha alegrado saber, que es sin duda la mayor necrópolis judía excavada y la mejor conservada de Europa. Son casi cuatrocientas tumbas las que han hallado, posiblemente de la época de mayor esplendor de Eliossana lo que me lleva a pensar que debí vivir y morir en los años comprendidos en el siglo X. No es me es permitido recodar mucho más de esta época.
No comprendo muy bien, que hago aquí, ¿acaso se me ha dado la oportunidad de vivir otra vida?, ¿o soy un mero viajero del tiempo? Si bien ya no sé si soy protagonista o un mero observador. Oigo el fragor de la batalla, estoy en 1483 es el mes de abril, me veo junto a un río llamado Martín González. He visto cómo ha caído de su caballo herido de muerte Aliatar suegro de Boabdil el Chico, el último sultán del reino nazarí de Granada. La mala suerte de este rey estuvo echada cuando quitó el trono a su padre y estuvo en disputa por este con él, como con su tío el Zagal.
Volviendo a la batalla, Boabdil, comprueba que sus huestes huyen en desbandada, él intenta escapar pero su caballo queda atascado en el fango y trata de esconderse entre la vegetación, pero el peón de infantería natural de Lucena, llamado Martín Hurtado con la ayuda de otros infantes, consigue reducirle. La lujosa vestimenta hace pensar a los peones que el prisionero es alguien importante. Diego Fernández de Córdoba y Arellano, Primer marqués de Comares, lleva al prisionero creyendo que se trataba de alguien importante a una mazmorra del castillo de Moral, fortaleza de su propiedad.
Por aquí ando ahora, enredando en este castillo denominado como el castillo de Lucena, su peculiaridad es que se encuentra ubicado en el casco histórico. He sabido que se construyó en 1148 tras la llegada del imperio almohade. Fernando III de castilla lo conquistó en 1240. Fue donado a la Orden de Santiago. En 1342, lo adquiere a cambio de unos terrenos la amante del rey Alfonso XI, Leonor de Guzmán que también había adquirido el castillo de Cabra, precisamente en este último lugar nació su hijo ilegítimo con el monarca, el que sería el futuro Enrique II. Leonor mantuvo la propiedad del castillo hasta su fallecimiento en 1351, cuando regresó a la Corona, en 1371 el rey Enrique II lo donó a Juan Martínez de Argote y este, cuatro años más tarde, a su hija María Alfonso de Argote, que había contraído matrimonio con Martín Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, quedando ya unido a este linaje familiar.
He visto a Boabdil antes de partir hasta el castillo de Cabra, ya que ha sido identificado por sus propios soldados, las noticias que he conocido antes de abandonar esta época es que, posteriormente lo entregaron a los Reyes Católicos. En sus ojos leí lo que más tarde supe, que él sería el último sultán del reino nazarí de Granada.
Sigo mi periplo viajero, me hallo en el palacio de los condes de Santa Ana. Es un palacio barroco del Siglo XVIII. Lo han construido la familia Mora-Saavedra, entre 1730 y 1750. Provienen de un linaje criptojudíos y judeoconversos, atraídos por la fama que tuvo la ciudad en tiempos anteriores y la añoranza de morar en tierra de sus antepasados han decidido establecerse en Lucena. La fachada es magnífica, desde la portada se accede a un vestíbulo que da paso a un primer patio o apeadero, tras el cual se ubica el segundo patio, de planta cuadrada de composición estilística poco convencional. Entre ambos patios hay una escalera monumental dispuesta en perpendicular respecto al eje de la casa, una bóveda decorada con unas aparatosas yeserías, de un incipiente rococó, por lo que cabe fecharlas una vez mediado el siglo XVIII, quizás en torno a 1760. Por su estilo podría atribuirse a Francisco José Guerrero o a su discípulo Pedro de Mena. Esta escalera se enriquece asimismo con mármoles y azulejos en los peldaños, así como con barandales de bronce. ¿Qué hago aquí? He venido a traerle a D. Antonio Rafael de Mora y Saavedra quien posee un gabinete de antigüedades una estatua romana de Eros dormido, de mármol está datada del siglo II. Está esculpida en mármol blanco de grano muy fino y cristalino.
Supe que la estatua romana, desapareció, quizás fue escondida tras la invasión napoleónica de Lucena en los inicios del siglo XIX. Me ha congratulado saber que en año 2010 con motivo de la intervención arqueológica del edificio para su rehabilitación como centro de interpretación de la ciudad, ésta ha aparecido.
Sabed, que es al hijo de D. Antonio, D. Juan María de Mora y Pantoja a quien le fue concedido el título nobiliario de Condes de Santa Ana de la Vega por el Rey Carlos IV el 23 de enero de 1805 pero entre la concesión y la expedición del título muere Juan María de Mora por lo que se expide a nombre de su hijo Antonio de Mora Oviedo y Castillejo.
Estoy ahora en la Casa de Mora, ¡Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí! Hoy es 31 de junio de 2022. Los recuerdos me han venido a la mente corría el año 1599, el Padre prior nos ha ordenado al hermano Juan y a mí que bajemos a la cripta debemos colocar los restos mortales del hermano Martín en su lugar de reposo, su cuerpo ya ha pasado el periodo colicuativo, es decir, ya ha soltado todos sus líquidos.
La cripta está excavada en el subsuelo del claustro se trata de un espacio de unos 4x3 metros de forma rectangular, se accede por una escalera excavada y está cubierta con una bóveda de cañón. Me ha parecido hasta más grande verla vacía, solo habilitada como puesta en valor de lo fue. Este edificio anexo a la Iglesia de San Pedro Mártir de Verona fue el antiguo convento dominico fundado en 1575 por el obispo de Córdoba, hoy he sabido que en 1836 por el decreto de exclaustración pasó a formar parte de los Bienes Nacionales. En 1844 se subastó y pasó a la propiedad de Juan de Navas García. El edificio antes de pasar a la titularidad municipal fue fábrica de anises, molino de aceite y bodega. Conserva un espléndido patio manierista porticado con arcos de medio punto y columnas sobre basamento de pedestal. En su centro conserva una fuente rodeada de jardín y palmeras. Actualmente el edificio se ha rehabilitado. El proyecto ha recuperado el patio central porticado y un segundo patio trasero como espacios verdes abiertos para el disfrute de todos los ciudadanos. El resto del edificio se diseña de manera versátil para diversos usos funcionales tales como exposiciones, docencia, usos sociales, reuniones, etc., con un total de 11 salas repartidas en las tres plantas. En realidad solo el patio y la cripta me recuerdan a cuando yo lo habité, pero sin duda su puesta en valor ha evitado su pérdida ya que más de una década cerrado por su estado ruinoso le hubiesen llevado a su desaparición”.
Tras este delirio, una realidad, tú también puedes llevar tu imaginación a límites insospechados, tú también puedes rememorar, fantasear, soñar……. Te animo a vivir los grandes acontecimientos del pasado no solo de esta ciudad, sino de todas aquellas que han apostado por la puesta en valor en su patrimonio histórico y que nos facilitan los medios para vivir los grandes acontecimientos del pasado, de un pasado que como en el caso de la hermosa ciudad por la que hoy he caminado entre su pasado, su presente, y aun cuando no vivas en ella, acabará enamorándote, para decir sin rubor Lucena, como no te voy a querer.
Mentiras
Como cada noche, bajó la basura al contenedor, que se hallaba en la esquina de su calle. Junto al mismo, un viejo maletín porta-documentos estaba tirado en el suelo, le pegó un puntapié para apartarlo de su camino y éste se abrió, contenía un libro del plan general contable, otro de taquigrafía y un dosier encuadernado en anillas metálicas con pastas transparentes, en cuya portada con letras grandes rellenas en un color rojo cereza, se leía: “Mentiras”.
Arrojó al interior del contenedor, la bolsa de basura y el maletín que había hallado con los dos libros. Cogió el dosier que se llevó a casa. Durante toda la noche, estuvo leyéndolo, era una novela que parecía ser muy aceptable. A lo largo de la semana siguiente en su despacho copió todo el contenido del mismo en una hoja Word, cambió los nombres de todos los personajes y cuando hubo acabado, llamó a un mensajero para que viniese a recoger un pequeño paquete. Imprimió los ciento cincuenta folios que componían el relato, introdujo los mismos en un sobre acolchado, puso las señas de la editorial a la cual solía enviar sus obras, pues él era un escritor de escaso éxito pero que ya había publicado media docena. Enviaría ésta haciéndola pasar por suya. Esperó hasta que el mensajero llegó para recoger el encargo, aunque hacía más de media hora que había acabado su jornada laboral. Eran las 15,30 horas del jueves día doce de junio del 2019. Salió de su oficina, el calor sofocante de la tarde le obligó a desaflojarse el nudo de la corbata y quitarse la chaqueta. Se sentía contento, la obra que había mandado era sin duda de una calidad notable, por supuesto no pensó que nadie podría descubrir que él no era el autor.
La mañana del lunes 30, Rafael Ramos, editor hablaba con su compañero Marcos Reyes sobre la obra que habían recibido de Juan Ruiz. La obra es genial, es mucho mejor que todo lo que nos ha enviado hasta ahora, podría decirse que no es de él, tiene muchos giros, muchos personajes, el contexto de la obra está bien situado, la tesis que aborda, todo. Sin duda parece que ha tocado la flauta. Preparé un contrato y se lo enviaré hoy mismo por email. Si está conforme podemos presentar esta obra en la feria internacional del libro “Liber”.
No debieras precipitarte, ¿no es extraño que haya tardado tan poco tiempo en enviarnos otra obra? El pasado mes recibimos la que nos había prometido para la feria, era tan insulsa como todas las demás y de pronto parece que el don del que carece hubiese llamado a su ingenio y nos presenta una obra que a mi parecer es lo que llamamos un pelotazo.
¿Qué es lo que no ves claro?
¿Puede alguien como él con tan escaso talento, escribir algo tan elaborado? No es una evolución en su trabajo, es un giro inesperado con un final imprevisible. Definitivamente apostaría que es de otro autor. La redacción, la forma de contarlo, la soltura en la palabra y sorprendentemente llena de vocablos y algunos ya en desuso, intelectualmente dudo que sea suya.
La obra es interesante y nosotros andamos necesitados de vender ejemplares, como no demos pronto con un filón tendremos que cerrar este proyecto, llevamos dos años que no tenemos apenas beneficios. Esta novela estoy seguro nos dará el éxito que andamos buscando.
Está bien nosotros debemos quedar al margen de los métodos que haya empleado para esta obra. En este sentido debemos significar que el autor responde delante del editor de la tutoría y la originalidad de su obra y se hace responsable delante del editor de todas las cargas pecuniarias que se puedan derivar para el editor en favor de terceros con motivo de acciones, reclamaciones o conflictos derivados del incumplimiento de estas obligaciones por parte del autor. Esto nos eximirá de toda responsabilidad si ha plagiado, copiado o utilizado toda o una parte de otro escritor.
Haremos una tirada de 1000 ejemplares, publicitaremos en prensa y radio y nos aseguraremos de estar en esa importante feria y a ser posible en la de Guadalajara.
No es una novela simplemente para editar, ¿por qué piensas que no la ha presentado a alguno de los grandes premios literarios de España?
No le des más vueltas tendrá sus motivos, nos debía una novela así, toda su obra anterior no ha hecho nada más que acarrearnos pérdidas. Se sentiría obligado a compensarnos si es que es consciente de la calidad de ésta.
En el fondo me estás dando la razón con ese comentario, le viene tan grande esta historia, que o no se ha dado cuenta o simplemente no es suya. La ha mandado sin ningún tipo de elogios, con una modestia inusual, cuando las anteriores pésimas, las vendía como si fuesen la fórmula de la Coca-Cola.
El titulo parece una premonición, “Mentiras”, es tan cabal que parece querer decirnos algo.
Hagamos una votación dejemos que Lola y María decidan sobre su publicación o no, en el fondo ellas son las que ponen el dinero. Desde que las convenciéramos en iniciar esta aventura, confían en nosotros, pero empiezan a dudar de nuestra competencia para este negocio. Creo que sólo porque ellas son hermanas y nosotros sus maridos nos aguantan nuestros descalabros.
Dos días más tarde Lola y María habían leído la novela, ambas estaban dispuestas a apostar, no sólo por la publicación, sino por la difusión en todos los medios posibles. Se fiaban de la intuición de sus maridos e incluso tuvieron en cuenta los recelos de Marcos, pero el negocio se iba al garete si no conseguían al menos el reconocimiento de haber lanzado una obra de gran difusión y a un autor que pudiera estar entre los grandes, y ésta novela parecía estar en un buen nivel.
Desbordó todas las previsiones
y la obra fue un éxito, tanto en ventas como en crítica literaria. Cineastas de
prestigio estaban interesados en llevar la novela al cine e incluso todo el
mundo le animaba a continuar una segunda parte.
Por su puesto Juan daba todo tipo de excusas para evitar el compromiso de una segunda parte, sólo él sabía que no era su trabajo, y que aun partiendo de ahí no estaba a la altura. Una segunda parte sería el fiasco que descubriría la verdad.
Su principal excusa era estar ocupado, desbordado por la difusión de la novela, entrevistas, presentación y firma de libros, invitaciones a actos culturales y toda la parafernalia que le había surgido al ser el autor más leído, y ser el libro más vendido en el último año, alcanzando una cifra récord.
Había transcurrido algo más año desde que sufrió el accidente. Por fortuna había salido del coma en que había estado sumido durante once meses, permaneció un par de meses más en observación y rehabilitación para conseguir tono y masa muscular. No recordaba nada de su pasado. ¿Quién era? ¿Quién fue? Lo poco que sabía de él lo conoció por los doctores que le atendían. Ni su nombre le resultaba familiar Juan José de la Torre Santiago.
Dos días después del accidente, una mujer llegó al hospital para interesarse por su estado. Aparentaba tener unos treinta y cinco años, de aspecto bien cuidado, su pelo recogido en una coleta dejaba al descubierto las pequeñas perlas de sus pendientes, parecía nerviosa ya que no paraba de morderse las uñas mientras le comunicaban que su ex marido había sido arrollado por un coche que se había dado a la fuga y éste estaba en estado crítico. A ella solo le preocupaba saber si podían entregarle un maletín que llevaba su marido cuando fue atropellado.
La policía descartó que ella tuviera algo que ver con el accidente. Por fortuna se pudo identificar por una cámara en la vía pública el vehículo del siniestro y su propietario, quien bajo los efectos del alcohol fue el que causara el hecho. Liberada de toda responsabilidad y conociendo que al menos el Consorcio de compensación de seguros cubriría los gastos de hospitalización, con él sólo le ataba un pasado en el que habían vivido dos años de matrimonio, de mentiras, de engaños, de conveniencia. Dos meses antes habían firmado su divorcio. Ella se marchaba a Alemania con su nuevo marido.
Él en la oscuridad de su mente posiblemente jamás recordase que había sido engañado y estafado por su esposa.
La tarde que fue atropellado, pensaba no en su ruina económica a la que por manipulación de su socio y con el beneplácito de su mujer se vería abocado. Ni tan siquiera al posible calvario judicial por una supuesta estafa que ellos habían urdido pero que él parecía el único responsable. Lo que de verdad le sorbía el seso era no comprender tanta maldad en aquella mujer de la que hacía unos tres años se había enamorado.
Sus padres se opusieron siempre a que se casase con ella. Es verdad que eran muy mayores, celosos del patrimonio que habían amasado y desde el principio vieron en Ana una mujer poco creíble una farsa representación carnal de la mentira. Discutió con ellos, se marcharon de casa. Al principio vivían en la enorme finca que sus padres poseían. Poco a poco fueron alejándose.
Ahora veía extraño, la muerte de ellos en un accidente de tráfico no esclarecido. La apertura del testamento donde la mitad de las acciones de la empresa eran para ella. En principio pensó que arrepentidos de sus desaires y comprendiendo que no podían separarlos pudieron pensar que haciendo eso evitaban alguna discusión de la pareja. Pero todo ahora resultaba una mentira.
Mentiras, todo mentiras. Había acabado de escribir una novela, era todo lo que le quedaba ya en este mundo a lo que aferrarse, un sueño que siempre alimentó y que los acontecimientos de estos últimos meses de su vida habían puesto en bandeja. Por supuesto, estas reflexiones podrían ser el prólogo que escribiría en cuanto llegase a la pensión que andaba buscando. No tenía nada, solo un viejo maletín que llevaba en su mano izquierda, la ropa que llevaba puesta y al menos dos tarjetas money una de la Caixa y otra del BBV que sumarían unos cuatro mil euros aproximadamente. Comenzaría de cero.
El fuerte golpe, le hizo salir despedido unos cincuenta metros, el maletín que llevaba en su mano rebotó contra un árbol de la calzada y voló quedando en el suelo próximo a un contenedor de basura. La luz cegadora que vio venir hacia él, le sumió en una oscuridad de la que quince meses más tarde sólo quedaban tinieblas, miedos y extraños presentimientos de quien sabe sin saber quién es, si buscar quien fue o dejarlo estar, porque su soledad le hacía presagiar que igual su pasado fue más oscuro que el presente tan negro que se le presentaba.
La inspectora de policía Sara Montes, había llevado el caso. Descartada la implicación de su mujer le sorprendió que ésta se marchara a Alemania y se desentendiese de aquel hombre que había sido su marido y yacía inconsciente y solo en la cama de un hospital público. Como para aliviar su conciencia le dio un sobre con seis mil euros para entregárselos en caso de que despertarse del coma, y de no ser así para gastos del sepelio. Sólo añadió que no quería saber nada de él y que él no debía saber nada del paradero de ella.
Investigó todo lo que le fue posible, muchas sospechas pero poca certeza. Dos años casada con un hombre rico, a la muerte de los padres de él, ella hereda el 50% de las acciones de la empresa que poseen sus suegros, unos meses más tarde la empresa pasa a ser del amigo y socio de su marido. Éste acusado de estafa para no perjudicar la actividad de la empresa cede las acciones suyas a su amigo. Dos meses antes del infortunado accidente ha firmado los papeles del divorcio. Su ex mujer se va del país y lo hace con el socio del marido que ha obtenido una fortuna vendiendo la empresa.
El tipo que yacía en la cama del hospital, estaba en la más absoluta ruina. Cuando despertó del coma y se evidenció su pérdida de memoria. La inspectora se prometió a si misma que haría lo posible por ayudar a ese hombre. Tenía claro que se habían urdido tantas mentiras sobre él que habían acabado por quitarle su empresa, su casa, todos sus bienes. Para cuando salió a luz que la estafa de la que se le acusaba y fue el punto de inflexión que le llevó a perderlo todo, ésta había sido una mentira, un montaje en la que él había sido la víctima, ya estaba perdido, sin pasado no recordando, no sabiendo quien fue. Al menos su honestidad le fue restituida. Todo lo demás se lo habían arrebatado. Hasta sus recuerdos.
Las personas hacen el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad o quizás están habitadas por una fuerza externa pensaba Sara. Pero el mal y su instinto profesional así se lo indicaba, lo habían obrado la mujer y su socio, la fortuna se había aliado con ellos para que hasta ahora se vieran liberados de toda sospecha.
Ella lo acompañaba al pequeño apartamento que le había alquilado próximo a la oficina de seguros de unos amigos donde le había conseguido un trabajo por horas de contable. No era mucho pero al menos podría ir cubriendo gastos. Él hablaba de sus sentimientos sus emociones y ella le escuchaba sorprendida por sus razonamientos.
Tengo tanto miedo de conocer lo que podido ser y haber hecho en esta vida que he borrado mi mente, no quiero bucear en el fondo de mis tinieblas, pienso que soy yo quien ha decido morir a mi vida pasada. Es preciso comenzar de nuevo. Me contemplo como a través de un espejo en una extraña connivencia. Me reconozco como un hombre reservado, desconfiado un poco misántropo, no podría decir si siempre fui así. No recuerdo nada de mi pasado.
Dos meses después de haber salido del hospital de recorrer diariamente las calles del mismo barrio donde estaba su vivienda y el despacho al que acudía a trabajar fue cuando su instinto le llevó a indagar en su pasado.
Cogió un taxi. Pidió que le alejara de ese barrio que se había convertido en su mundo. Durante los dos últimos meses había contemplados las mismas calles, los mismos escaparates de tiendas de frutas, bares, locales que estaban cerrados los días de diario y abrían sábados y domingos para vender pollos asados, tenía la sensación de vivir en un mundo sombrío era un mundo que no reconocía y no acababa de integrarse en él.
Tras treinta minutos de recorrido paró el taxi. Se bajó y caminó, caminó por un elegante barrio de urbanizaciones valladas que dejaban ver pistas para jugar al tenis, piscinas y lujosos vehículos aparcados en zonas habilitadas para ello. En su mente flash de imágenes le mostraban a él un mundo que reconocía haber vivido. Quería, pero se debatía si seguir, si dejarse llevar por esos destellos de un pasado que sólo de él dependía si quería revivir.
Golpeó su cabeza con la palma de su mano derecha, en un gesto de desaprobación. No, no quería bucear en su pasado.
Continuó su camino por una larga avenida donde descubrió elegantes escaparates de ropa de marca, joyerías, artículos de regalo, y paró frente al escaparate de una librería muy concurrida. Un enorme cartel anunciaba la firma de libros por el autor, un best seller que estaba en su doceava edición. Miró la foto del autor y por más que leyó el nombre no conseguía recordarlo, pero al dirigir su mirada a la portada del libro, un flash en su mente le hizo tambalearse y susurró, no es posible.
El tipo de letra sombreada, el contorno en verde menta, el color rojo cereza rellenando las letras, era el mismo que se había proyectado en su mente en un folio din A4, en una mesa de un despacho que le resultaba muy familiar junto a una impresora de inyección que imprimía un montón de folios a dos caras a una velocidad endiablada.
Se sintió mareado y no cayó al suelo porque un viajante de comercio que salía de la librería se percató de la palidez de la cara del individuo que miraba fijamente el cartel y le sostuvo hasta dejarlo sentar en una silla que rápidamente había pedido y un joven dependiente sacó al momento.
No quiso que se llamase al servicio médico de urgencias, dio el teléfono de Sara para que le avisarán y viniera a recogerlo de todos modos él no sabía dónde estaba.
¿Cómo te has alejado tanto del barrio donde vives sin avisarme?, te dije que podías contar conmigo ¿qué te ha pasado?
Contó sus flashes pero no hizo ninguna observación especial, sólo dijo: quiero comprar ese libro.
Por cada frase o párrafo que leía su mente le proporcionaba en flash imágenes de un pasado que poco a poco iba identificado. Sí, era su vida, eran los acontecimientos que en el último año, cuando el accidente, le habían abocado a una decadencia elaborada por una mujer a la que había amado y un amigo, que a la postre le habían traicionado y que le habían arrebatado todo.
Cuando cerró el libro era consciente de que había conectado con su pasado, él no tenía nada que reprocharse de su vida anterior. Había recobrado la memoria y ahora el dolor que sentía en su alma era inmenso las mentiras que habían urdido aquellos en quien confiaba le había llevado en su desesperación a contarlo en forma de novela. Un sueño que siempre tuvo escribir, y al que dio rienda cuando todas sus ilusiones se hicieron añicos. Llamó a Sara. Esperó hasta cinco tonos, cuando estaba a punto de colgar oyó la voz de la joven inspectora.
¡Dígame!
Sara, ¿ya estás despierta?
Por Dios son las seis de la mañana, ¿crees que estaba esperando tu llamada? dijo no con cierta ironía.
Lo siento, lo siento, no me había dado cuenta, desde que llegué ayer a casa no he dejado de leer el libro
¿Y?, sí, sé que es un best seller pero yo no soy crítico literario dijo pareciendo malhumorada.
No, perdona, de verdad que lo siento, es muy importante para mí. He recobrado la memoria. Éste libro lo he escrito yo.
¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Te encuentras bien? No te muevas de ahí tardo treinta minutos en llegar.
Contó a Sara todo. Su memoria se había recuperado e incluso el libro señalaba las pruebas que podrían incriminar a su exmujer y su amigo de toda la trama urdida contra él. Necesitaría los documentos necesarios para inculparlos, aunque ya poco importaba su pasado.
Ahora su principal objetivo estaba en desenmascarar a ese falso escritor que con una mentira también se había aprovechado de él y de lo único que verdaderamente era suyo, no solo por ser su vida la que se describía en la novela sino porque hasta sus sueños aquellos a los que se había aferrado cuando estaba perdido, le habían arrebato.
Por desgracia solo había que encontrar una tarjeta de memoria que él tenía en su poder el día que fue atropellado. Pero ahora era como encontrar una aguja en un pajar.
Acudió a la presentación del libro, cuando llegó el turno de preguntas al autor, haciendo uso de todo su aplomo y cogido de la mano de Sara planteó una batería de preguntas que hicieron que el escritor comenzara a sudar copiosamente.
Señor Ruiz. La realidad supera la ficción. ¿Es un novela inspirada en algún hecho real o la narración es solo producto de su talento como escritor?, de ser así los episodios y los detalles que describe aunque los nombres de los personajes están cambiados, el lugar donde suceden los hechos, y hasta la empresa, la casa y la pasta que al malogrado protagonista le acaban arrebatando por la traición de un amigo y el egoísmo de su esposa son extrañamente coincidentes……….
Cayó durante unos segundos, para continuar diciendo:
El conflicto, la tensión, el contraste y emoción describen un drama que parece ser vivido no solo por el protagonista, es como si el autor se hubiese vaciado contando su vida. ¿Pero sin duda no este el caso? ¿Verdad?
Cayó durante unos segundos, para soltar de sopapo en un tono enérgico y más elevado.
¿Cómo ha llegado el manuscrito de mi novela a usted?
El escritor se removió en su silla y sacando un pañuelo mientras secaba el sudor de su frente solo acertó a decir:
¿Qué está diciendo, acaso se ha vuelto usted loco?
Yo no, estoy todo lo cuerdo que se puede estar cuando uno se reconoce en una vida que yo viví y escribí y cuya razón me ayudó a seguir viviendo, y no abandonarme a la depresión en la que me tenía sumido todo el drama que se ceñía sobre mí. Ahora no sé muy bien si darle las gracias porque tras la lectura de mi obra he vuelto a encontrarme con mi pasado o pedirle que deje de fingir y me devuelva lo único que me quedaba en la vida y a lo que me había aferrado cuando estaba perdido. ¿Sabría decirme por qué el tipo de letra empleado en el título, por qué el sombreado de las mismas, el contorno en verde menta, el color rojo cereza rellenando las letras?
¿Acaso es usted un perturbado o algo así?, que tendrá que ver la portada con el contenido. A veces las portadas las eligen las editoriales.
Pero en esta novela no es caso, quiere ver el borrador, dijo sacándose del bolsillo derecho de su chapeta un pequeño objeto y añadió:
Solo tengo que mandar a imprimir el contenido de este pendrive, y el archivo que contiene será la prueba definitiva de cuando se escribió esta obra.
Al escritor la cara se le puso lívida, removiéndose en su silla, se veía atrapado balbuceando solo se le oyó decir:
Definitivamente aquí lo vamos a dejar. Señoras, señores, gracias por haber acudido a esta presentación.
El murmullo de la gente no le impidió oír al farsante escritor.
Un momento no tan rápido Señor Ruiz, puede engañar a todo el mundo, pero no todo el tiempo, más pronto que tarde se sabrá la verdad. Mientras firma los ejemplares le sugiero que piense lo que ha ocurrido, estaré aquí esperándole y cuando acabe le propongo que hablemos, podemos arreglar esto de una manera amistosa. No tiene por qué acabar mal para usted y yo me habré encontrado conmigo dejando atrás un pasado tan desastroso como el que he vivido.
Sara que permanecía callada cuando Juan José terminó de hablar, le miró y le preguntó ¿tienes el pendrive? No, pero le hemos descubierto.
¿Hemos?, has sido tú solo, has actuado de poli malo.
No podía ser de otra forma, tú eres la poli buena, dijo cogiéndola de la cintura y atrayéndola hacia él.
¡Todo ha acabado! He vivido más feliz estos últimos meses contigo que en toda mi vida anterior.
A Sara la sonó a música celestial lo que acaba de oír, se dejó llevar, su respiración se fue agitando, su cuerpo se tensó, sus ojos miraban los de él, juntaron sus labios, y se besaron apasionadamente.
Rescate infructuoso
No tengas miedo nos encontrarán, dijo Juan a su amiga Ana.
Llevaban cinco días perdidos en la montaña, el cansancio y el hambre ya hacían
mella en ellos. Por suerte divisaron un pequeño refugio que parecía no hallarse
a mucha distancia de donde se encontraban, pero a pesar de ello tardaron más de
dos horas en alcanzar el lugar. Pasaremos aquí esta la noche, está comenzando a
nevar no creo que debamos seguir por esta sierra inhóspita. Aquí podrán
encontrarnos.
Empujó la puerta del
recinto que se encontraba en medio de la nada, pero que sin duda estaba
construido para tal fin, giró una llave de pellizco de porcelana que había a la
entrada y la luz de la bombilla se encendió iluminando toda la estancia.
Acurrucados en un rincón del cuchitril una pareja de jóvenes
abrazados ni se inmutaron con su presencia. Juan se acercó hasta ellos, tocó el
hombro del chico. El terror se apoderó de él cuando les vio sus caras. Eran él
mismo y su amiga. Miró en dirección a donde había dejado a Ana para llegar
hasta los chicos y se sobresaltó cuando no la vio. Volvió a mirar a la chica
del suelo. Sin duda era ella y el chico era él.
Dos días más tarde una luz que se veía a los lejos en la
cordillera llevó a sus rescatadores a encontrar los cuerpos sin vida, de los
jóvenes perdido en la sierra.
Revivido
¿Sucedió en verdad?, cierto es que a mí me lo refirieron, yo no fui partícipe, ni tan siquiera había oído hablar de ello hasta que me lo contaron. Tal como me lo narraron se lo relato a ustedes, si bien no es menos cierto que lo que se comenta se aumenta, así que la historia puede haber sido tan manipulada que ¿cómo saber lo que es verdad, lo que es mentira o lo que es invención? pero sin duda es una historia que cuenta las veinticuatro horas más dramáticas que un ser humano pueda soportar, y que si no fuese por la sensibilidad por la misma, a modo de broma podría decirse aquello de “vivo sin vivir en mí”.
Aterido de frío, no podía mover un solo músculo, no podía articular palabra, ni tan siquiera pestañear, tardó unos minutos en procesar donde se encontraba.
Los llantos de sus familiares, eran perceptibles a sus oídos y quedó aterrado, cuando se percató que yacía en un ataúd, por suerte estaba abierto, ya que estaba en la cámara refrigerada de un tanatorio.
Aunque un enorme cristal lo separaba de la sala donde se encontraban sus familiares, sus amigos y todos aquellos conocidos que se acercaban a dar el pésame a su mujer y sus hijas, el murmullo de quienes les transmitían sus condolencias, le era perceptible.
Se esforzaba en mover sus extremidades, abrir sus ojos o gritar, pero le era imposible. Solo él sabía que no estaba muerto, pero le era imposible dar alguna señal que pudiera ser visible.
Intentaba evocar que le había sucedido. Vagamente los recuerdos le venían a la mente. El despertador sonó como era habitual a las siete de la mañana. Se levantó igual que cualquier otro día. Fue a la cocina a prepararse un café, estaba colocando la capsula en la cafetera cuando empezó a sentir la sensación de malestar general, de mareo, de náuseas y sudoración, y un fortísimo dolor en la espalda.
Pensó que necesitaba una ducha fría, no llegó al cuarto de baño, cayó de bruces en el pasillo, perdiendo el conocimiento.
Rápidamente su mujer acudió a ver que sucedía, el golpe por su caída la había despertado ya totalmente, cuando le vio tendido, gritó horrorizada al ver el cuerpo yacente de su marido. Sus hijas que ya se habían levando, contemplaban asustadas el cuerpo inerte de su padre, una de ellas reponiéndose del schock rápidamente llamó a urgencias.
A las ocho de la mañana la ambulancia partía de la casa a toda velocidad hacia el hospital, le habían colocado vías, inyectado medicación e incluso le habían practicado técnicas de resucitación, como la respiración boca a boca y las compresiones torácicas, solo cuando aplicaron el desfibrilador, éste consiguió restablecer el ritmo cardiaco normal.
En la UCI, el enfermo conectado a una máquina de electrocardiograma, y otros soportes vitales como ventilación mecánica invasiva y estabilización hemodinámica, requería los cuidados continuos de una enfermera.
A las 10 horas el estado del paciente se volvía crítico y a pesar de realizar todo lo humanamente posible a 10,15 horas el médico certificaba su muerte.
Estos recuerdos le llenaron de pesadumbre ya que no comprendía como era consiente de ellos y al mismo tiempo su cuerpo yacía impertérrito.
Percibía como las horas iban pasando, el ir y venir de los que se acercaban a dar el pésame ya no era tan fluido, dedujo que habría caído la tarde, calculó que podrían haber pasado más de doce horas desde que se levantara esa mañana.
Sintió aprensión al pensar que fuese a despertar durante la noche y que su mujer y sus hijas que sin duda le velarían se llevasen un susto de muerte. Igualmente pensó que si se iban a casa, debido al cansancio de todo el día, más la larga mañana que les esperaba hasta su inhumación y él volvía en sí, estaría solo. Ninguna de las dos posibilidades le pareció complacientes. A pesar de ello seguía esforzándose en conseguir forzar alguna señal que trasmitiese su cuerpo para indicar que de un modo y otro no estaba totalmente muerto.
Definitivamente, a las doce de la noche solo su mujer e hijas quedaban en la sala del tanatorio, habían decidido pasar ahí las últimas horas velando el cuerpo de padre. Más tarde pudo sentir los ronquidos de su hija Beatriz, era la más pequeña, muchas veces bromeaba con ella diciéndole que roncaba más que un camionero, ¿qué de donde sacaba tanto ruido con tan pequeño cuerpo como tenía? No había cumplido aún los dieciséis años, de no dar un estirón pronto, su estatura no pasaría mucho más de un metro sesenta centímetros.
También sentía las lamentaciones de su mujer, ya que ésta una vez que las niñas se habían dormido, dejó rienda suelta a sus emociones, llorando desconsoladamente.
Carolina su otra hija había cumplido los diecinueve años estaba en esa etapa de la adolescencia en la que se había vuelto más independiente, le gustaba disfrutar de la vida, sus padres se desvivían por darle todos su caprichos porque ella era una joven responsable, en sus estudios, sus notas eran de sobresalientes, así lo habían sido en el instituto y ahora en los comienzos de su carrera. Y además aún sacaba tiempo para entrenar y poder competir en el campeonato de España de natación, en el cual el año pasado obtuvo una medalla de bronce.
Volvía a sentir el murmullo de la gente que se acercaba a dar el pésame, por lo que dedujo que ya pronto todo estaría consumado. Las veinticuatro horas que debían transcurrir desde su muerte hasta el funeral estaban llegando a su final. La misa corpore insepulto sería a mañana.
Fue consciente de que taparon su féretro, sintió el traqueteo de su cuerpo con la caja cuando el cloche fúnebre le transportaba hasta la Iglesia. Durante la ceremonia que le pareció larga y la homilía tediosa, fue sintiendo menos frío, el calor sofocante que hacía esa mañana de verano, y la pequeña iglesia llena, contribuía a ello. Sentía hasta el ruido de los abanicos con los cuales las mujeres se aventaban.
Quería alejar el miedo que poco a poco iba apoderándose de él, contaba con una única oportunidad, por suerte iba a ser incinerado, esperaba que su mujer o sus hijas pidieran verle por última vez, cuando quitaran la tapa del ataúd para introducirle en el horno crematorio.
Ordenaba a sus brazos y a sus piernas que se movieran pero no obtenía ningún resultado.
Sintió de nuevo el traqueteo se percató que estaba en el coche fúnebre que le transportaba hasta el Campo Santo.
El tiempo corría cada vez más en su contra, y poco a poco fue consciente de que ya era irreversible su destino. Sus ojos se inundaron por su llanto y aunque estaban cerrados, no podía abrirlos, las lágrimas corrían por sus mejillas.
El joven encargado del horno crematorio, quitó la tapa y ni tan siquiera miró al hombre que yacía en el féretro, salió de la sala donde estaba y avisó a la familia, por si querían despedirse antes de que le introdujera en el horno crematorio.
Su mujer estaba destrozada y apenas podía mantenerse en pie, solo sus hijas, Carolina y Beatriz optaron por pasar a verle por última vez. Carolina quedó impresionada a ver el inmenso horno que pronto devoraría y reduciría a cenizas con sus novecientos cincuenta grados de temperatura el cuerpo de su progenitor.
Beatriz, se acercó al féretro e incluso acarició las manos de sus padre que estaban cruzadas sobre su pecho, le pareció que estaban calientes, pero el calor de la sala era insoportable ya que el horno llevaba una hora encendido, preparándose para la temperatura óptima que debía tener para recibir el cuerpo del finado. Miró a la cara de su padre y solo entonces se percató de las lágrimas que brotaban de sus ojos, y exclamó:
¡Está llorando!
¡Está vivo!
¡Mi padre está vivo!
Soledad y abandono
Lloraba
desconsoladamente. Cuando hablaba su voz era apenas inaudible e ininteligible,
parecía como si su llanto consolara su ánimo. Necesitaba sentirse así, era su
modo de superar sus fantasmas que no eran otros que su soledad y su abandono.
Ahora posiblemente no estaba lo que podríamos denominar lucida, era evidente
que en otro momento todo aquello que decía podría rebatírsele e incluso hacerle
ver donde erraba en su apreciación, pero evidentemente que en ese estado y la
contundencia del daño que le estaba causando todo lo que decía sobre si misma
cavando cada vez un hoyo más profundo por el que caía, sintiéndose el ser más
miserable de toda la tierra. Quizás, sólo quizás, porque demasiadas veces en su
vida, le habían reprendido y la habían hecho sentirse así.
Viéndola
era obvio que necesitaba de ayuda psicológica. Pero parecía muy difícil que
incluso en manos de un profesional fuese a querer salir de ese estadio en el
que de un tiempo a esta parte parecía sumirse con cierta asiduidad.
Temían
dejarla sola, porque sospechaban que pudiera hacerse daño, pero al mismo tiempo
todos consideraban que ellos no eran quienes debían hacerse cargo de ella, solo
eran sus amigos y pensaban que eran su familiares quienes deberían hacerse atenderla.
Así que también estos les pareció que le dieron la espalda aun cuando se
esforzaban por ayudarla.
Cuando consideraron que estaba más calmada,
fueron saliendo de su casa, había quien le demandaba que le llamara si volvía a
sentirse mal, otros prometían volver en una hora a ver como se encontraba, hubo
quien pretendió que se levantara y le propuso dar un paseo, para sacarla del
encierro de su piso, donde la soledad y el abandono la agobiaban en la
esperanza de que en otro entorno, su estado de ánimo mejorase.
Dio
las gracias a unos y otros, declinó salir, aseverando que se encontraba mejor y
que en su casa estaría bien, así no comprometía a nadie.
Cuando
se cerró la puerta, cuando se hizo evidente que de nuevo su única compañía era
su soledad, su abandono se burló de ella. Lo oyó claramente como le decía: “siempre
fuiste la oveja negra de tu familia, naciste tonta, tus hermanos son más
listos, eres el patito feo y no tienes que culpar a nadie, es de nacimiento, ja
ja ja ja ja”.
La
risa que oía en su cabeza era contagiosa, tanto que aun cuando sus lágrimas
corrían por sus mejillas rompió a reír a grito pelado. Abrió su balcón, se
asomó calculó la distancia hasta el suelo desde su cuarto piso, unos quince
metros, no paraba de reír, se alejó del balcón hasta el final del salón,
respiró profundamente corrió a toda prisa por la habitación hasta el balcón,
tomó impulso apoyando sus manos en la baranda y saltó de espaldas. Segundos más
tarde su cuerpo impactaba en el techo de un vehículo aparcado en la calle,
inmediatamente saltó la alarma del coche y mientras sus vecinos comprobaban que
lo que temían se había consumado, gritaban horrorizados.
Ella yacía en sobre el vehículo, en su cara se dibujaba una sonrisa que les era desconocida para todos, por algo le llamaban “la amargada”. Jamás la habían visto ni sonreír.
Tissina (La esclava congoleña)
El bombo giraba en el centro del improvisado escenario, que habían montado sus captores en la enorme nave, donde se iba a llevar a cabo un acto tan infame, deshonroso, denigrante y humillante como ruin y mezquino.
A derecha e izquierda y situadas enfrente del tablado, cincuenta sillas
plegables de madera, servirían de acomodo a los compradores. Entre ellas un
espacio central, por el cual los raptores llevarían hasta el escenario, a quien
tuviese el fatídico número que saliese del citado bombo, cuando fuese cantado.
Las sillas estaban ocupadas por hombres y también por algunas mujeres, cuya
villanía era notoria, no ya solo por la ignominia del acto al que asistían,
sino porque por su comportamiento cotidiano, jamás ganarían el premio a
ciudadanos ejemplares.
Al fondo de la nave formando una fila, cincuenta chicas con un cartel que
tenía inscrito un número, colgaba de su cuello y cuyo tamaño de un folio,
servía al menos para tapar levemente la desnudez de sus senos.
Para sus raptores eran solo mercancía que exponían, y que a medida que
fuesen llevadas al escenario, cuando fuese cantado su número, serían objeto de
una subasta para ser vendidas al mejor postor.
Era el cuarenta y ocho de la fila, ella lo sabía. Cuando vio caer la bola
antes de que fuese cantada, supo que su destino quedaría a la voluntad de su
amo.
Recordaba ser llevada casi en volandas al escenario, pues estuvo a punto de
desvanecerse, cuando efectivamente fue cantado el número que la designaba.
Contaban sus cualidades, congoleña sana, de dieciocho años y virgen, sabe
leer y escribir. Éste último comentario levantó un murmullo entre el público
asistente que entusiasmado llevó la puja hasta el máximo de las que hasta ahora
se habían celebrado.
No recordaba cuanto duró este proceso, su mente la transportó al momento de
su rapto. Un grupo de hombres armados asesinó a sus padres y la raptaron a
ella. Su padre fue un navegante español que recaló en lo que hoy día es Matadi.
Su madre le había contado muchas veces como conoció a su padre, y como ambos se
sintieron atraídos desde el primer momento.
La fuerte nalgada que recibió la sacó de sus pensamientos haciéndola volver
a su lamentable realidad. Se fijó entonces en su comprador un hombre de algo
más de sesenta años, de aspecto confiado, de estatura media, más bien grueso,
lo que era evidente por su prominente barriga, pelo corto bien cortado y barba
tupida. Su tono de voz seductor resultó desagradable cuando le oyó decir me has
costado mucho dinero espero que puedas compensarme por ello.
Tuvo el detalle de quitarse la americana y echársela por los hombros, por
lo que se sintió no solo vestida físicamente, sino devuelta una humanidad
perdida durante todo este tiempo que había estado expuesta, sintiéndose solo
ganado exhibido para el comercio ejercido por los desalmados traficantes.
Salieron del recinto y subieron a uno de los coches de caballos que había
afuera, su amo ordenó al cochero que les llevase rápidamente a casa. Durante el
trayecto el hombre la trató con paternidad y su voz seductora parecía sincera,
lo que le amoscó bastante, pero ella era consciente de que solo era un objeto
más, de los muchos que visiblemente parecía tener aquel tipo.
Aunque en realidad poco hablaron, le preguntó su nombre, a lo que ella
respondió Tissina, ése es mi nombre, aunque mi padre me llamaba Cristina. Dicho
esto, observó como el hombre se estremeció y solo añadió que cuando llegasen a
casa le dictaría las normas con las que en lo sucesivo debía tratarle y
dirigirse a él.
Le pareció que esto lo dijo sin ánimo ofensivo más bien pareciera que tenía
que haber como una confidencialidad entre ellos para no levantar sospechas.
¿Pero de qué y por qué se preguntó?
El recorrido por las calles de lo parecía ser una enorme ciudad, le pareció
tedioso y solo evocar el recuerdo de sus padres le abstraía de este
sufrimiento, que la embargaba de verse sometida a ser una esclava, un objeto al
capricho de otro ser humano igual que ella, pero que quizás solo por el color
de su piel la hacía diferente. Aunque un sexto sentido le decía que tuviera fe
en Dios. Ése Dios que su padre le había enseñado amar y a dirigir su
comportamiento y sus pasos en la vida en el dictado de unas normas de respeto
hacia lo demás, amor y compresión. ¿Dónde estaba ese Dios que la había
abandonado? Había dejado que sus padres fueran asesinados, que ella fuera
raptada y vendida como si fuera un animal, y ahora le presentaba un futuro de
sometimiento y sumisión que como había leído, si se revelase solo conseguiría
ser de nuevo expuesta y vendida, para hallarse en manos de otro sujeto, que
seguramente su comportamiento con ella se viese aumentado en su maldad, por el
mero hecho de ser rechazada por su antiguo amo. Eso no va a pasar se dijo para
sí. ¡Dios mío porqué me has abandonado!
¡Hemos llegado! La voz de hombre la sacó de sus preocupaciones. Éste la
ayudó a bajarse. Le dio al colchero una dirección y le dijo que rápidamente
fuese a ese domicilio, y volviese con la persona que le estaba esperando.
Entraron en la casa que debía haber abierto el ama de llaves que les
esperaba en la puerta. Era una mujer entrada en años, de pelo blanco como la
nieve recogido en un moño sobre la parte de atrás de su cabeza, delgada, y de
estatura media. Más tarde comprobaría que era de un trato agradable y casi
maternal lo que sin duda le haría más llevadera su situación. Saludó al señor
con cordialidad y afecto lo que le pareció poco inusual.
Gracias a Dios Carlos. Me alegro, ¡ojalá estés en lo cierto! Cuanta alegría
volverá a esta casa.
Basta María ya hablaremos más tarde, súbela a su habitación que se asee, y
saca los vestidos que vimos, pronto llegará la modista para aquellos que haya
que arreglar, aunque por sus chichas creo que le vendrán como anillo al dedo.
Por cierto su nombre es Tissina, le llamaremos Cristina como su padre la
llamaba.
La anciana no pudo reprimir un suspiro de alivio y una mueca de
satisfacción cambió su cara.
Cristina se bañó en una enorme bañera de hierro fundido, levantada sobre
suelo por cuatro patas. Le resultó agradable el baño y comenzó a vestirse con
la ropa que María le había preparado, aunque efectivamente como había predicho
su amo le quedaba perfectamente, la modista que ya estaba en la casa, corrigió
algunos detalles en hombros y mangas del majestuoso vestido que le habían
preparado. Parecía estar soñado por el transcurrir de su vida como esclava y de
momento no quería ni despertarse ni evocar el recuerdo de sus padres fallecidos
que tanto daño le hacía.
Carlos se había refugiado en su despacho. En contra de su voluntad su hijo
se hizo oficial de marina y para el colmo un día abandonó la nave al quedarse
prendado de una bella congoleña que conoció en un puerto en que abordaron para
reparar una avería del barco.
Siempre que le fue posible enviaba noticias a su padre, le habló de que
tuvo una hija, y que era muy feliz, pero que volvería a casa. La última carta
que recibió le hablaba del peligro de atravesar el Congo para llegar a un
puerto para embarcar con destino a España junto con su mujer e hija, ahora los
traficantes de esclavos que sabían de este provechoso negocio no tenían
escrúpulos y el riego era inminente en cualquier lugar.
Poco después le llegó la noticia de que su hijo había sido asesinado junto
con su mujer, y que la hija de ambos había sido raptada por unos traficantes
que la traían a España.
Gastó mucho dinero, aunque a él no le importa a Dios gracias tenía
bastante, para saber cuándo llegaría el cargamento de esclavos, y donde se
celebraría la subasta. La puja supuso una considerable suma pero no suponía un
peligro para su hacienda y estaba bien gastada si efectivamente la chica era
quien creía que era.
Cuando la vio en el tablado supo que la belleza de la joven era calcada por
la descrita por su hijo en una de sus misivas cuando le hablaba de su joven
esposa, su elegancia a pesar de estar siendo tratada como un animal dejaba
patente un porte que sobresalía de la brutalidad de lo que se estaba realizando
con ella, y obviamente que supiese leer y escribir como se había dicho eran más
que suficientes los datos para estar casi seguro. Más tarde descubrió que no
solo habla su idioma natal sino que también lo hacía en castellano y latín, al
igual que escribía correctamente en los tres idiomas.
Habían pasado casi tres horas desde que llegó a la casa, fue llamada por el
señor para que acudiera a su presencia en su despacho. Bajó temblorosa las
escaleras, pero aseada y vestida volvía a ser una persona, segura a pesar de su
juventud de sí misma y dispuesta a no dejarse vejar hasta en la medida que le
fuera posible sin poner en peligro su integridad.
Entró en la habitación, le llamó la atención que toda ella estaba cubierta
de estanterías, llenas de libros, perfectamente ordenados. Una mesa estilo
Carlos IV, servía de escritorio, del sillón con brazos forrado en piel que
había tras ella se levantó el hombre para hacerla sentar en uno de los dos
sillones de roble que había delante de la mesa. Sorprendente trato la turbó.
Pausadamente Carlos se dejó caer en su sillón y mirando fijamente a
Cristina le habló.
¿Reconoces a este hombre, le dijo alargándole una foto de un joven vestido
de oficial de marina?
La cara de la chica se desencajó y tornándose totalmente lívida, no pudo
evitar desmoronarse abatiéndose en un llanto que para el hombre dejaba evidente
que el desconsuelo de la mujer era la verdad revelada.
La dejó que se calmara y cuando la joven pudo hablar dijo: es mi padre,
¿Cómo tiene usted esta foto?
Durante un tiempo permaneció en silencio ambos mirándose a la cara. Para
los dos parecía como si un peso se les hubiera quitado de encima. Para el
hombre la certeza de tener a su nieta en casa y para la joven la alegría de que
la fe en Dios que su padre le había enseñado a amar no la había abandonado y si
era posible lo que intuía, volvía a tener familia, aunque ésta le era
totalmente desconocida.
Pasaron más de dos horas, la chica contándole todo lo referente a lo que
sabía de su padre. Detalles que corroboraban que efectivamente la chica eran
quien él había deseado que fuese, y para acabar con cualquier duda que
pudiera avistar el hombre en algún resquicio de sus pensamientos, la joven
retiró de sus cabellos lo que parecía ser una horquilla con forma punta de
lanza, de unos nueve centímetros de largo y en cuyo extremo más ancho estaba
grabado el escudo de la casa de su padre. Me lo regaló cuando cumplí catorce,
le dijo alargándole el objeto.
Carlos le contó a su nieta, porque ya tenía la certeza de que lo era, todo
lo que había realizado para dar con ella y poder rescatarla de los traficantes
de esclavos. Obviamente ella sería libre aunque legamente no fuera así. Le dejó
bien claro que él no la obligaría a estar en la casa si así ella lo dispusiera,
que él la recibía como su descendiente.
Ambos se levantaron de sus respectivos sillones, se abrazaron durante un
largo rato. De soslayo Cristina miró la foto de su padre que estaba encima de
la mesa, le pareció observar una sonrisa. ¡Cuán diferente era todo lo que ahora
le venía por vivir! Sus peores temores habían desaparecido.
Salieron de la habitación y Carlos muy agitado llamó a María, que en
realidad era hermana de Carlos, aunque ejercía de ama de llaves, cuando la
pusieron al corriente de todo lo sucedido, ésta abrazó a su sobrina a quien
desde el momento en que la vio entrar en casa supo que entraba un soplo de
felicidad en la misma.
La joven Cristina se dedicó a la abogacía y junto con su abuelo Carlos el día 21 de mayo de 1851 cuando se decretó la libertad de los esclavos brindaron junto con María el fin del sufrimiento humano que unos hombres infringían a otros amparados por la Ley. Unos meses más tarde el 1 de enero de 1852 Carlos renunciaba a la indemnización que el Estado pagaba por ser propietario de una esclava. En 1854 tras el fallecimiento de su abuelo Cristina pasó a ser la heredera universal de todos sus bienes.
Un grafitis, mi escenario más preciado
Todas
mis pertenencias materiales son un “Sitar” eléctrico, un altavoz, un carrito de
la compra y una silla plegable. Éstas constituyen además los elementos con los que
cuento para ganarme la vida. La poca ropa que poseo es la que llevo puesta más
algunas mudas y otras pocas prendas que guardo en el carrito. Siempre me
hallarás parapetado en una pared de un
espacio urbano donde un enorme grafiti, sugiera mi música, ese es mi escenario
más preciado, y ahí comienzo a vivir un
nuevo día.
¿Por
qué la calle?, ¿por qué un grafitis como telón de fondo? Nuestras calles están
llenas de ellos, nos dicen tantas cosas, pero no los vemos, o no queremos
verlos. Yo me propuesto reivindicarlos, acaso no se remonta este tipo de
pintura a las inscripciones que han quedado en paredes desde los tiempos del
imperio romano, eran de carácter satírico o crítico. Si nos fijamos bien siguen
siendo estas dos tendencias las más predominantes lo podemos comprobar en los
llamados grafitis de mensajes o lemas, cierto es que también hay otros tipos de
grafitis. Te animo a que a partir de hoy, mires, observes y busques que te
sugieren aquellos grafitis que veas en tu entorno. Te sorprenderás.
En
cuanto a mí. No, no escucharás de mi boca ni la música actual, ni la de viejos
rockeros, ni aquella que copó los número uno de las listas musicales de los
programas de radio. Improviso, según lo que me haya inspirado el grafiti que
quede a mis espaldas cuando busco un lugar para obtener lo suficiente para
poder comer. No, no busco riquezas. Así pues interpreto aquello que me sugieren las personas que pasan por mi
lado, unos me ignoran, otros se paran,
algunos me observan o simplemente me miran con desprecio. ¡Todo esto lo tengo
tan asumido!
A
lo largo de un día puedo sentir tantas sensaciones que es difícil que mi
creatividad que a veces creo ilimitada no me vacíe esos sentimientos que pasan
de entristecerme hasta encogerme el alma o me rallan en la euforia de una
alegría palmaria al sentirme feliz porque la felicidad no se obtiene por
aquellos bienes tangibles que de los que se suele presumir tener, la felicidad
son momentos y por supuesto es hacer aquello que te gusta. Y la música, mi
música es lo que me gusta ya que me reporta: alegría, calma, color, magia,
miedo, paz, rabia, sueños, tristeza, vida. Sí la música me hace sentirme vivo.
En la mañana cuando comienzo a cantar solo sé que pararé cuando me vaya con el
sol, cuando muera la tarde. Solo entonces yo habré vivido todos esos estadios,
hasta la tristeza es un momento añorado, a veces necesitamos estar tristes para
encontrar la dicha. La rabia es el coraje que necesitamos para seguir adelante,
los sueños son las metas, la magia es la armonía, el miedo son las barreras que
hallo en mi camino, hoy sé que no están ahí yo las creo, y la calma y color me
llevan a la alegría de la vida.
Paso
todo el día abrazado a mi sitar, no te lo creerás pero perteneció a Goerge
Harrison, una noche en la que actuábamos juntos, bueno mejor dicho la banda en
la que yo tocaba. Éramos los teloneros en la actuación estelar que iban a protagonizar los Beatles
en mi ciudad. Al terminar el concierto vino a felicitarnos por nuestro trabajo.
Yo había quedado impresionado por ese extraño instrumento que él tocaba y que
por primera vez se usaba para una canción de rock.
Nos
amaneció mientras charlábamos y me enseñaba a tocar el instrumento. Cuando nos
despedíamos me alargó el sitar y me dijo seguro que tú le serás más fiel que
yo, así que tómalo. Es tuyo. Personalmente siempre he pensado que fue el mejor
de los cuatro Beatles, un auténtico visionario, músico genuino y honesto.
Volviendo
a mi realidad, la gente nunca acaba de
sorprenderme, como aquella chica que pasó con marcha rápida junto a donde yo
estaba, paró, rebuscó en su bolso y abriendo su cartera me miró a los ojos y me
dejó dos euros, mientras me decía lo siento, no tengo más dinero. Más tarde
supe que no desayunó ese día, su presupuesto no le permitía más dispendio. Esa
chica me inspiró: “Aquella chica que se quedó en sin desayunar, echando sus
últimos euros a alguien que le cuesta conseguir para almorzar, esa chica es
genial”.
A
ese joven de aspecto chulesco, que hablando por el móvil que casi tropieza con
la funda de mi guitarra, y se limitó a darle un puntapié a la misma de modo que
algunas monedas, fueron a parar al pavimento.
Me inspiró: “te estorbaba en tu camino con un puntapié lo reparaste y
seguiste tu destino, pero no te dabas
cuenta de que eres un cretino”.
Aquellos
tantos que pasan y no te ven, te ignoran tal vez te miran por encima del hombro
pensando ¿qué? Mientras tú sigues igual tocando y cantado si parar mientras
piensas que pasan sin ver, pasan sin mirar, ¿o es que acaso estoy practicando
para hombre invisible y se me da genial? ¡Todo esto lo tengo tan asumido!
Aquella
pareja joven que seguramente su incipiente amor le hizo parar a escuchar mi
música, música romántica en ese preciso instante, buscaron sus labios, mientras
hurgaban en sus bolsillos para hallar unas monedas que uno y otro depositaron
junto a las que ya tenía. Esta es la realidad de mi día a día.
Dicen
que canto genial, que firme un contrato que me alejaría de esta ruindad, que me
llevarían a los mejores escenarios a cantar. ¡Seguramente!, pero ya nada sería
igual perdería mi libertad. Cantaría aquello que hubiesen compuesto para mí, me
acompañaría hasta una orquesta estupenda.
Ganaría mucha pasta. Para qué si sé que no hallaría la felicidad.
Sí, soy feliz, en la calle donde vivo, donde quiero estar. No le des más vueltas busca tu felicidad, no la que te impongan los demás.
Valores y respeto
Me
costó trabajo acostumbrarme, al principio maldije mi situación, más tarde asumí
que tendría que convivir con mi problema y después podría decirse que hasta
disfruté de mi estadio.
Había
sufrido un accidente de tráfico del cual yo no tenía yo ninguna responsabilidad.
Un alocado joven en dirección contraria vino a colisionar con mi vehículo de
frente, por fortuna y dada la aparatosidad del estado en como quedó mi vehículo
puedo dar gracias a Dios de no haber perdido la vida. Eso sí me la ha limitado
muchísimo, ahora me veo postrado en una silla de ruedas de por vida, aunque no
será porque no haré todo lo posible para que la rehabilitación me lleve al
menos a no depender exclusivamente de ella. Pero esto es otra historia.
Lo cierto es que superadas las dos primeras fases que antes anuncié, maldecir mi situación y asumir el problema, ahora estoy disfrutando, eso sí entre comillas de mi realidad. Bueno en principio mucho ha tenido que ver el que me haya mudado a este barrio de viviendas unifamiliares, para comodidad de poder entrar y salir de casa, ya que mi anterior vivienda un piso aunque con ascensor era más engorroso para moverme con la silla de ruedas. Lo cierto es desde esta habitación que utilizo de despacho con este enorme ventanal que da a la calle me da juego para contaros las historias que vivo desde mi ventana. No, ni muchísimo menos soy la vieja del visillo, solo es que a pelín que observas un poco, hay un mundo que está a nuestro alrededor y del cual apenas nos fijamos salvo en determinadas ocasiones.
Contar
todas las historias sería una excelente idea si tuviera la intención de
escribir un libro de relatos y que seguramente daría para un volumen aceptable.
Os contaré dos historias que he vivido este último mes:
La
mañana del sábado once de febrero amaneció fría, la escarcha cubría la hierba
del jardín que había enfrente mi casa, eran algo más de las siete de la mañana
cuando subí la persiana y abrí las cortinas para ver qué día tendríamos hoy.
Había
gran cantidad de jóvenes que pasaban delante de mi casa, caí en la cuenta por
el horario que era, que habrían salido de la discoteca que se hallaba a unos
quinientos metros de mi vivienda. Me sorprendía el comportamiento incívico de
algunos de ellos, la pasividad de otros y el desinterés de todos que no parecía
molestarles los daños al mobiliario urbano e incluso a alguno de los vehículos
que había aparcados, ya que dos jóvenes golpeaban con su pies los espejos
retrovisores de los vehículos estacionados. Uno golpeaba primero y el segundo
remataba la faena cuando el espejo se desprendía del coche.
Veía delante de mí la escena, pensaba que esa era la generación del futuro, se perfectamente que no son todos pero alguien debía afearles la conducta, porque que hayan estado en la discoteca toda la noche, supongo que habrá alguien lucido como para pararles los pies a dos energúmenos que en otras circunstancias mías seguramente no tendrían ni media torta.
Cuando
pararon delante de la estatua de un personaje histórico de mi ciudad, no pude evitar girar mi
silla y disponerme a salir a la calle ya era el colmo, no solo no respetan
bienes materiales sino que insultaban, escupían, golpeaban la efigie de un
personaje histórico, que cuanto menos debieran conocer, por lo tanto respetar y
admirar. Para ser jóvenes discotequeros algunos o estarían ya en la universidad
o al menos acabando el Instituto, lo que suponía que si conocían al personaje,
el ultraje que cometían con su imagen era de juzgado de guardia y si no lo
conocían y solo era para ellos un divertimento es para encerrarlos y tirar la
llave.
Salí
precipitadamente a la calle y me situé junto a la efigie, con un panfleto que
portaba en mi mano, les hablé en tono bastante elevado:- documentaros, leer
esto, porque estoy seguro que os costará leerlo, pero quiero creer y creo que
por vuestra edad sabéis leer, aunque vuestra comprensión sea más bien escasa-.
El
papel contenía la biografía del personaje cuya efigie estaban vandalizando.
Su
primera reacción fue quedarse paralizados, a continuación dedicarme un montón
de palabras soeces y por último cuando algunos vecinos empezaron a increparles
desde las puertas de sus casas, se dieron la vuelta y continuaron su camino.
Una joven me cogió el papel y se dispuso a leerlo, mientras un chico que la abrazaba por detrás le metía mano, golpeó con el codo al tipo que profirió un insulto y cuando ésta se alejaba de él mirándome a los ojos me dijo: no todo está perdido señor, sé que debemos procurar encontrar nuestros valores.
Cuando
volvía a casa saludé a Carlota, es mi vecina, yo diría, envidiada por todas,
deseada por muchos y criticada por todos incluso por aquellos que la desean. En
el fondo es, porque en realidad saben que nada de lo que dicen de ella es
verdad.
Es
joven, bella, alegre, divertida y sobre todo extrovertida, siempre tiene una
palabra amable para todo el mundo. Cuando habla contigo tiene la manía de
tocarte la espalda o el hombro, de ahí a pensar más allá de ella no solo es
atrevido sino grotesco. Pero es lo tienen las ciudades pequeñas que somos muy
dados a criticar y a colgar “sambenitos”, es decir a juzgar a los demás sin
tener en cuenta el daño que podamos causarles o no.
De
ella decían que si tenía un amante que era quien costeaba la lujosa casa donde
vivía. Que era una chica de compañía de alto standing.
Nada
más lejos de la realidad, era una joven abogada que trabajaba en un despacho
importante y que prefería estar soltera porque su único novio, aquel que había
tenido cuando estudiaba en el instituto no la dejaba irse fuera de la ciudad a
la capital de la provincia que era donde estaba la universidad porque él era
muy celoso. En definitiva también resultó ser un fracasado.
La
historia me la contó una mañana, cuando venía de hacer footing, al pasar por mi
ventana se detuvo a saludarme.
¡Hola vecino! Tengo buenas noticias para usted, la Compañía contraria está dispuesta a aceptar la indemnización que pide.
Sí,
ella era la que me representaba en mi litigio con la compañía del vehículo
causante de mi accidente.
-Pase
a casa, le invito a un café mientras me cuenta.-
Hablamos
de mi asunto judicial. También hablamos de las calumnias que se decían de ella
y acabamos cenando esa noche en un restaurante en el centro de la ciudad, dando pábulo a las
habladurías de la gente, que no se cortan en decir que somos amantes.
Lo
extraordinario es que a Carlota solo parece importarle su vida, no la que lo
demás han maquinado de ella. Ya en cierta ocasión me dijo que no somos quien
dicen que somos, ni tan siquiera somos quien quisiéramos ser y por supuesto, no
somos quien deberíamos ser.
Carlota
y yo solo somos vecinos y amigos y ahora puntualmente nos une una relación
profesional, abogada y cliente. Todo lo demás son comadreos de quienes juzgan
alegremente, haciendo un daño gratuito a veces irreparable para el honor de
quien es vilipendiado.
Zombis
La estupidez de los cinco adolescentes era lo que les había
llevado apostarse pasar una noche en el Cementerio. Permanecieron agazapados
tras unos panteones, hasta que cerraron el recinto.
Las sombras de la tarde dieron paso a una noche cerrada en la
que ni la luna oculta por negros nubarrones se dejaba ver.
Jugaron a esconderse en los nichos vacíos, mientras uno de
ellos buscaba a los otros. Oyeron gritar a Gabriel que era quien ahora tenía
que ir a buscarles, pero supusieron que era una broma. Solo cuando pasaba el
tiempo y ni oían los gritos ni llegaba junto a ellos. Salieron de su escondite.
Gabriel había caído en un panteón cuya losa estaba agrietada,
tenía cuatro metros de profundidad y estaba inundado de agua.
Vieron el panteón abierto y solo su inconciencia les llevó asomarse
todos al mismo tiempo, el fraguado del mismo no aguantó el peso de los cuatro
que se precipitaron al fondo.
Gabriel había muerto en el acto, los cuatros amigos, fueron
rescatados al día siguiente, pero su locura era evidente, no hablaban, no
escuchaban, no sufrían aparentaban carecer de sensaciones. Parecían zombis y
como tal fueron recluidos para siempre.
Fin
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